,

Relatos del Mediodía

José Obswaldo Pérez

EL HASTÍO Y LA SOLEDAD se observaba desde la Bodega Santa Rosa de Lima, cuando el carro Pakard negro cruzó la calle solitaria. Era la una de la tarde y el lugar estaba silencioso. Tres personas descendieron del vehículo, bajo la mirada solemne de dos ancianos que conversaban de sueños, fantasmas y muertos. La ciudad se había esfumado en su otrora imponente, entre macizas paredes de ladrillo y gruesos maderones de acapro. Una arquitectura de señoriales casas atrapadas, entre moho y los escombros, quedaban para la vista de todos como la imagen de su pasado glorioso.



Sin embargo, todo había cambiado.

Y entonces, se oyó el murmullo que venía de la plaza. El sol llanero continúo con su implacable persistencia hendiendo las calles vacías, mientras los habitantes descansaban la siesta. Adentro, detrás del mostrador, sentado en una silla de mimbre, un hombre hablaba. Contaba - en esa hora pesada -, las historias de cada tapia llagosa, de cada uno de los ventanales de viejas casonas pidiendo misericordia. Su conversación se diluía dentro aquel vaho de paredes descascaradas, olorosas a rincones húmedos. Era casa y bodega a la vez. Allí guardaba los recuerdos y las tristezas, tras la última vida de pulpero.

Su casa-bodega estaba ubicaba frente a la Calle Real o Calle Comercio (ahora llamase la avenida Bolívar), donde existió algo poco común a otros lugares de la población: una biblioteca atiborrada de libros, carpetas, álbumes, periódicos viejos y una vieja máquina de escribir, la que utilizaba para el oficio de juez del pueblo. Allí leía hasta el cansancio. Era un sin número de materiales y papeles del pasado, su tesoro de recuerdos. Los tenía, desde muy joven, guardados; y se había nutrido y alimentado autodidácticamente de ellos. Era su única herencia.

Pero, ahora, el hombre en su senitud, languidecía. Detrás de aquel negocio exhibía el ocaso de las últimas estirpes familiares del pueblo, descendientes de los fundadores de la ciudad. Por aquella casa, en cada rincón, aparecía Díos tras esas paredes de memorias, en esos ratos de angustias y rezos en silencio. Allende, estaba ubicado el pequeño altar del Siervo José Gregorio Hernández - que junto a las ánimas benditas- se le tenía toda la devoción y la fe religiosa de la familia. Más allá, recorriendo cuartos y pasando por el zaguán estaba el retrato siempre iluminado de su madre. Una mujer que debió ser hermosa en sus tiempos de mocedad y que, después, llegó a ser la maestra del municipio.

Cruzó las piernas, levantó la cabeza hacia arriba y luego procedió a remendar, poco a poco, los recuerdos del viejo Ortiz. No estaba solo. Estaba su hermano y un amigo de la casa, escuchándolo detenidamente; sumergidos en esas historias encantadoras. Cuentos que nos llevaban a viajar por la ciudad de antaño, casi todas las tardes como un exorcismo ritual. En ese momento, interrumpió su esposa y entró al recinto de conversación con tres tácitas de café con leche. Una costumbre hogareña, una rutina diaria de esa hora de bostezos y cabeceos de sueños.

- Aquí está el café, está caliente- dijo.

Todos saborearon gustosos la nata bordeada a las tazas de café con leche. El hombre siguió hablando. Su vista se volvió hacia un agujero en el techo de la casa, dejando filtrar en aquellos ojos de almíbar sus tristezas y su soledad. Ojos que parecían buscar en ese viaje el pasado ido y la evocación de sus orígenes. Ojos que reflejaban los recuerdos de la infancia, las primeras experiencias de la juventud y los fantasmas de sus historias. Pura nostalgias perdidas por aquellas calles solas en un cómplice silencio y un calor sofocante.

Nicanor, el memorioso


Por José Obswaldo Pérez
LA OTRA TARDE CUANDO VINE, él se mecía al compás de un ruido leve producido por su viejo sillón de acapro; allí reposaba la siesta y, simultáneamente, aquel balanceo marcaba el tiempo transcurrido. Sus manos parecían surcos de años. Ellas, tímidamente, acariciaban el lomo grueso y amarillento de un libro de Alejandro Dumas: el de Los tres mosqueteros, su predilecto. Mientras el sueño pesado, cansancios de lecturas, lo dominaba sobre el mueble en el cual se balanceaba todas las tardes. Casi se dormía, si no hubiese sido despertado súbitamente por unos de sus clientes rutinarios.

- ¿Tiene carreto de hilo blanco, don Nica..?, se oye en mostrador.

Su nombre, el de bautismo, era largo como una tradición de los Rodríguez del siglo XIX: Nicanor Segundo Ricardo Antonio de Jesús. Había nacido el 3 de abril de 1908, según constan los registros de la jefatura civil. Pertenecía a una familia de abolengo tradicional, descendiente de la aristocracia local de Aragua y la más antigua de la ciudad. Una foto, ubicada en una vieja vitrina, donde mostraba su mercancía de bodeguero del pueblo, aludía un aire parecido con el rostro físico del expresidente general Eleazar López Contreras.

Había sido juez, concejal, secretario, político, síndico procurador, memorialista, cronista, títulos que llenaban su hoja de vida; pero, sobre todo, personaje vinculado con toda la historia del pueblo.

Cuando Nicanor nació, todavía la fiebre amarilla sacudía la zona. Ortiz aparecía una aldea fantasmal. No sólo por la peste, sus viejas casas vacías - muchas en ruinas- sino por sus historias y leyendas. Era un pueblo sin gente, sumergido en el olvido y en las peores condiciones sanitarias, cuyo abandono los habitantes culpaban a medias al general Juan Vicente Gómez, el dictador que gobernó por 35 años el país.

- Ese Ortiz que yo conocí - subrayaba para los demás acompañantes de la tertulia-, cuando comencé a tener uso de razón, era (a pesar de haber sufrido tanto con el paludismo, la fiebre amarilla, la hematuria y últimamente con la peste española) un pueblo que, sobre todo, todavía tenía prestigio de gran ciudad.

Sus ojos. Aún ojos llenos de brillo volvían hacia sus nostalgias memorialistas. Anécdotas, cuentos y leyendas surgían de su mente, durante horas de conversación y tertulias, cuando el sol de media tarde parecía incendiar las calles solitarias de la ciudad fénix que, luego, se llamó Casas Muertas en las manos del escritor venezolano Miguel Otero Silva, ese que ahora se pasea hurgando y entrevistando gente del pueblo.

- Todavía estaba aquí la capital del Distrito Roscio y se celebraban, desde luego, las fiestas tradicionales.

De aquel Nicanor Memorioso se debía a la influencia matriarcal de la familia. Especialmente, la de su abuela doña Evarista Moreno Vilera, la nieta del famoso militar Roso Vilera. Joven orticeño quien se alistó en el ejército del general José Antonio Páez, en el Apure de 1818, y que continuó en campaña hasta el año 21, cuando llegó a Carabobo. Vilera se caso en Ortiz con Juliana Moreno Hurtado, el 17 de septiembre 1823. Hija de Dámaso Moreno Mendoza y Rosa Hurtado. De allí que, doña Evarista podía contarle historias a su nieto, que eran memorias del olvido.

Por su puesto, la influencia de su madre doña Beatriz Benigna Rodríguez Sierra de Rodríguez fue importante, pero no tanto como la abuela. Una mujer férrea que gobernaba la casa, una casa que, después, Nicanor conoció como el lugar de su nacimiento. La Loretera, la de los Loreto, aquella en la que doña Evarista se esmeraba hablar de cuentos y leyendas como aquel inventado de que El Libertador Simón Bolívar había bailado en Ortiz.

- Aquella noche - le decía la abuela al niño Nicanor - saqué mi mejor atuendo y me puse tan bella que hasta adorné mis cabellos con una peineta de oro, porque quería bailar con El Libertador.

De allí que, entre la abuela y su nieto de ocho años, se seguía reviviendo los episodios dramáticos de Ortiz. Así se creó una amistad singular entre ambos y, además, doña Evaristo se hizo el personaje más importante de la casa. Por eso, Nicanor siempre la tuvo en el recuerdo. Nunca la olvidó, ni después de muerta.

CAMBIO DE NOMECLATURA

Por José Obswaldo Pérez

LA AMPLIACIÓN DE LA CARRETERA DE ORTIZ, en el tramo urbano, sufrió un cambio de nombre. Una decisión sorpresiva, extraña e inconsulta, hasta de ignorancia. Ahora la llamada carretera nacional de Ortiz se llama Avenida Joaquín Crespo. Una valla a todo color (la que aparece en la foto) bautiza la nueva nomenclatura del corredor vial. La sorpresa del nuevo nombre, el que provoca este comentario, es el reemplazo de la antigua denominación de Avenida Dr. Roberto Vargas por la del caudillo parapaereño.

