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Las voces de lo creado

Por Daniel R Scott

"Tenía la impresión de estar sumergido y nadando en el seno de la armonía universal; su alma se había identificado con el alma del mundo" ( Ignacio Larrañaga, en "El Hermano de Asís" )

"El mundo, aunque caído, no es todo tristeza o miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo" ( Elena G. De White )

"Oh hermanas mías, / sencillas e / inocentes / tórtolas" ( Argénis Rodríguez)

Estoy aquí, como casi todos los domingos, en el mismo lugar de antaño, a la fresca sombra de los árboles, acariciado por esa brisa peregrina que no tiene rumbo fijo, asediado por la débil y fría luz del sol poniente que ya perdió sus fuerzas del mediodía y que se abre paso a través de la humedad de los cielos. Es como una luz apagada que más bien te enfría la piel. Cierro los ojos. Letargo. Me siento ebrio. Quizá sea un ebrio. Me echo boca arriba sobre un podrido manto de hojas secas y marchitas. Casi me duermo. Cielo nublado, frío, gris. Dos o tres gotas de una lluvia que no decido caer golpean suavemente mis ojos, haciéndome parpadear y volver en mí. Despierto. ¡Son tan frías las lágrimas del cielo! No siento nada, no pienso nada: atrás, por los momentos, queda el caos, la falta de sentido, el surrealismo nacional y mundial... ¡Estoy harto de atentados terroristas, de guerras en Afganistán, de líderes de la oposición y de pistoleros de puentes Llagunos! Lo que cercene o irrespete a la vida es pura mierda. Si deseas huir y salvarte, debes caminar atrás, muy atrás, hasta llegar a profesar la teología primitiva y poética de nuestros ancestros. Ellos hablaban con la piedra, las ramas, el sol. Su ideología era vivir. Hay que peregrinar hacia los umbrales de lo creado. El camino a recorrer no es tan largo, si te fijas bien. Es que hay tanto ruido en nuestras cabezas, tantas voces ondeando sus banderas variopintas y tantos artefactos a nuestro alrededor que nos parece tarea imposible. Pero el camino de retorno es corto, muy corto. Si lo haces no le estarás huyendo a la realidad, antes bien le podrás hacer frente contando con los recursos adecuados.

Estoy embriagado, como poseído por el sublime espíritu que articula y cohesiona armónicamente el universo. De repente todo y cada cosa de lo creado tomó vida propia y me habló. El ave en su vuelo me habla de aquellos que no dejan ni les interesa dejar huellas a su paso. En su trinar, el azulejo me grita: "No hay necesidad alguna de dejar caminos abiertos para nadie: que cada quien se abra el suyo. “¡Hay que ser valientes y asumir la vida con gallardía!". La hoja marchita se desprende de la rama y me dice en su último suspiro: "No te aflijas por mí; atrás dejé millares de hojas tiernas y lozanas que seguirán hablando por mí: nadie es imprescindible mientras la vida siga generando vida". La hormiga que lleva perseverante y hasta el final un peso superior al suyo es una lección acerca de cómo llevar las cargas del corazón con el estoicismo de los insectos. La nube que se hace y deshace nos habla de lo efímero y veleidoso de las ambiciones humanas. ¿No duró el "Reich de mil años" de un Adolfo Hitler apenas doce años? Todos esos orgullosos estandartes y svásticas terminaron sepultados en los escombros de una Berlín arrasada por los rusos. Las estrellas no se ven pero están ahí, ya sea que lo creamos o no, esperando ser reveladas por la noche que ya vendrá. ¿No se manifiesta Dios y los misterios de la fe en las noches del espíritu humano? El Pariapán me ruborizó con su vasta y sólida mirada. Me dijo en sílabas silenciosas: "Desde mis alturas de siglos he visto a la gente de este pueblo nacer, crecer, vivir y morir". Yo guardaba silencio mientras la creación hablaba y murmuraba mil cosas. Más allá, no muy lejos, las graves y rítmicas campanadas de la iglesia lejana anuncian el indetenible caminar del tiempo que todo lo devora a su paso, como el fuego devora a las chamizas. "Risas y lágrimas reposan silenciosas por igual ocultas detrás de viejas lápidas solitarias y olvidadas por todos" sentenció la inexorable voz, desde lo alto de la torre del templo. Entonces ya no pude resistirme. Tomé la palabra y dije: "Pero dentro de tus atrios acude el alma en busca de inmortalidad: En el corazón de Dios se guardan incólumes el gozo y la tristeza de todo aquel que nace, crece, vive y muere". Y se me dibujó en el rostro una mueca triunfal. El Pariapán y el campanario se vieron directo a los ojos y guardaron silencio. Luego dijeron a una "Al igual que tu, sabemos estas cosas. Por eso te amamos y somos tus hermanos."

Sigo aquí, en el mismo lugar: mi monasterio. Un monasterio de escalinatas, cemento agrietado y árboles centenarios. Cualquier sitio por el que tu corazón sienta predilección es una abadía. Soy monje. Los años se deslizan con silenciosa suavidad como las aguas de un arroyo. Personas van y vienen. Ideologías se desmoronan sepultando a sus líderes. Personas las hubo que me dijeron alborozadas "¡te amo!" y besando mil veces mi alma me prometieron compartir para siempre mi claustro. Les creí. Pero se marcharon, llevándose fibras de mi corazón. Y yo sigo aquí, casi solo, en mi eterno "ahora."

Nada ha cambiado y acaso sea lo mejor.

Sabado 7 de Septiembre de 2002

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