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LUNES CIVICO CON PORFILIO MELO

POR DANIEL SCOTT

No está nada bien que un pueblo olvide a sus hijos más ilustres o ignore a ese ciudadano anónimo y productivo cuyas labores diarias contribuyen al engrandecimiento de esa tierra que le infundió el ser. Por desgracia esa parece ser la mayor debilidad y desventaja de nuestra indiosincracia: olvidar a los benefactores de nuestra sociedad. Un Pueblo que incurra en esa falta carece de vida, personalidad y memoria. Es lo mismo que andar por las calles o entre el hormiguero humano sin un rostro que nos distinga y sin portar documentos de identidad. No existimos, nada somos, nadie nos reconoce. Y he allí una de las razones del subdesarrollo de muchos países, por no hablar del nuestro. A los pueblos jóvenes o en vías de desarrollo les resulta más sencillo criticar a los Imperios que dominan al mundo que convertirse ellos mismos en un Imperio. Y para convertirnos en el Imperio que soñamos ser, debemos echar fuera la xenofobia, andar por los caminos de la Ilustración y comenzar por justipreciar a los héroes que ha engendrado nuestra patria. En nuestro caso es necesario recordar que el petróleo nos trae riqueza pero no imparte virtud. La virtud se busca por otros lados. Hoy quisiera honrar y recordar a Don Porfirio Melo, y le recordaré no precisamente en uno de sus mejores momentos, porque él, como todo aquel que se atreve escalar las elevadas cumbres del ideal y del amor a una causa noble, padeció la soledad y la incomprensión.

Sucedió una mañana de mayo de 1992 en un conocido liceo de la ciudad cuyo nombre no daré. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: lo anoté en uno de esos diarios míos que se salvaron de la hoguera o del basurero. Se celebraba "la semana de la conservación", motivo por el cual se invitó al conocido ecologista a un "Lunes Cívico" para disertar sobre el tema a los estudiantes de la institución educativa. El patio era un hervidero de estudiantes bulliciosos y fastidiados formados en filas maltrechas. Se entonaron "las gloriosas notas del Himno Nacional" y finalmente, luego de una fría presentación por parte de las autoridades del plantel, tomó la palabra Don Porfirio Melo, con la gallarda actitud de un Quijote que cabalga sobre un Rocinante. No encontré mejor y más exacta definición para él ese día. Micrófono en mano y con un manojo de notas bajo el brazo, dió inicio a una charla magistral sobre el conservacionismo y habló también de sus amores con el cerro Platillón. Era un perito en lo suyo, pero eso no pareció bastar: los adolescentes no prestaban atención al más mínimo verbo o predicado del discurso. Apenas comenzó a hablar, el "Lunes Cívico" dejó escapar por alguna rendija lo de "Cívico". Los muchachos reían, se empujaban, bostezaban y hasta se burlaban de los ademanes del conferencista. Y los que intentaba oir (una minoría aplicada y silenciosa) no podían hacerlo a causa del barullo. Nadie pudo enterarse de si, efectivamente, el cerro Platillón estaba o no ubicado al norte del Guárico o al oeste de San Juan de los Morros. Fue un momento muy desagradable porque nadie hizo nada por remediar esta situación. A un hombre de este calibre había que oirsele o, al menos, respetarsele. Porfirio Melo, notando que su auditorio hacía cualquier cosa menos prestarle atención, montó en cólera y comenzó a reconvenir a los rebeldes de azul. "¡Esos que no oyen son vuestros enemigos!", exclamó a voz en cuello esa húmeda mañana de mayo. "¡Enemigos del ambiente y de la Patria!". Yo sentía indignación y pena ajena. Recuerdo que a mis espaldas varios profesionales de la docencia, sin darse por enterados de la situación, parloteaban animadamente acerca de cósmeticos y de la asonada militar encabezada tres meses antes por el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, actual presidente de la República. "Si a estos docentes no les interesa el tema, ¿qué se puede esperar del alumnado?", razonaba yo, invadido por una mezcla de malestar y fastidio. Finalmente, tras agitarse, gritar, gesticular y señalar a todos con dedo indignado, Porfirio Melo dió por concluida su intervención con una expresión en el rostro de "he arado en el mar". Y es que si Bolívar es el "Padre de la Patria", también es el Padre de todos los que en este país Aran en la Mar, y esto es algo que se les olvida a nuestros actuales ideólogos. Quizá exagero pero ese día me parecio oir algo asi como el crujir de un quiebre moral. Pero no de la moral puritana de una Inglaterra Victoriana sino aquella moral que hace posible la convivencia ciudadana y que es la savia y la raíz de una nación. Algo andaba mal en la familia, en la sociedad, en las instituciones o en nuestro propio corazón. Y mas temprano que tarde cosecharíamos los frutos de tal quiebre moral.