Es sorpresiva y extraña, al mismo tiempo, porque si estamos en un gobierno (nacional, regional y local) que se dice revolucionario sería lógico mantener y reivindicar en la memoria local el nombre de Roberto Vargas. Una figura, que mas allá de su disímil personalidad, tiene sus meritos. Militar, educador, ministro de Obras Públicas en el régimen de Juan Vicente Gómez. Una personalidad importante en la política venezolana de fines del siglo XIX y en las tres primeras décadas del siglo XX. Pero, sobre todo, un coterráneo de sólida formación intelectual.

El nombre la Carretera Nacional de Ortiz por el de avenida Dr. Roberto Vargas, surgió en 1948. A raíz de su muerte, el gobierno regional prometió construir una avenida que llevará su nombre y en la cual se colocara un busto suyo. Nada de esto se cumplió. A penas se abrió un tramo que implicó derrumbar parte de una casona que fue su habitación. La Casa Atravesada que, también, fue propiedad del general Joaquín Crespo. Pero, desde 1948, el antrotopónimo se hizo parte del acontecer cotidiano. Se enraizó y se volvió un principio de pertenencia, así como una referencia de comunicación, histórica y jurídica para los lugareños.

Desde luego, los orticeños le debemos mucho a Joaquín Crespo. Cuando Crespo fue presidente de Guárico y presidente de la República, este impulsó, desde sus respectivas magistraturas, un desarrollo urbano y económico local. Un hecho que, desde 1874 a 1881, la benefició con funciones administrativas y unas pocas obras públicas, como la emblemática Iglesia Santa Rosa de Lima.

Pero, lo que lamentamos, es que estas decisiones inconsultas expresan una clara ignorancia sobre el valor que tiene la historia para los pueblos. Esa valla le cayó mal al más común de los ciudadanos, quienes saben que esa carretera se llama Avenida Roberto Vargas. ¿Quién sería el de la genial idea?

98 AÑOS DEL NACIMIENTO DE JUAN PABLO SOJO

Como investigador de las culturas afroamericanas se ganó la amistad y el respeto del cubano Fernando Ortiz, el haitiano Lorimer Denis, los brasileños Arthur Ramos, Edison Carneiro, Raimundo Nina Rodrigues, Gilberto Freyre y el peruano Fernando Romero.

Por: Arturo Alvarez D´Armas*

En Curiepe la tierra del mina, la curbata, el culo e´ puya, los quitiplás y el cacao, nació el 23 de diciembre de 1908, el hijo de Juan Pablo Sojo, padre (1865-1929) y de Brígida de Sojo. Se llamó Juan Pablo Sojo Rengifo. Autodidacta, boticario, novelista, cuentista, poeta, investigador y periodista. Colaborador de los diarios El Universal, El Nacional, El Tiempo, El País y de las revistas Fantoches, Revista Venezolana de Folklore y El Farol.

A partir de 1942 inicia el rescate y difusión de la identidad del negro venezolano. Con la creación en 1946 del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales, bajo la dirección del poeta Juan Liscano, lo nombran Jefe de la Sección de Folklore Literario. Es uno de los organizadores de la Fiesta de la Tradición “Cantos y Danzas de Venezuela”, efectuada en el Nuevo Circo de Caracas, durante las noches del 17, 18, 19, 20 y 21 de febrero de 1948, en homenaje al Presidente de la República Rómulo Gallegos. Le tocó la difícil misión de seleccionar los conjuntos que vendrían de la provincia venezolana.

Como investigador de las culturas afroamericanas se ganó la amistad y el respeto del cubano Fernando Ortiz, el haitiano Lorimer Denis, los brasileños Arthur Ramos, Edison Carneiro, Raimundo Nina Rodrigues, Gilberto Freyre y el peruano Fernando Romero.

A continuación se presenta parte de la extensa bibliografía de Sojo. “Tierras del Estado Miranda; sobre la ruta de los cacahuales” (1938), “Nochebuena negra” (1943, 1968, 1972, 1976, 1997), “Temas y apuntes afrovenezolanos” (1943, 1986). Coautor de “Folklore y cultura. Ensayos” (1950), “El Estado Miranda. Su tierra y sus hombres” (1959), “Antología de cuentistas y pintores venezolanos” (1976), “Estudios del folklore venezolano” (1986) y “La fiesta de la tradición: 1948. Cantos y danzas de Venezuela” (1998).

Parte de la inmensa obra de Sojo quedó inédita y desaparecida, como las novelas “La historia de un novelista”, “La luz misteriosa” y “La tía Benedicta”. Igualmente el poemario “Salmos negros” y el libro de ensayos “Los abuelos de color”.

Este gran venezolano estudioso y defensor de la etnia afrovenezolana murió en Caracas el 8 de octubre de 1948, su cuerpo se encuentra enterrado en Curiepe al lado de sus ancestros, en esos caminos que cruzan África y América. A 98 años de su nacimiento su legado perdura en el tiempo.
,

La educación de la historia local en función del desarrollo comunitario

La Historia local o microhistoria, como la llaman algunos autores, es la ciencia de lo particular anterior a cualquier síntesis. Se define como el estudio integral de la vida de un grupo o de una comunidad. Y es, así mismo, la base firme donde parte la historia regional o nacional, es decir, el núcleo de la gran historia.

Por José Obwaldo Pérez


HOY LA HISTORIA YA no se ocupa del pasado como mero pasado, sino que trabaja la continuidad entre el pasado, el presente y el futuro. Su objetivo es la “ dinámica de las sociedades humanas” y por ende, su análisis contribuyen a que los ciudadanos puedan “ producir por si mismos la realidad futura que necesitan”.


La Historia local o microhistoria, como la llaman algunos autores, es la ciencia de lo particular anterior a cualquier síntesis. Se define como el estudio integral de la vida de un grupo o de una comunidad. Y es, así mismo, la base firme donde parte la historia regional o nacional, es decir, el núcleo de la gran historia.

Es por ello que la enseñanza de historia local es importante en la formación de la “conciencia cívica” de todo ciudadano y a través de ella, es determinante en la configuración social de la “conciencia histórica” De aquí entonces, se busca atender mediante la educación la demanda de reconocimiento social a personas y grupos sociales, generalmente excluidos por la historia oficial y también contribuir a la formación de una nueva manera de entender y practicar la Historia en nuestra sociedad.

Un aporte a la autoconciencia y autoestima de un poblado es la reconstitución de la historia local. Esto permite que “ los grupos vivan significativos procesos de refuerzo de autoestima social, recuperando sentidos colectivos de humanización”. Además, la recuperación de la historia local produce un valor agregado significativo para la planificación del desarrollo, más pertinente con la propia realidad. Es decir, orienta las políticas públicas del gobierno local, regional o nacional, respecto del desarrollo cultural y social de la población.

La historia, como se ha señalado en repetidas ocasiones, es el territorio del hombre. Todo lo que hacemos se sostiene, se entiende y se justifica sobre el fondo irrenunciable de lo que se ha sido. De ahí la importancia de la que llamamos "memoria histórica". Siempre se ha dicho que la Historia, en cuanto proporciona el conocimiento del pasado es, entre las distintas ciencias sociales, la que comprende la totalidad de lo humano. El estudio del ayer permite hacer inteligible el mundo que nos ha tocado vivir. Pero a la vez, si se utiliza el principio cláqico de que la historia es "maestra de la vida'; cabe obtener de ella enseñanzas útiles para orientar la acción dirigida a crear condiciones para que el futuro sea de concordia y de bienestar para todos los ciudadanos.

Métodos de investigación

Las técnicas de investigación para recopilar la historia de un poblado no son difíciles de llevar a cabo, pero hay que seguir una metodología, la que se resume a continuación:

1. Constituir un equipo de trabajo. El trabajo colectivo presenta más ventajas que el de un historiador individual. Se puede discutir y reflexionar mejor en cada etapa del proceso y es posible podrán multiplicar y dividir mejor las tareas de investigación.
2. Definir los objetivos y las razones que justifican la recuperación de la historia local. De ahí se podrán derivar acciones que involucren a toda la comunidad, desde la celebración del aniversario de la localidad, a la producción de material educativo para las escuelas locales, la publicación de periódicos, etc.

3. Delimitar el tema en el espacio y el tiempo para que la investigación no se prolongue indefinidamente.

4. -Contabilizar los recursos humanos y materiales que existen para la investigación.

La propuesta de trabajo consiste en el diseño de la investigación, la ejecución y la comunicación a la comunidad, una vez terminada, para su socialización. En la investigación de la historia local se pueden usar:

a) Cuestionarios sobre los temas a investigar;
b) Entrevistas en general, en particular (sobre un tema o hecho preciso), en profundidad (respecto a la vida, sentimientos, pensamientos de un personaje); Archivos públicos y privados (diarios, periódicos, cartas, mapas, fotos, videos, etc.).
c) Luego de la recolección de documentos, cuestionarios y entrevistas, se ordena y selecciona la información, se redacta el primer borrador y se corrige éste luego de consultar a la comunidad, a los protagonistas y otros participantes. Se redacta, entonces, el escrito base y se socializa la historia a través de diversos medios: un libro, una obra teatral, un radioteatro, un video, un mural, títeres, cuentos, comics, afiches, exposiciones, cassettes.



Bibliografía

CARUCCI T (1997): Elementos de Gerencia Local. Manual para Gerentes Locales. Caracas: Fundacomun.
GONZÁLEZ G, LUIS Y VARIOS (1992): Historia Regional. Siete Ensayos sobre teoría y método. Caracas. Fondo Editorial Tropykos.
RAMAKRISHNA, B (1984): Comunicación y Desarrollo Rural. Caracas: ESPASANDE, EDIRORES.
SANTIBÁÑEZ FREY, HÉCTOR (2000): La Memoria de los Barrios. Síntesis de cinco historia locales. Chile: TALLER ediciones. [Página en línea], Disponible: www.archivochile.com/Mov_sociales/mov_pobla/MSmovpobla0010.pdf

Documentos

CORPOLLANOS (1988): Estudio Integral de la Cuenca del Río Tiznados (Síntesis).
MEDINA RUBIO, ARÍSTIDES (1998): La Necesidad de los Estudios de Historia. Ponencia. Maracay: XXIV Convención Nacional de Cronista.
PROYECTO TIZNADOS (1999). Programa de Extensión para el Desarrollo de la Cuenca Media del Río Tiznados. Estado Guárico. San Juan de los Morros: Universidad Rómulo Gallegos.
RODRÍGUEZ, ADOLFO (1999) Una propuesta para orientar las Ciencias Sociales en función del Desarrollo Rural. San Juan de los Morros: Universidad Rómulo Gallegos.
SOLER HERREROS, JOAQUÍN (1995): Internet y los recursos de la Historia Local para investigadores. Un nuevo valor añadido para la comunidad. Ponencia. Alicante: España. [Página en línea], Disponible: http://clio.rediris.es/articulos/alicante.htm

ADIOS, GIOVANNI NANNI


Por José Obswaldo Pérez

NOS HEMOS enterado por don Arturo Alvarez D´Armas de la muerte del profesor Giovanni Nanni. Nanni fue un autentico visionario: fue quien ideó la arquitectura de la Universidad Rómulo Gallegos, en San Juan de los Morros. Una de las casas de estudio de educación superior desarrolladas en armonía con el paisaje y el medio ambiente. Con Geovanni Nanni, como rector de la UNERG, se inició un proceso de desarrollo y expansión de nuestra querida institución.
Durante su gestión promovió el intercambio cultural con otras universidades del país y extrajeras como con la Universidad de Camaguey, Cuba. Se crean nuevas carreras e introduce cambios en los pensum de estudios en las carreras tradicionales como ingeniería de producción vegetal y animal.Sin duda, el profesor Giovanni Nanni deja un legado para la historia de nuestra querida universidad. Como su gran constructor, su obra está a la vista de todos. Hoy debemos de reconocerle su labor, sin mezquindad política. Más allá de lo que podríamos criticarle, de sus posiciones, fue un hombre humano que tuvo como pasión y amor por la docencia.

La noticia nos la trae Arturo, vía e-mail, y con ella un archivo adjunto de la nota de prensa publicada en el diario El Carabobeño. Compartámosla:

“Para Giovanni Nanni, la docencia fue su pasión
POR: Alfredo Fermín

Tras largo tiempo sufriendo con valentía, la crueldad del cáncer, falleció ayer el profesor Giovanni Nanni, ex decano de la facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo y rector fundador de la Universidad Arturo Michelena.

Nacido en Guacara, Giovanni Nanni tuvo como su mayor pasión la docencia, por lo cual fue el formador de generaciones de jóvenes en universidades públicas y privadas en las que se desempeñó como profesor y como autoridad rectoral.

Desde sus tiempos de estudiante, se dedicó a la enseñanza. Comenzó en el liceo Nueva Valencia y, como preparador, en la facultad de Ingeniería de la Universidad de Carabobo de la cual egresó, en la primera promoción de Ingenieros Mecánicos en 1969.

En esa facultad, fue director de la Escuela Básica de Ingeniería y, por ascensos, llegó a decano. En 1988 fue candidato a Rector de la Universidad de Carabobo, compitiendo con Elis Mercado. No ganó las elecciones pero no se desanimó. En esa oportunidad, confesó al periodista Ildemaro Alguindigue que su participación en ese proceso fue una experiencia favorable.

“Me permitió madurar las ideas y entendí que es más fácil ganar que perder, porque lo importante es la fortaleza que uno adquiere en las confrontaciones difíciles que se le presentan en la vida”.

Años atrás Nanni estuvo entre los fundadores del Instituto Universitario Politécnico de las Fuerzas Armadas y del Instituto Universitario de Tecnología Valencia. La experiencia acumulada, en estos cargos, le mereció la designación de director de Educación Superior del ministerio de Educación. En el ejercicio de este cargo fundó el Instituto Tecnológico de Higuerote, Instituto Tecnológico de Delta Amacuro y el Colegio Tecnológico del Oeste de Caracas y la Universidad del estado Yaracuy.

El Rector

Aparte de sus méritos, su vinculación con el partido Acción Democrática contribuyeron a su designación como rector de la Universidad Rómulo Gallegos, de San Juan de los Morros, a la cual dio un vuelco para diversificar las carreras que se ofrecían en Agronomía y estudios técnicos de Enfermería.

Como rector de la Universidad Rómulo Gallegos creó las facultades de Medicina, Odontología, Ciencias Económicas y Sociales, Administración, Contaduría, Veterinaria y los núcleos de Zaraza y Calabozo en el estado Guárico.

En San Juan de los Morros, recuerdan con gratitud que Giovanni Nanni como rector de la Universidad convirtió un viejo hospital, que estaba en ruinas en un moderno centro clínico universitario con servicios de Radiología e Imagenología como centro de formación de futuros médicos y odontólogos.

Después de aquella experiencia, Giovanni Nanni, volvió a su Valencia para darle una universidad privada, con el nombre del más grande de sus pintores, Arturo Michelena.

Todo su potencial económico, físico y espiritual lo puso en este proyecto, con sede en San Diego, donde construyó una bonita edificación. Nació así la primera escuela de Comunicación Social, en el estado Carabobo en la que se están formando las nuevas generaciones de quienes tendrán la responsabilidad de informar, educar y entretener.

Con la Universidad Arturo Michelena, Giovanni Nanni puso en práctica su sueño de crear un centro de estudios para formar profesionales capacitados, totalmente integrados a las necesidades y las circunstancias que requiere el país.

Giovanni Nanni estaba casado con Cecilia Lozada Arrivillaga de Nanni. Deja ocho hijos, Mariela, Graciela, Francis, Giovanni, Gracietta, Giovanna, Juan Sebastián y Filippo.

El velatorio se realiza en la funeraria Quo Vadis, detrás de la Torre Exterior hasta las 2:00 de la tarde de hoy, cuando el cortejo fúnebre partirá al Parque Cementerio Jardines del Recuerdo, donde se producirá su cristiana sepultura".
Fuente: El Carabobeño. Valencia: 18 de diciembre de 2006.

La hora del Ángelus

— Infundid, Señor, vuestra gracia en nuestras almas, para que, pues hemos creído la Encarnación de vuestro Hijo y Señor nuestro Jesucristo anunciada por el Ángel, por los merecimientos de su Pasión y Muerte, alcancemos la gloria de la Resurrección. Amén. — Se escuchó el rezo en el largo zaguán de la Casa del Chaguaramo.


Por José Obswaldo Pérez

ERA TEMPRANO. Empezaba a rayar el día, cuando apareció el Padre Juan Ignacio Ibáñez – el entonces cura de Ortiz -, en el negocio del don Domingo Rodríguez Moreno. El establecimiento comercial ubicado entre la calle principal y calle San Juan, donde trabajaba Nicanor. Vestía de sotana negra y llevaba un homiliario en la mano izquierda. Ibáñez había llegado al pueblo de Santa Rosa, en noviembre de 1914. Estaba residenciado en la casa de la familia Navarrete, en una esquina de la Plaza Bolívar.


Ibáñez se acercó al mostrador y pidió - cortésmente y con cierta devoción -, sus predilectos tabacos de tres por centavo.


—Mea catirito — le manifestó el cura a Nicanor, con un acento peculiar —véndeme medio tabaquitoz de loz deamaz.


Mencionaba el monaguillo Nicanor que el acento peninsular del sacerdote era recordado por los vecinos del pueblo. Se trataba de un español con “una curiosa forma de hablar y era eso, su lenguaje, nos hacía recordarlo”, agregaba.


— Un día domingo, entrando en la casa de sus anfitriones, el párroco le dijo estas palabras a la señora Navarrete: “Mire señora, yo quisiera un burrico para llevar los chismes a Parapara”.


Entonces, la señora Navarrete repostó sorprendida:


— ¡Hay Padre! Pero, ¿cómo usted va a llevar los chismes de aquí a Parapara? No haga eso...