Han transcurrido quince años desde aquel día. Porfirio Melo ya no está en medio nuestro. ¿Qué habrá sido de aquellos revoltosos adolescentes y qué de sus maestros? ¿Donde fue a parar el manojo de notas del discurso de Porfirio Melo? Cuando observamos como el medio ambiente se va degradando a la condición de un orate vestido de harapos malolientes, la imagen y el verbo de un Porfirio Melo se hacen infinitos en las mentes y en los corazones de quienes le conocieron.

¿O no?

Microbiografías /FRANCISCO PARADISI CALOGENO

Fue uno de los primeros comerciantes que compró los primeros automóviles que llegaron a Ortiz. En una reseña del diario El Universal se indica que don Francisco, acompañado del coronel Cesar Díaz y Juan Marrón Cabrera visitaron en auto las minas de carbón que existen en Parapara.

por JOSÉ OBSWALDO PÉREZ

Nativo de Italia. Llegó muy joven a Venezuela, mediado del siglo XIX y acompañado de su madre se estableció en la población de Ortiz con una casa de comercio, actividad que continuo más tarde en Villa de Cura, con carácter definitivo[1]. Fue uno de los primeros comerciantes que compró los primeros automóviles que llegaron a Ortiz. En una reseña del diario El Universal se indica que don Francisco, acompañado del coronel Cesar Díaz y Juan Marrón Cabrera visitaron en auto las minas de carbón que existen en Parapara[2].

Era hijo de don Blas Antonio Paradisi y Doña Josefa María Calógero. Se casó con la parapareña Carmen María Gamarra Abreu en Ortiz, el 22 de Agosto de 1890; hija de Ramón Gamarra y Jacinta Abreu. De este matrimonio tuvo como descendencia seis hijos. Al enviudar, Paradisi Calógero contrae nupcias nuevamente en 1909 con Dicia Marrero. De este matrimonio procreó trece hijos, entre ellos: Aníbal, Horacio, Carmen, Fernando e Iván Paradisi Marrero[3].

En San Juan de los Morros, Paradisi formó parte de la Junta Local de Cafeteros del estado Guárico, ocupando el cargo de vicepresidente. Dicha junta se había constituido en marzo de 1935 y había celebrado dos reuniones para escoger los representantes de la Junta Directiva[4].

En la onomástica urbana de Villa de Cura, Paradisi es antrotopónimo que lleva una avenida y un comercio de esa localidad.

NOTAS


[1] LORETO LORETO, BLAS (1988). Don Lorenzo Rubín Zamora. San Juan de los Morros: Publicaciones de la Coordinación de Cultura del Estado Guárico. Colección Soles Guariqueños No.1

[3] BOTELLO, OLDMAN (1999): Parapara a vuelaplumas. Orígenes y Evolución Histórica. Trabajo no publicado, p 67
[4] La Puerta del Guárico, San Juan de los Morros,31 de Agosto de 1935; p.5

Un afamado músico aragüeño

El general Tomás Federico Rodríguez fue músico talentoso, ejecutante del violín y compositor de música sacra. Su obra más conocida se llama "La piedra bonita" que se tocaba el día santo de la Humildad y Paciencia en la Semana Santa católica que los orticeños de aquel tiempo celebraban con cierto rigor.