Era sólo pura gracia. El religioso provocaba con su humor esas historias del pasado venidas de pleitos entre vecinos de Ortiz y Parapara. Aún recuerdos perecederos de eternas querellas, muchas heredadas por años de sus antiguos benefactores. Eso lo sabía todo el mundo y el Padre Ibáñez se prestaba para hacer memoria, a veces, desde el púlpito de la liturgia dominguera o en las fiestas familiares de los vecinos. Así, se divertía y entretenía a los demás.


En otro tiempo, también, ocurrió otra cosa parecida. Una historia que Nicanor casi olvida por completo; pero, el trataba de recordarla, esforzándose, una y otra vez, para remendar algunos recuerdos de su abuela doña Evarista Moreno Vilera. Su confidente de esos remiendos de su memoria. El relato pertenecía a una pelea de parroquianos. A una disputa entre vecinos de Las Mercedes y Santa Rosa de Lima, antiguas parroquias de Ortiz, cuando un pasado atrás floreció en ellas rivalidades y conflictos limítrofes locales.


Todo comenzó con la protesta de los mantuanos de Santa Rosa de Lima contra los parroquianos de Las Mercedes. Los primeros se opusieron a que  últimos la realicen los oficios religiosos en la Casa de El Chaguaramo. Eso fue en 1911, cuando el gobierno del general Juan Vicente Gómez inició la reparación del templo orticeño, el cual estaba en malas condiciones. E igual le pasaba a la capilla de Nuestra Merced, prácticamente en escombros.


—Entonces los católicos de Las Mercedes vinieron a hablar con el Padre Juan Bautista Franceschini, para proponerle que pasara la iglesia y los oficios religiosos a la Casa de El Chaguaramo, pero los mantuanos de Santa Rosa no quisieron—, explicó Nicanor.


Fue un “no” rotundo. Las familias aristocráticas de Santa Rosa se habían opuesto. Así, se originó una disputa, en la que ningún vecino de ambos sectores podía pasar de un lado a otro. La situación fue agravándose y el asunto llegó hasta el presidente del Estado. De este modo, el mandatario tuvo que intervenir con un delegado del gobierno regional. El designado fue el doctor Manuel Emilio Toro Chrimíes, un destacado jurista de El Socorro, y residenciado en Aragua. Con inteligencia y apremio logró reunir a las partes del conflicto en la Plaza Bolívar,


—Un puente de ladrillo – decía Nicanor —, fue la línea divisoria entre las dos parroquias, ahora cubierto de cemento.


A parte de los hermanos Rodríguez, quienes con ejercicio memorialista aportan algunas anécdotas de este asunto ocurrido a principios del siglo XX, más nadie recuerda el hecho. Porque quienes la vivieron hoy son difuntos.


Infundid, Señor, vuestra gracia en nuestras almas, para que, pues hemos creído la Encarnación de vuestro Hijo y Señor nuestro Jesucristo anunciada por el Ángel, por los merecimientos de su Pasión y Muerte, alcancemos la gloria de la Resurrección. Amén. — Se escuchó el rezo en el largo zaguán de la Casa del Chaguaramo.


Una vez unas liceístas haciendo de periodistas de El Estudiantil, vocero de los estudiantes del liceo local, le preguntaron a Nicanor, ¿cómo se hizo el monaguillo de las Casas Muertas? Y él les respondió con interés, empezándole por contar su vida de niño y reencarnándole la imagen del muchacho sacristán, limpiador santos en la Iglesia Santa Rosa de Lima de Ortiz.


Nicanor era un jovenzuelo, un poco flaco. Se gastaba unos pantalones corto y aunque estaba en la edad de usarlos más largos —como mandaba la costumbre de la época—, no se los ponía. Había sido el monaguillo de varios curas del pueblo. Desde el Padre José Carmelo Matute, pasando por los párrocos Vera, Ibáñez, Peña, entre otros.


—Bueno, como he dicho siempre: Casa Muertas fue escrita en esta casa y cuando Miguel Otero Silva la terminó se la releyó a mi mamá, así como a otras personas que vivíamos aquí— dijo, humildemente.


La otra tarde el niño Nicanor salió de la bodega, donde trabajaba para ayudar al Padre Peña en las labores eclesiásticas.


— Voy a ir a limpiar la Iglesia, tío Domingo—dijo.
— Pues, anda muchacho — le respondió el tío, el antiguo concejal y representante civil del municipio.


Era casi siempre. Domingo Rodríguez Moreno, hombre bondadoso y con derramada sencillez, le daba el permiso. Por su parte, Nicanor tenía esa gratitud con Dios: ayudar al Padre Pernía (o el Padre Peña como era su verdadero apellido) en la misa, en la limpieza de la iglesia junto con otros muchachos de la época. Luego de las labores caseras, Nicanor salía corriendo de la bodega de don Domingo, luciendo  sus canillitas delgaditas a cumplir con el gesto humano de desempolvar a los santos y adórnalos con flores hechas de tela bañadas con esperma de vela.

,

Bajo el ocaso de las estrellas

por José Obswaldo Pérez

AQUELLA NOCHE el cielo anunciaba tempestad. No había estrellas. Era 1910. El suceso del Halley había pasado desapercibido, aunque los cables telegráficos y las reseñas de los periódicos anunciaban que podía verse como una fugaz luz en el firmamento. Pero, el comenta no se vio y las noticias en el pueblo sólo hablaban de la muerte del general Nicanor Arturo Rodríguez Moreno, el progenitor de Nicanor.

- Fue algo lamentable – dijo con aflicción y nostalgia.

El cuerpo y las mortajas del general Nicanor Arturo Rodríguez Moreno había sido traída de San José de Tiznados, en un coche bajo un manto de estrellas decembrinas. Había sido Jefe Civil de aquel municipio a petición del general Roberto Vargas Díaz, entonces presidente del Guárico, quien por instrucciones de él había renunciado a la Jefatura Civil de San Juan de los Morros, el 4 de septiembre de 1909 - en aquel tiempo perteneciente a la Jurisdicción de Aragua -, para ponerse al frente de esta otra.

Tenía 42 años y había nacido en Ortiz, en el año de 1868 y su muerte ocurrió más tarde, el 18 de diciembre de 1910. Era hijo de Doña Evarista Moreno Vilera y Don Fernando Rodríguez Moreno. El 18 de julio de ese año, el general David Gimón Itriago – nuevo presidente del Guárico – lo había llamado a formar parte de la Junta de Fomento del municipio San José de Tiznados, junto con su amigo, el sanjosedeño Jesús María Herrera.

- A mi juicio – explicaba Nicanor- mi papá cometió una equivocación al haber renunciado a la Jefatura Civil de San Juan de los Morros, lugar donde se le apreciaba y respetaba tanto.

El Coronel Nicanor Arturo Rodríguez fue comerciante, político y distinguido personaje de la aristocracia orticeña. Llegó a ser concejal y presidente del Concejo Municipal, en el año uno. Asimismo, participó en diversas funciones y actividades públicas.

- ¡Caramba! Mi papá – decía- era un hombre muy palúdico para haber escogido irse a ese pueblo, que estaba en completo abandono, no tenía médico ni camino para llegar allá.

La muerte del Coronel Rodríguez se debió a una fiebre larga, causada por el paludismo. En esos días, El Universal publicó su fallecimiento en una pequeña nota necrológica, que decía: “Ayer murió en San José de Tiznados el Coronel Nicanor Arturo Rodríguez, quien se desempeñaba en la Jefatura Civil de aquel municipio”. Y otra, que igualmente señalaba: “La muerte del señor Nicanor A. Rodríguez anoche en San José de Tiznados, enluta a varios hogares de esta ciudad”.

Cuando falleció el padre de Nicanor Rodríguez había muerto también Doña Filomena de Ducler, la maestra de la única escuelita de Ortiz, a la que asistían los niños palúdicos del pueblo, regularmente a buscar sueños y esperanzas.

ENTIERROS DE MUERTOS VIVOS

- Es mejor morir, Ángela, que mal está sufriendo. No te voy a llevar a casa; sé que eres mi esposa, pero tendré que hacerlo, no valdrán tus quejidos; todos los muertos de este pueblo se quejan cuando están cerca del hoyo.