Tomás Federico Rodríguez se destacó por ser un exponente de la música sacra

José Obswaldo Pérez

Un residente de Santa Rosa de Lima de Ortiz,  llamado Tomás Federico Rodríguez ― quien representaba los intereses de la familia Ovalles de Villa de Cura y Tiznados ―, era reconocido por la prensa local como “afamado músico aragüeño” y se le renombraba, también, como compositor de valses, polkas y pasos dobles. Así lo testimoniaba una nota periodística del periódico La Unión de Villa de Cura, en su edición del 24 de octubre de 1894. En otras fuentes documentales se le destacaba como político, desempeñándose, en varias oportunidades,  como parlamentario y concejal del Departamento Bermúdez del Gran Estado Guzmán Blanco (Pérez, en imprenta).
Nació aproximadamente en 1834, siendo hijo natural de Benigna Rodríguez Sánchez. Su madre fue villacurana,  hija de Juan José Rodríguez Acevedo y Alejandra Sánchez; descendiente de familias beneméritas de la historia de Venezuela, especialmente, cultivadoras de la música clásica y religiosa.  Siendo su bisabuelo, Diego Rodríguez, hijo de Antonio Rodríguez Díaz—  natural de El Sombrero, padre de Rosalía Rodríguez Álvarez, presunta madre del futuro maestro del Libertador—,  quien se estableció en Santa María de Ipire con su padre Matías Rodríguez. Al respecto el historiador Adolfo Rodríguez refiere que este Matías “figura en remate de tierras de su hijo Juan Rodríguez. Hato de ganado mayor en Ipire y un rincón de tierra al lado de la quebrada de Santa Inés, en la misma zona, exactamente el 18. 1. 1743. Otro en Ledesma”.
Igualmente, Rodríguez sostiene que Rosalía Rodríguez fue propietaria del hato Mahomito al noreste de Santa María de Ipire  y  presume que esta mujer era también músico. “Creo haber leído (a menos que lo dedujese o imaginara) que dicha dama participara como ejecutante en iglesias de Caracas. Sumamente probable por sus numerosos nexos con la más importante cohorte cultural de entonces, tanto la eclesiástica como la relacionada con el arte de Terpsícore” (Rodríguez, 2019)
De su padre sólo sabemos que se apellidaba Rodríguez y que sus abuelos paternos eran José Tiburcio Rodríguez y María Zapata. Tiburcio fue hijo de Pedro José Rodríguez Letras y Cayro Mendoza y de María Sebastiana Hernández, quienes habían casado en Caracas, el 18 de agosto de 1754. Un tío de Tomás Federico había nacido en San Fernando de Apure, el 20 de febrero de 1791, llamado José Matías Rodríguez Zapata.
Por  relatos familiares, nos refiere Domingo Silo Rodríguez, que el progenitor de Tomás Federico fue isleño con negocio de panadería en Cagua y no llegó a casarse, como lo había convenido con su mujer, porque tuvo que viajar a las Islas Canarias y allí murió, sin que se sepan hasta ahora las razones de su viaje y su muerte. De esta unión se ha dicho que fueron tres hermanos: Pedro Pablo (1825-1927), Antonio María (1832-1927) y Tomás Federico (1834-1929). Aunque Domingo Silo nos aclara que hubo una hembra en la familia llamada María, y que murió en Ortiz a finales del siglo XIX.
Al respecto, su hermano Pedro Pablo fue político y militar. A veces se nos confunde con su homónimo Pedro Pablo Rodríguez Vargas - hijo de Aniceto Rodríguez Vargas y de María de Jesús Vargas-. Este se destacó como prefecto departamental, durante el guzmancismo y  gobernador encargado del Estado Guárico en 1876. Sin embargo,  no hemos podido conectar filialmente  este Pedro Pablo con el referido linaje Rodríguez Vargas, quien casó con Julia Matute, donde hubo descendencia; y con Teodora Gómez, padres de Pablo Victorio, Soledad, Felicita y Juana María Rodríguez Gómez.
De su otro hermano, Antonio María, fue también político y comerciante. Homónimo de un pariente lejano. Del Comandante Militar y Teniente Corregidor del pueblo de Ortiz,  fiel compañero del general José Antonio Páez, en aquellos años aciagos de 1818, cuando los llaneros guariqueños hacían la Campaña del Centro con el Libertador Simón Bolívar.
Casó varias veces y varias veces enviudó, — aunque en varias ocasiones tuvo relaciones extramatrimoniales—. Algunas de sus mujeres murieron en parto y otras por la epidemia palúdica. Contrajo matrimonio, en primeras nupcias, con doña María Hermenegilda, en 1857, con quien hubo tres hijos: José Ramón, Rosa Amelia, y Rodolfo Rodríguez; luego, en 1870, con una parapareña de apellido Lara, de donde proviene Braulio Lara; más tarde, con doña Rosalía Rondón Montes, cuyo matrimonio se realizó el  4  de septiembre de 1879, con quien tuvo varios hijos. Rosalía Rondón fallece a los 30 años de edad y fue sepultada el 28 de enero de 1888.
Posteriormente con una Alvarado, en 1890, de cuyo matrimonio nació Antonio María Rodríguez Alvarado; dos años después, con doña Eliana Núñez N, hija de Manuel Núñez y de María Hermogénes Núñez, con quien hubo cuatros hijos: Cecilia,  Antonio María Rodríguez, Rita María Núñez (madre de Rita Emilia Núñez Ovalles) y Rafael Núñez; y, seguidamente,  con la orticeña Anastasia Rojas, en la que hubo una hija llamada María Vicenta Rojas (1894-1959), quien esposó con Jesús Rondón Silva.  Otros hijos habidos son: Josefa Mercedes, Rafael, y Rita Mercedes Rodríguez. Como se observa, Antonio María fue un hombre muy productivo en hacer prole y construir familias extensas, una característica genética de algunos miembros de esta familia.
Por otra parte, Antonio María fue primer concejal y luego presidente del Concejo Municipal del Departamento Bermúdez, en 1876. Hombre progresista y liberal. Cualidades con las cuales le fueron reconocidas, el13 de octubre de 1885, por el Gobierno Nacional con la condecoración en su cuarta clase del Busto de El Libertador. Dicha distinción se conservó, hasta no hace mucho tiempo, en la casa de habitación de Nicanor Rodríguez.  En la misma se señalaba textualmente lo siguiente:
"Condecoración de 4ta clase del Busto del Libertador. El Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, Con la aprobación del Concejo Federal confiere la condecoración de cuarta  clase del Busto del Libertador al Señor: Antonio María Rodríguez.  Esta orden instituida en memoria del héroe fundador de cinco Republicas de la América del Sur, es el honor más preciado que la Patria acuerda a sus servidores distinguidos, así como a aquellos que siendo o no del país se hacen dignos por su mérito sobresaliente o por los servicios que prestan a la humanidad o a la civilización de los pueblos, de esta ilustre distinción. Dado, firmado de mi mano y refrendado por el Ministro de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores en Caracas a 13 de Octubre de 1885. Refrendado Manuel Tomas Lander “.
Como comerciante fundó un establecimiento comercial de gran prestigio en Ortiz, la cual formó en compañía con la Casa de Comercio de don Esteban Berroterán, que se mantuvo hasta el 17 de enero de 1886. Un aviso de 2 col x 12 cm., publicado en el periódico Progreso de Calabozo, anunciaba la disolución de la sociedad mercantil Berroterán y Rodríguez, la cual su liquidación estuvo a cargo de su socio Antonio María, anunciando que “(…) continua en los mismos negocios por su cuenta”, según explica el cartel publicitario en letras itálicas y a diez puntos.
Don Antonio María Rodríguez falleció a los 95 años de edad, en el año de 1927,  en Valencia, estado Carabobo, donde se había residenciado con sus deudos. Quizás la última vez que se le vio en Ortiz, fue en el matrimonio de civil de don Antonio Loreto Arana y de doña Agueda Epifanía Paúl Navarrete, celebrado el  30 de septiembre de 1901, donde fue testigo de la boda.