............................................................................................................................................

por José Obswaldo Pérez

ARTURO RODRIGUEZ contaba que, cuando niño, se colocaba en las barandas de la Casa Atravesada, a contar los muertos que a tempranas horas de la mañana iban desfilando hacia el cementerio hasta casi tarde de la noche, hora en que los espíritus y las almas en pena salían a retozar con el ganado en el silencio de la soledad. - Yo me ponía a contar a los muertos, desde por la mañana hasta las nueve o diez de la noche, cuando todavía seguía la procesión de moribundos y, entonces, mi mamá me llamaba adentro. Las enfermedades fueron aniquilando la población y, poco a poco, convirtiéndola en una aldea de fantasmas, cuyos rostros exhibían aflicción y tristezas. El aguijón del aedes había cobrado sus víctimas sin respetar edades, sin que valieran las medicinas, los rezos ni los más variados menjunjes para espantar aquella diabólica peste. El pueblo estaba casi deshabitado. Todos habían emigrado. Y eran tantos los moribundos que los muertos los enterraban vivos. Llegaban a la sepultura sin la conformidad de la Ley de Dios. No había tiempo para el toque de las campanas ni menos para preparar el difunto. Eran días del éxodo, decía Doña Evarista, la abuela de Nicanor, moviéndose en la mecedora. Y con ese hablar característico iba dibujando un cuadro desalentador que colmaba la historia del pueblo en un relato necrológico de drama y muerte, miseria y ruina. - La peste vino y dio en toda Venezuela. Pero, aquí fue más terrible porque encontró el terreno abonado. Un pueblo palúdico, con hambre, y en el último estado de abandono como estaba en esa época - señalaba Arturo Rodríguez, bajo la sombra de una mata de mango en el solar de su casa. - Acabo con lo que quedaba - señaló. La mayoría de los pobres eran llevados al cementerio en chinchorro o en la Urna de la Caridad. Un ataúd negro, fabricado para uso público del Concejo Municipal que prestaba sus servicios gratuitamente a las desamparadas víctimas del paludismo, la hematuria, el vomito negro y últimamente a los de la peste española. - A mí me dio dos veces y gracias a Dios que la pase – cuenta Arturo -. En esa época vivíamos en la Casa Crespera que estaba en la Calle del Ganado y que ahora llaman la avenida Doctor Roberto Vargas. Una casa que era propiedad del general Joaquín Crespo Torres y por allí, al frente, pasaban los muertos hacia el cementerio. Esa noche de 1910, una dama anciana contaba - entre solloza -, en el salón del velatorio que la niña Crístina Paúl, hija de unos de los generales Paúl, había fallecido de calentura o de fiebre alta, manteniéndola postrada por siete días en cama, con el desconcertante consuelo de la muerte. - Aquí no entierran otro muerto más - dijo el Jefe Civil -, el cementerio está clausurado. Su cuerpo estaba frío e inerte. El olor a mortina se hacía sentir en el salón apesadumbrado, pero finamente decorado con flores frescas de los jardines de la casa. Pero, el cadáver de Columba no podía descansar religiosamente, junto a las almas del antiguo camposanto, el de los antepasados familiares, que en el pueblo llamaban el Cementerio de Los Españoles. No la enterraron sino a los tres días después, porque el Jefe Civil del municipio, Ismael Capote, no autorizaba aquel entierro y porque los familiares de la difunta se aferraron a aquella alma de Dios debía ser sepultada en el cementerio viejo de Ortiz. - El cementerio está clausurada por mandato del general Gimón y no voy a desobedecer sus órdenes y permitir allí otro entierro- sentenció tajantemente Capote, el gernamen del pueblo. La pobre Columba fue enterrada en el recién inaugurado Cementerio Nuevo o en el « Pate’ vacal», como lo llamaba la gente. De nada valieron los reclamos de la familia. Ni las protestas. Fue todo vano. Todo quedó con el remedio de sepultarla allí. - La pobre se distraía jugando con las mariposas de colores en el jardín- decía la dama anciana entre solloza, rezos y murmullos de lapida. Al otro día, al amanecer, todo continúo igual. Colmenares, el sepulturero de las almas de la peste y el conocedor de todas las penurias del pueblo, mantenía su rutina diaria. Era un hombre corpulento, negro. Y según, quienes lo conocieron, había venido al pueblo del oriente con una buena estrella, porque no le había caído ni « coquito». Era un hombre saludable para aquel trabajo, poco recomendado y deseado en una ciudad de Apocalipsis. Una noche se le oyó hablar metido en un chinchorro que los muertos salían en la media noche con el torpe paso de las reses, retumbando en el silencio. El enterrador de muertos – y casi muertos- estaba preso por matar a su esposa. La había matado en el camposanto. Se llamaba Ángela Escobar y la trajeron en un chinchorro quejándose de la muerte. Sin embargo en esos días, como no había nadie quien lo sustituyera del oficio, el jefe civil coronel Ignacio Carreño España resolvió anular la pena y soltarlo. - Es mejor morir, Ángela, que mal está sufriendo. No te voy a llevar a casa; sé que eres mi esposa, pero tendré que hacerlo, no valdrán tus quejidos; todos los muertos de este pueblo se quejan cuando están cerca del hoyo. Pero, es mejor moría Ángela, que mal estar sufriendo – dijo el negro Colmenares, antes de sentenciarle la muerta a su mujer. · ¿Qué cuarto es éste? – preguntó Ángela, en su delirio. Colmenares le hecho la tierra encima y Ángela ese día no volvió a ver la luz. Se marcho esa tarde, dentro de su agonía, olorosa a guarapo de papelón.

El Cementerio viejo de Ortiz

La historia del cierre total del camposanto significó el entierro final de la heroica comarca. Con él terminaba las glorias de una población que llegó a ser bautizada en siglo XIX como “La Flor de los Llanos”, por su pujante economía agropecuaria y sus signos de bienestar social. No era para menos.



Por José Obswaldo Pérez *

EN 1910, el presidente del estado Guárico, el zaraceño David Gimón declaraba clausurado el viejo cementerio de Ortiz, conocido hoy como Cementerio Colonial o el de Los Españoles. El cierre de esta obra pública, inaugurada durante el septenio gubernamental del general Antonio Guzmán Blanco, marcaba el fin de una de las épocas más negras de su historia local: escenario testigo de la hecatombe epidémica de un pueblo que se negó a morir. Con ella se daba paso a otra historia de la salubridad pública municipal: la construcción de un nuevo osario que, después, se conocería entre las familias pudientes como el “pata e’vacal”, para referirse a una hierba abundante que crecía en aquella zona aledaña al naciente Barrio La Romana.


La historia del cierre total del camposanto significó el entierro final de la heroica comarca. Con él terminaba las glorias de una población que llegó a ser bautizada en siglo XIX como “La Flor de los Llanos”, por su pujante economía agropecuaria y sus signos de bienestar social. No era para menos. Había llegado a ser la sexta ciudad más importante Venezuela. Ortiz con el nombre de Cantón, entonces Departamento Bermúdez, estaba dividido en dos parroquias: la de Santa Rosa de Lima de Ortiz con 8.042 habitantes y la de Las Mercedes con 2.121 habitantes. Tenía tres prefecturas. Cuarenta casas de mercancía y víveres. Ganadería y una brillante actividad cultural.

El viejo cementerio colonial de Ortiz fue construido en 1873. Según el primer censo oficial de Venezuela -auspiciado por el septenio guzmancista-, se puede extraer una descripción de la nueva obra. “Un cementerio nuevo y de bastante capacidad cuya portada y una pequeña capilla en su interior no estaba concluida para octubre del año próximo pasado...
[1]

Durante la colonia, el lugar de los muertos no fue un espacio opuesto al patio de la iglesia. Esto se demuestra con la visita de Monseñor Mariano Martí a Ortiz, el 05 de mayo de 1780, cuando deja constancia que no había cementerio
[2] y ordenaba su pronta construcción. Pero, mucho antes de su edificación, los cadáveres de la gente más acaudalada eran enterrados en la Iglesia Santa Rosa de Lima, de acuerdo a sus rasgos y sus meritos o según el tramo de sepultura que permitía su condición económica[3]; mientras las personas de menores recursos se sepultaban en solares determinados por la autoridad o bien en los patios de las propias casas de los dueños, aunque esta última opción no era común en el centro urbano sino en los caseríos o hatos.

Esta misma condición se observa en el viejo cementerio de Ortiz, el cual estaba dividido en dos secciones. Un sitio para los ricos y otro para las clases más humildes. Esta discriminación social se acentúa con su “ensanchamiento” para finales del siglo XIX. Asimismo, el camposanto estaba compuesto por nichos y tumbas de dos y tres pisos, decoradas con ángeles y cruces de hierro forjado elaborados por artesanos de la localidad. Era, realmente, un lugar sagrado; un espacio, cuya singular belleza arquitectónica.

Debido a la expansiva epidemia que comenzaron hacerse sentir en la población, en el año de 1879, el doctor E. Velásquez – médico del pueblo de Ortiz- propone el gobierno nacional la construcción de un nuevo cementerio en “un lugar más conveniente a sotavento i suficientemente apartado de la población y de los manantiales que la surten de agua potable
[4].

Sin embargo, la medida de salubridad pública que toma el gobierno fue la de su “ensanchamiento”, para lo cual destinó unos pocos recursos financieros para que las víctimas del paludismo pudieran ser enterrados en el antiguo cementerio de los españoles. Pero, debido al crecimiento de su espacio físico, se declaró su cierre en el año de 1910.

El viejo cementerio de Ortiz fue la propiedad común de los vivos, como lo había sido anteriormente el derecho de ser enterrado en el lugar en el que se habían pagado los diezmos, pero sobre todo con el derecho acostumbrado de ser enterrado en el lugar en donde uno había vivido o donde estaban sepultados sus seres queridos. Por eso, su clausura trajo consigo disputas como las ocurridas entre el Jefe Civil, Ismael Capote, y algunas familias que aún se resistían a enterrar sus deudos en el nuevo cementerio
[5].