Al completar el linaje familiar de Tomás Federico, podemos señalar que su vida infantil debió pasarla en Villa de Cura- importante urbe comercial de la época-, donde curso estudios primarios y estudio música. Según el historiador Adolfo Rodríguez pudo haber sido allí donde recibió lecciones con el doctor Jaime Bosch, unos de los intelectuales más destacado de la región que “llegó a ser decano de los músicos de Aragua”, descollándose como buen ejecutante del bajo y compositor de piezas sagradas y profanas (1989, p.12).
Sin embargo, hacia el año de 1846, la tranquilidad urbana de Villa de Cura y comunidades vecinas se ven alteradas por hechos violentos originados por las elecciones de ese año. Una rebelión armada del Coronel Francisco José Rangel – excombatiente de la guerra de la Independencia y simpatizante de la candidatura Antonio Leocadio Guzmán-, cuyo epicentro tuvo su origen en el valle de Tacasuma y Timbique, causaba pánico y disturbios contra la clase conservadora, poseedores del poder (Botello, 1971; pp.100-101; Arráiz Lucca,2007, p.42-43). Una de las víctimas va a ser esta familia Rodríguez que observó pávida como sus propiedades fueron saqueadas, entre ellas la panadería que fue quemada por un grupo de acólitos enardecidos.
A raíz de estos hechos, doña Benigna Rodríguez y sus hijos deciden trasladarse a Ortiz, una localidad que prosperaba económicamente por sus productos agrícolas. También,  porque aquí estaban ciertos parientes y familias villacuranas con poder político que les podría ayudar. Así sucede.  La familia se establece en el pueblo orticeño y, en consecuencia, Tomás Federico viene con trabajo. Es el representante legal de las propiedades de los Ovalles en San Francisco de Tiznados, donde tenían ganados y unos cuantos esclavos  aún. El cargo que ocupa lo obligaba a relacionarse e inmiscuirse en la política, actividad a la que se siente atraído por los acontecimientos de patriotismo a favor del gobierno. Con su estancia en Ortiz, coincide con la llegada del recién designado gobernador de la recientemente creada provincia del Guárico, Blas Bruzual, el 18 de marzo de 1848. El pueblo era Cantón y estrenaba también su primer Concejo Municipal, con autoridades asignadas e integradas por los conservadores locales.
El nuevo gobernador de la provincia era periodista, fundador y editor del periódico El Republicano, cuyo representante en Ortiz fue Miguel Rodríguez Vargas.  El mandatario fue nombrado por el presidente Monagas en medio de unas circunstancias conflictivas: Especialmente, el bochornoso asalto del Congreso de la República que había puesto fuego a la agitada política de entonces. Eran días de conspiraciones y cada grupo político se espiaba unos a los otros. El año siguiente, 1849, ocurre el segundo levantamiento contra el presidente José Tadeo Monagas, en una ofensiva de los paecistas para deponerlo. Al analizar los hechos, el historiador Adolfo Rodríguez apunta hacia la importancia estratégica y operativa que juega Ortiz, en estos acontecimientos de carácter nacional. Indica el autor citado las primeras actuaciones del recién nombrado mandatario regional en la población de Ortiz, en los siguientes términos:
“Es de presumir que los primeros actos administrativos del gobernador Bruzual se gestan en Ortiz, donde suscribe el día 24 de febrero una proclama a los guariqueños y decretos sobre secuestro de propiedades  y otras medidas bélicas” (Rodríguez, 2004).
En diciembre de 1868 se realizan elecciones en Guárico para elegir Senadores principales y suplentes, Diputados principales y suplentes a la Legislatura Nacional, y Diputados principales y suplentes a la Legislatura del Estado. En estos comicios, Tomás Federico Rodríguez  fue electo diputado principal  para la Legislatura regional por el Departamento Ortiz, con 3.713 votos. E igualmente, Carmelo Paredes, con  5.446 votos (Landaeta Rosales, pp.28-29).

AMOR Y MATRIMONIO


Tomás Federico ve morir a su madre, el 19 de agosto de 1873, a los 56 años de edad. Un año después, en medio de aquella agitada política, fue flechado por el amor y el 5 de mayo de 1874 circuló por el Juzgado de Ortiz, el cartel de su matrimonio civil con la villacurana Teodolinda Paúl Aranguren, hija del doctor Joaquín Paúl y Terreros, uno de los eminentes abogados de la sociedad villacurana  y de María Salomé Aranguren y Meléndez. Se esposaron, en ceremonia religiosa, en la Iglesia Parroquial San Luis Rey de Villa de Cura,  un día viernes 10 abril de 1874. Fueron testigos del acto nupcial don José Joaquín de Jesús Paúl Aranguren y Consolación Paúl. Su esposa Teodolinda Paul de Rodríguez fue prima hermana de Juan Pablo Rojas Paul (hijo de José Isidro Rojas y de Mercedes Paúl y Terreros), Presidente de Venezuela en el periodo constitucional 1888-1889; y la madre de esta heredó de José de la Natividad Aranguren, su padre, una casa en San Luis de Cura que venden en 1883 a Juan Bautista Rodríguez (Rodríguez, 2015).
La pareja Rodríguez-Paúl  se establece en Ortiz hasta principios del siglo XX, cuando regresa a Villa de Cura para culminar los últimos años de vida allí. No dejaron hijos, al menos, que se le conozcan.

UNA VOZ EN EL CONCEJO MUNICIPAL


Durante sus funciones como concejal, el 22 de agosto de 1879, se pronuncia en la sesión ordinaria del día sobre la crisis epidémica de paludismo que se cernía sobre Ortiz. Al concederle el derecho de palabra, el concejal Rodríguez solicitó al cuerpo que le dirija una comunicación al Gobierno Nacional  a fin de solicitarle recursos financieros y medicinas para atender a los enfermos que sufren del azote epidémico (Actas del Concejo Municipal, 1879).
Ante la alarmante crisis epidemiológica, la Cámara Municipal presidida por José de Jesús Trujillo Benítez aprueba la noción propuesta y nombra una comisión de estilo para redactar la comunicación y dirigirse al Ejecutivo Nacional. Este comité estuvo conformado por el propio Tomás Federico Rodríguez. Más tarde, en octubre de ese año, el Gobierno Nacional responde y envía al Concejo Municipal una ayuda de enseres, en total,  unas 180 piezas,  entre ropas, sabanas, cobijas, calzoncillos, túnicas y pañuelos para ser distribuirlos entre las personas necesitadas de ambos sexos.
En 1880 fue electo diputado de la Asamblea Legislativa del Estado Guárico, la cual preside y le toco aprobar el 11 de diciembre de ese año, un proyecto de acuerdo compuesto de tres artículos apoyando la reforma de la Constitución Nacional del 27 de marzo de 1874. Igualmente, la nueva carta magna estadal aprobada modificó el nombre del Estado del Centro por el de Guzmán Blanco, como “testimonio de público reconocimiento hacia el regenerador de Venezuela”.