Dos escritores venezolanos han hecho mención del viejo cementerio de Ortiz, como escenarios de hechos narrativos. El primero fue el doctor Daniel Mendoza- escritor orticeño-, quien escribió lo siguiente:

En su desvencijado cementerio había enterrados varios seres
caros a mi alma.
Mi tristeza fue más honda al ver sus tumbas arropadas por
los matorrales, circuidos de barandales herrumbrosos, resquebrajados.
Me
aleje de aquel sagrado sitio con el corazón oprimido
.”
[6]

Mientras, el otro escritor es Miguel Otero Silva en Casas Muertas, donde describe el lugar de la siguiente manera:

Se divisaba ya la tapia del cementerio, su humilde puerta con
cruz de hierro en el tope y festones encalados a los lados. Carmen Rosa
recordaba el texto del cartelito, escrito en torpes trazos infantiles, que
colgaba de esa puerta: “No salte la tapia para entrar. Pida la llave». La tapia
era de tan escasa altura que bien podía saltarse sin esfuerzo. Y no había a
quien pedir la llave porque nadie cuidaba del cementerio desde que murió el
viejo Lucio. El gamelote y la paja sabanera se hicieron dueños de aquellas
tierras sin guardián, campeaban entre las tumbas y por encima de ellas,
ocultaban los nombres de los difuntos, asomaban por sobre de la tapia
diminuta"
.
[7]

El 5 de julio de 1911 – ya en el siglo XX- fue inaugurado por el presidente estado Guárico, David Gimón, el nuevo cementerio de Ortiz, en conmemoración del Centenario de la Creación del Estado Guárico, con todos los protocolos de un acto pomposo[8].

Más tarde, en la década de los años 70 – del siglo pasado-, la profanación de los sarcófagos causo alarma en los medios de comunicación social. Las denuncias recayeron en los saqueadores de tumba que se dedicaban a conseguir piezas de oro u otras pertenencias de valor de los difuntos. También la acusación rebotó a los estudiantes de medicina y antropología de la Universidad Central de Venezuela, quienes habían roto nichos para expropiarse de huesos y cráneos de cadáveres para investigaciones y estudios científicos.

En el mismo siglo- en el año 96-, una inundación causó el derrumbe del portón principal, un vestigio -que si se quiere- fue el emblema simbólico de las viejas tapias que adentraban a los curiosos en el misterioso lugar sagrado. Apenas sus ruinas representan hoy una estampa de la floreciente ciudad de Ortiz de finales del siglo XIX. Un espacio que puede recuperarse para atracción turística. Recientemente el Instituto del Patrimonio Cultural hizo un inventario de objetos y cosas históricas e incluye a muchas espacios y objetos de Ortiz. Nuestro viejo cementerio está incluido como parte de nuestro patrimonio.


NOTAS

[1] APUNTES ESTADÍSTICOS DEL ESTADO GUÁRICO (1967). Caracas: Biblioteca de Temas y Autores Guariqueños. Edición Oficial, 1876.
[2] MARTÍ, OBISPO MARIANO (1988). Documentos Relativos a su visita Pastoral de Diócesis de Caracas 1771-1784. Tomo II. Libro Personal. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia; p179
[3] Ídem; p 181
[4] Archivo Nacional. Tomo CMXCVI, folio 195. Ver también el trabajo de RODRÍGUEZ DELLÁN, E (1974). Dinámica Geográfica de un Pueblo. Contribución al estudio de la Evolución Urbana de Ortiz. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Mimeografiado.
[5] PEREZ A, José Obswaldo. Donde el pueblo el tiempo es el Olvido. Inédito.
[6] MENDOZA, Daniel (1918): El Llanero. Madrid: Editorial América. Capitulo XVI. Los Morros de San Juan. Centinelas del Llano. La Gran Ortiz. Págs. 189-194.)
[7] SILVA OTERO, Miguel (2001): Casa Muertas. Biblioteca del El Nacional. Capitulo I. Un entierro; pp. 5 - 6.
[8] El Universal, 6 mayo de 1911.
BIBLIOGRAFÍA

Documentos

APUNTES ESTADÍSTICOS DEL ESTADO GUÁRICO (1967). Caracas: Biblioteca de Temas y Autores Guariqueños. Edición Oficial, 1876.
ARCHIVO GENERAL DE LA NACION. Tomo CMXCVI, folio 195
ALCALDÍA DE ORTIZ (1994): Titulo de posesión de Tierras del Pueblo de Ortiz. Ortiz: Concejo Municipal. Material no publicado. Mimeografiado.

Bibliografía

ALVAREZ, Pedro Fidel (1996). Ortiz y su cementerio. Proyecto Guárico. Boletín Informativo. No.1. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Departamento de Arqueología y etnografía; pp 11-13
BOTELLO, Oldman (1994) Para la Historia de Ortiz. Villa de Cura: Publicaciones de la Alcaldía del municipio Ortiz.
MENDOZA, Daniel (1918): El Llanero. Madrid: Editorial América. Capitulo XVI. Los Morros de San Juan. Centinelas del Llano. La Gran Ortiz. Págs. 189-194.)
RODRÍGUEZ DELLÁN, E (1974). Dinámica Geográfica de un Pueblo. Contribución al estudio de la Evolución Urbana de Ortiz. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Mimeografiado.
SILVA OTERO, Miguel (2001): Casa Muertas. Biblioteca del El Nacional. Capitulo I. Un entierro.
VILA, Marco A (1978): Antecedentes Coloniales de Centros Poblados de Venezuela. Caracas: Ediciones de la Facultad de Humanidades, UCV.
VILA, Pablo (1991): El Obispo Martí. Tomo II. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Facultad de Humanidades y Educación.

Hemerográfica

PEREZ A, José Obswaldo (2002, Agosto 19) Algunas Noticias del Cementerio viejo de Ortiz. Valle de la Pascua: Diario Jornada; p. 2

Diccionarios

FUNDACIÓN POLAR (200): Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas:
MAC PERSON, Telasco A (1941): Diccionario del Estado Miranda. Los Teques.
________________
*José Obswaldo Pérez es periodista, profesor universitario e historiador venezolano.

FIESTA, DISCURSO Y PUEBLO (y III)

porJosé Obswaldo Pérez


Los años cuarenta serán los años de la resurrección del pueblo de Ortiz. Otra vez como el ave fénix, diría Núñez Gómez -el antiguo cronista del siglo XIX -, surgirá de la ignominia y del olvido a que fue sometido. De aquel pueblo de apogeo cultural sólo quedaba un retrato social que Don Guillermo R. Matute, el periodista orticeño y corresponsal de la agencia Prensa Venezolana (Peve), describiera en el diario Heraldo, en un artículo en el que reclamaba por el bienestar de su pueblo. “Ortiz, siempre Ortiz”, sería una de las notas periodísticas donde exigiría: “Este viejo pueblo, floreciente y activo hace medio siglo, hallase casi agónico, sin que se sienta aquí un influjo benéfico por parte del ministerio de Sanidad y Asistencia Social”.

A esta lucha progresista se sumaría el presidente del estado, el intelectual Pedro Sotillo, quien haría todo por lograr el saneamiento de esta comunidad. Es, así, como en ese año 44, una misión técnica agropecuaria estudiaría el resurgimiento de la población, con lo cual el Ministerio de Agricultura y Cría accedería darle agua tratada a la población. “El abastecimiento de agua potable – escribe Don Guillermo Matute – es la tragedia máxima de este pobre pueblo...”.


Otro de los hechos más recodados por los orticeños para esta década, fueron las grandes fiestas que se realizaron en lo que se conoció como el Centro Cultural Pro-mejoramiento de Ortiz, que fundo el profesor Luis Acosta Rodríguez, en 1947. Según el acta constitutiva señala: “… una institución sin fines de lucro, para trabajar por el mejoramiento social, cultural, educativo, deportivo, sanitario y ambiental de la población”.


El Centro Pro-Cultural de Ortiz tuvo una vida muy fructífera; fue el lugar de cita de grupos musicales y teatrales como el Retablo de Las Maravillas (conocido hoy como Danzas Venezuela), con la actuación de la famosa artista Yolanda Moreno y que fundó el profesor Manuel Rodríguez Cárdenas. Otro artista recocido que hizo presentación fue Cesar del Ávila, guitarrista y cantante, conocido por aquella letra que dice así: “ Un negro con una negra es como una noche sin luna y un negro con una blanca es como leche y espuma; así combinan los colores de nuestra industria nacional”.


A principio de la década llegó a Ortiz, Humberto Bustamante, hombre con suficientes conocimientos de pentagramas. Bustamante era oriundo de Villa de Cura y se residenció posteriormente en Ortiz en los años 50. A mediado de esa período, cuando funda una escuela de música, que personalmente dirigía y que dedicará parte de su tiempo a forma jóvenes. Allí tendría, entre sus alumnos, a Pedro Gallosa, quien aprendería la habilidad de componer y escribir canciones. A Don Silverio “Chipilo” Velásquez, Víctor Seijas, Domingo Rodríguez, Hilario Mirabal, Julio Sánchez, Carmen Piña y Graciela Hidalgo, entre otros.



Bustamante conquistó la simpatía de los orticeños y se ganó el apodo de “El pisador”, por aquello de que cada año procreaba un muchacho. Y él solía decir, con humor: “Con estas canas que tengo voy a las barbas”. Don Chipilo Velásquez, telegrafista y memorialista de esa época, recuerda aquellas retretas donde Bustamante y Eduviges Estrada eran la atracción local. “Quizás Bustamante le devolvió la alegría a Ortiz”, subraya Velásquez.


Por otro lado, habría que acotar que sobre Bustamante y Eduviges Estrada dice Evandro Matute (1985: 11) lo siguiente: “... por las calles del pueblo venía el destartalado tambor de tres pistones de Humberto Bustamante, el saxofón de Manuel Eduviges Estrada, acompañado por un clarinete y otros dos instrumentalista que el mismo Bustamante había improvisado en aquella ocasión...”. Y más adelante señala que Bustamante y Estrada no eran músicos excelentes “Pero cuando tocaban solían soplar con toda el alma sincera que llevaban en los paseos musicales, en los toros coleados, en las procesiones y otros actos”. (Matute, 1985: ídem).



Bustamante murió en San Juan de Los Morros, aciano; de su herencia musical nada quedó y la incuria volvió a reinar sobre Ortiz. Don Pedro Gallosa resumía con pesimismo, aquella última etapa de la historia musical de Ortiz, como una página muerta: nada de partituras, nada de composición de canciones ni bandas en las calles. Simplemente, todo se había acabado.

FIESTA, DISCURSO Y PUEBLO (II)

FIESTA, DISCURSO Y PUEBLO (II)

José Obswaldo Pérez

La prensa, como registro histórico del pasado, recogió parte de esos acontecimientos de principio de siglo. Dice una información del 22 de febrero de 1913, lo siguiente: “Anoche fue obsequiado el señor Germán Matute con una serenata en la que reinó mucha cordialidad”. Así como esta otra nota, publicada en El Nuevo Diario: “Hoy se celebró solemnemente la fiesta de San Antonio. En el hogar de la señora Evarista Moreno de Rodríguez, ofreció un banquete ofrecido a los pobres. El filántropo señor Domingo Rodríguez Moreno repartió una suma de bolívares a todos”. En este sentido, la familia Rodríguez Moreno mantuvo la tradición de celebrar el Día de San Antonio, hasta no hace mucho tiempo. El festejo se realizaba con mucha solemnidad, acompañado de música religiosa y una larga procesión del santo.


Durante los inicios del siglo XX, se identifican tres etapas musicales conque finaliza un interesante período musical en la Historia de la Música en Ortiz. La primera comienza con el restablecimiento de la Banda Municipal en el año de 1921, la cual estuvo dirigida por el maestro Sergio Repillosa, quien fue alumno de Piñero y tocaba todos los instrumentos. Dicha banda musical funcionó en la vieja casa de alto donde está ubicada actualmente la Escuela Básica Juan Germán Roscio, la cual integraba Domingo Olivo, en los cornetines; Alvarito Vargas Gómez, en la trompeta; Delfín Marrón Cabrera, en la guitarra grande; los hermanos Rafael y José Seijas, en el cuatro y el bajo; la joven Julia Blanco, en el requinto; Manuel Barrios, en el clarinete; Domitilo Gil, en el tambor; Luis Quiroz y Domingo Meléndez Roscio, en las flautas.

FIESTA, DISCURSO Y PUEBLO (I)

Venezuela respiraba una paz supina. Gobernaba un hombre de carácter autocrático y de firmeza dura. El general Juan Vicente Gómez, el gerdamen necesario, cuyas manos guante se extendían hasta pueblos tan olvidados como Ortiz, a través de sus jefes civiles y hombres de confianza. Hubo gente que celebraba la ideología del régimen, cuyas consignas políticas eran: Orden, Paz y Progreso. Propaganda servida para alimentar a sus camaleones locales en su adhesión al gobierno y al oportunismo político de turno.
......................................................................................................
Por José Obswaldo Pérez A COMIENZO DEL SIGLO XX, el escenario musical del pueblo de Ortiz era testigo de un período de abandono y muerte cultural. Las enfermedades palúdicas, finales de la centuria pasada habían dejado sus heridas en la población. Casi habían borraron del ambiente las expresiones artísticas formado en la época anterior. Muy pocos músicos, nativos o venidos de otras regiones, sobrevivieron a la hecatombe dejada por las epidemias y los destrozos de la Guerra Federal. Los que se habían quedado, al poco tiempo, abandonaron la ciudad con el rastrojo de la endemia palúdica en los corazones. Sin embargo - por la resistencia de unos -, la población se negó a morir. Pero, el pueblo que llegó ser bautizado como La Rosa de los Llanos por su apogeo económico y cultural era sólo ruinas, casas abandonadas y una bibliografía necrológica sumergida detrás de la leyenda negra del oscurantismo y el aislamiento gomecista. Venezuela respiraba una paz supina. Gobernaba un hombre de carácter autocrático y de firmeza dura. El general Juan Vicente Gómez, el gerdamen necesario, cuyas manos guante se extendían hasta pueblos tan olvidados como Ortiz, a través de sus jefes civiles y hombres de confianza. Hubo gente que celebraba la ideología del régimen, cuyas consignas políticas eran: Orden, Paz y Progreso. Propaganda servida para alimentar a sus camaleones locales en su adhesión al gobierno y al oportunismo político de turno. Sin embargo, la resistencia de unos hombres aún apegados al régimen del stablisment siempre dejó espacio, como herencia de su época de oro, para las grandes fiestas y, por su puesto, para la música. En esa lucha y perseverancia los habitantes del pueblo pudieron mantener sus fiestas oficiales y religiosas. En 1910 la comunidad había organizado una recoleta para la adquisición de un armonio para la iglesia y las fiestas patronales eran amenizadas por la banda calaboceña que dirigía el profesor Gregorio Ascanio, nativo de Guatire, estado Miranda. Ascanio tocaba bandolina, guitarra y armonio; además, era escritor de música religiosa. En esa misma época, José Ángel Bosch Landa, distinguido intelectual villacurano, vino a Ortiz, con la idea de establecer en esta ciudad un plantel educacional, con el apoyo de José de Jesús Trujillo, según lo informaba el periódico El Imperial de Villa de Cura. Bosch Landa fue profesor de música, junto con Pedro Oropeza Volcán, oriundo de Guardatinajas y autor del famoso vals “Claro de Luna”, según Adolfo Rodríguez. Por ese tiempo, también, el general y doctor Roberto Vargas Díaz – nativo de Ortiz-, había sido nombrado presidente provisional del estado, el 31 de agosto de 1909. Durante su gestión de gobierno deja fundada la Banda Roscio, que dirigió el orticeño Manuel Antonio Piñero, hijo adoptivo de Rudesindo Piñero y de una señora de apellido Becerra. Según, Darío Laguna en su trabajo La Música en El Sombrero señala que fue “un músico de muchos conocimientos, quien inició jóvenes en el estudio de la música. El maestro ejecutaba varios instrumentos y era, además, compositor. Dejo varias partituras con sus composiciones musicales, que han desaparecido” (1989:74-75). Manuel Aquino, Cronista de El Sombrero, afirma que fue un hombre de una gran personalidad, promotor de los estudios musicales en la ciudad de Mellado. Llegó a esa localidad a finales del siglo XIX como Contador Público y ocupó diferentes cargos de la administración local. Fundo una escuela para enseñar teoría, solfeo y tocar piano, armonio y otros instrumentos. Fue maestro de Prudencio Isáa, uno de los músicos universales de la Historia Contemporánea de Venezuela, oriundo de la población sombrereña. Además, se le conoce como el arreglista del Himno del estado Guárico. “Manuel Antonio Piñero – creámosle a don Manuel Aquino – fue, en toda la cabalidad de la palabra, un profesor de música”. Cuenta Aquino una anécdota que, una vez, en un concierto en Tacarigua, estado Aragua, a Piñero se les fueron rompiendo las cuerdas de su violín, quedándole una sola, con la cual termino su presentación" ( Entrevista Personal, Octubre 10,1999). Murió como los elefantes, volviendo a su pueblo de Ortiz, donde falleció el 12 de diciembre de 1912. El Concejo Municipal le rindió un merecido homenaje en su deceso. Después de la muerte de Piñero, sucedió la dirección de la Banda y la Escuela Filarmónica, el intelectual Juan Marrón Cabrera, quien fue violinista y periodista local. En 1914, paso su dirección al profesor Pedro Oropeza Volcán, quien fue muy reconocido por la aristocracia orticeña representada por las familias Rodríguez, Rodríguez Sierra, Marrón Cabrera, Toro Meléndez, Meléndez Roscio y entre otras. Los bailes y los agasajos de las luces del pro-gomecismo contrastaban con la otra realidad que vivía el pueblo de Ortiz: su pobreza humana.

SAN JUAN EN DOS TESIS

Dos trabajos de grado de la Maestría de Historia de Venezuela, en la Universidad Rómulo Gallegos (UNERG) abrigan nuevos aportes a la historia local de San Juan de los Morros. Producto de este postgrado, las profesoras Gledys Da´ Silva y Aura Marina Betancourt han contribuido a dejar dos investigaciones referidas a la concepción de la historia y del proceso socio-histórico de una urbe sanjuanera.
......................................................................................................................
Por José Obswaldo Pérez RECIENTEMENTE, dos trabajos de grado de la Maestría de Historia de Venezuela, en la Universidad Rómulo Gallegos (UNERG) abrigan nuevos aportes a la historia local de San Juan de los Morros. Producto de este postgrado, las profesoras Gledys Da´ Silva y Aura Marina Betancourt han contribuido a dejar dos investigaciones referidas a la concepción de la historia y del proceso socio-histórico de una urbe que se sintetiza en la denominada Historia Social, entendida ésta como historia síntesis o historia global, la cual aborda el proceso histórico como una totalidad. Esta corriente historiográfica tiene en la obra y enseñanzas de los grandes historiadores franceses Marc Bloch y Lucien Fevbre, fundadores de la llamada Ecole des Annales y en el maestro Pierre Vilar, entre otros, a sus principales propugnadores y en nuestro país, al maestro Federico Brito Figueroa (1996). La misma nos ha permitido abordar desde el presente la historia de nuestros pueblos llaneros donde se ponen en escena todos los conflictos económicos, sociales y políticos que rodean el entorno del llano, pero en una visión de totalidad, donde lo histórico se analiza en su vinculación con lo social. La profesora Gledys Da´ Silva, en su trabajo El desarrollo demográfico de San Juan de los Morros entre 1782 y 1830. Aproximación a su estudio, plantea que a partir de la visita de Garci González a tierras guariqueñas se inició el proceso de poblamiento colonial del territorio que hoy comprende la región de San Juan de los Morros. “El descubrimiento de yacimientos minerales, predominantemente argentíferos, en los alrededores de la actual ciudad de San Juan, entre los años 1564-1567, ocasionaron para 1569 la inmigración al área de un gran número de personas entre ibéricos, indígenas traídos por los conquistadores y así como negros, esto con el fin de garantizar la disponibilidad de fuerza de trabajo tanto para las Haciendas agrícolas, como para la industria minera de la sierra de San Juan”. A partir de este proceso, la provincia de Venezuela se fue poblando progresivamente de hatos de blancos y mestizos, cuyas producciones agropecuarias y artesanales se beneficiaban del tránsito de pasajeros entre la Villa del Rey de San Luis de Cura y la ciudad de San Sebastián de los Reyes. “La encomienda estuvo en el origen del primer poblamiento disperso en la región, dando como primer resultado la planificación y construcción de los hatos y los aposentos de los respectivos encomenderos en el campo. El otrora paisaje indígena en la zona, fue reemplazado por el asentamiento español que organizó el espacio a partir de la construcción de trapiches, haciendas ganaderas y los primeros hogares campesinos en una fusión entre la vivienda tradicional indígena y el aporte arquitectónico español; de la misma manera, se establecieron a lo largo y ancho de los caminos las primeras fondas y rancherías que marcaban el paso de los viajeros que incursionaban en los nuevos pueblos fundados en los llanos de Paya. Estas dos formas, aposentos y rancherías, constituyeron el primer poblamiento a partir de los colonizadores españoles". Da´ Silva apunta que otro factor que determinó el poblamiento del sitio San Juan fue el papel que jugaron los caminos. El camino sobre el que se empezaron a establecer las primeras fondas y rancherías fue el llamado Camino Real, cuya apertura se había iniciado en 1680; unía los centros urbanos de Villa de Cura y San Sebastián de los Reyes, pasando por el lugar exacto en donde se encuentra actualmente la ciudad de San Juan de los Morros, lo que hacía de este sitio un lugar de tránsito muy importante, pues allí convergían las rutas para dirigirse a los anteriores destinos. La construcción del camino real y su paso por el sitio, necesitó de la construcción de posadas para arrieros, acrecentándose en consecuencia el rancherío. Este proceso se lleva a cabo durante largos años con gentes provenientes de lugares tanto cercanos como distantes que hacían su periplo por estas tierras, aún inhóspitas, logrando conformar lentamente un caserío sin fundador. Entre los siglos XVIII y XIX son un periodo en materia demográfica de bastante interés puesto que son siglos de bastante reacomodos y movilización de importantes contingentes de población en lo que hoy conforma la ciudad de San Juan de los Morros. Es por ello que el sitio San Juan servirá como motor de poblamiento y desarrollo de los llanos guariqueños, entonces desolado e inhóspito. Por su parte, Aura Marina Betancourt – docente de la UNERG- con su tesis San Juan de los Morros durante el período gomecista. Aproximación a un estudio urbano (1908-1935), aborda el desarrollo urbanístico de San Juan de los Morros durante las gestiones administrativas de Manuel Sarmiento, el General Juan Alberto Ramírez y el Teniente Coronel Ignacio Andrade, cuyas obras están relacionado estrechamente con las condiciones políticas, económicas y sociales de la época, en un contexto histórico en el cual se conjugan tradición y modernidad. Estos factores influyen notablemente en la producción arquitectónica y de infraestructura realizada en el país, siendo esto más evidente en las obras públicas, por causa de las decisiones políticas relativas al sistema de distribución de la renta petrolera, puesto que parte de la misma fue orientada hacia las inversiones en el sector construcción, incidiendo en la ocupación territorial y en el desarrollo de las urbes. Estas condiciones económicas, políticas y sociales predominantes incidieron directamente en el desarrollo y características de la dinámica urbana de San Juan de los Morros, debido a la migración campo-ciudad. En San Juan, el clima y las cercanías con la ciudad de Maracay, fue un elemento clave. Dice Betancourt que la acción del gobierno se concentra principalmente en la ciudad inicial, una de las consecuencias más importantes, a nivel urbano, como producto del aumento de población originado por la explotación petrolera, es la extensión de la ciudad hacia un sector alejado del núcleo original, conformándose dos ciudades. Esta nueva ciudad comienza a crearse a principios de la década del 20, ya que existen indicios de que la población de San Juan de los Morros se va extendiendo preferentemente hacia el lado suroeste por los sitios denominados "Agua Hedionda", "Las Ajuntas" " Chaparral” “Cañaote”, zonas campestres de condiciones climáticas, saludables y agradables cuyos asentamientos se realizan de un modo irregular y sin plan de ordenamiento Más adelante señala que el proceso de crecimiento y desarrollo del ensanche y su incorporación como área urbana es posible determinarlo a través de las Obras Públicas ejecutadas por el ministerio del ramo en San Juan de los Morros. El establecimiento de los Baños Termales, las nuevas vías de comunicación y la obra del gobierno local para atender la estrategia de centralización territorial, producto del Programa Rehabilitador y de la explotación petrolera, deja profundas huellas en la fisonomía de la ciudad, un cambio trascendental que comienza a vislumbrarse en el transcurso de la década del veinte y que establecerá las pautas para el futuro desarrollo de San Juan de los Morros. “Se gestará en su estructura urbana: la creación de otra ciudad, distinta y lejana a la ciudad de origen, pero aún con sus rasgos tradicionales. Se tiene, así, en la década del veinte la conjugación de múltiples factores políticos, económicos y sociales que se materializan en el espacio urbano samjuanero. Los cambios introducidos en la estructura urbana, como consecuencia del gasto público por concepto petrolero en la región, provocan una transformación de la ciudad existente -que había permanecido casi inalterable durante el siglo XIX-y hace que sus habitantes busquen otras alternativas de localización”, afirma. Estas dos investigaciones, además, de responder a las exigencias académicas de calidad, cumplen con la dimensión de pertinencia social que se le exige a la labor académica y científica a la universidad como institución no sólo formadora de recursos humanos sino, también, como organización creadora de conocimientos para el bienestar social y desarrollo humano. Ambas investigaciones les devuelven la memoria histórica a San Juan de los Morros y sirven como una propuesta para el desarrollo integral de nuestro país.

Los primeros benefactores de la Iglesia de Ortiz

Con el devenir del tiempo, la edificación de la iglesia tuvo diferentes etapas históricas. Antiguamente había sido una ermita, levantada en tapia, madera y paja; ubicada cerca del río Paya, a dos ó tres cuadras de su actual sitio, en lo que hoy se llaman el sector Las Mercedes.


Por José Obswaldo Pérez



LA IGLESIA DE ORTIZ, por su arquitectura decimonónica, se incluye entre los templos más hermosos que existen en Venezuela. Es de líneas clásicas, en forma armónica con sus torres. Ambas, su decoración, en ladrillo una y en piedra la otra, demuestran el arte y el gusto de sus constructores. “Los adornos de las torres son como encajes realizados por manos finas, delicadas, labradas en ladrillo y compactadas con argamasa”, describe el Padre Ricardo Pínter Revert en su revista Orientación, publicación semanal editada en los talleres gráficos en la Vicaría de Ortiz, en el año 1965.