UN HOMBRE TALENTOSO


El general Tomás Federico Rodríguez fue músico talentoso,  ejecutante del violín y compositor de música sacra. Su obra más conocida se llama "La piedra bonita" que se tocaba el día santo de la Humildad y Paciencia en la Semana Santa católica que los orticeños de aquel tiempo celebraban con cierto rigor. De igual forma son de su autoría Una lágrima (vals) y la composición titulada El Aprendiz, publicada en la revista Museo de Caracas, entre otras piezas aún desconocidas.
Una referencia positiva de su obra fue realizada por  el periodista y docente Ricardo Núñez Gómez—quien vivió durante un tiempo en Ortiz, cuando el gobierno aplicaba la Ley de Instrucción Popular—. En un artículo publicado en El Progreso de Calabozo,  Núñez Gómez, quien también era músico,  calificaba a nuestro biografiado como “uno de los hombres más interesantes” de la sociedad orticeña,  y agregaba, entre sus cualidades humanas, “por sus talentos y por su probado espíritu de progreso que le ha conquistado innumerables simpatías”.
En el caso del Vals Una Lagrima, el periodista señala que esta composición era de sobremanera expresiva y que su autor poseía “en alto grado el dulce sentimiento de lo bello”, y asimismo se explicaba que Tomás Federico Rodríguez había desarrollado el” tan delicado germen del buen gusto arraigado del alma”.
Más adelante, apunta Núñez Gómez que “sus misas, sonatas, composiciones para la semana mayor y demás obras de claro talento, tienen cierto sello de notabilidad que engrandecen el divino arte...”.
En otras ocasiones, según la crónica periodística de la época, la casa del general Federico Rodríguez fue escenario de grandes saraos, fiestas que terminaban al amanecer y donde se daban citas las “mejores parejas” de baile.

LA LEY DEL CARNAVAL


El carnaval fue una de las fiestas más emblemáticas de la sociedad orticeña del siglo XIX. Su celebración estaba más arraigada en las eferas más pudientes de la población. Aunque todos los sectores, sin distinción de clase, se involucraban en esta festividad que era regida por las autoridades civiles. Uno de sus propulsores fue el general Tomás Federico Rodríguez. A él se le recuerda por presidir la Comisión Redactora del programa o decreto de las fiestas carnavalescas de Ortiz, en el año de 1885. Esta programación se realizaba por tres días en todo el municipio. Es bueno extraer algunos artículos de esa resolución que firmaban el presidente de la Directiva, el señor José Antonio del Villar y el prefecto del distrito, el general Pedro Pablo Rodríguez. Dice el decreto:
“Art.7: Todo aquel ciudadano sea cual fuere su condición y categoría que inolvidablemente se presentase en cualquiera de los tres días sin el disfraz que de rigor impone este programa, será sometido a la multa de dos bolívares que consignará sin replica en manos del tesorero nombrado competentemente.
“Único: Cualquiera que sea el tesoro que se recaude por este respecto, será aplicado a la fábrica de la iglesia de esta ciudad.
“Art.8: Los comerciantes tienen que cerrar sus negocios durante las horas programadas para la festividades carnavalesca; sino de lo contrario tienen que pagar una multa de cuatro bolívares cada vez que deje de cumplir esta suplica.”.
Como se observa, en estos dos interesantes artículos, las festividades carnatolescas no sólo tenían una finalidad exclusivamente festiva sino también benéfica, ya que el ciudadano que incumplía con esta normativa debía pagar una multa entre dos y cuatro bolívares. Las cantidades que se recaudaban por infracción de la norma iban a un fondo destinado para restauración de la Iglesia Santa Rosa de Lima de Ortiz, días que se había iniciado los procesos de su reconstrucción.
Entre otras facetas de la vida de Tomas Federico Rodríguez estaba la de haber sido maestro venerable de la Logia Sol de los Llanos, fundada en 1876, la cual funcionó en una vieja casona local ubicada en la calle Comercio.  Fue el masón número 32, nombrado el 27 de diciembre de 1885. También se le reconoce como buen gallero. Una condición que le fue útil al Concejo Municipal para nombrarlo Juez de Gallos, en 1898.
Tomás Federico fallecido en San Luis del Rey de Villa de Cura, en 1929.

Fuentes consultadas
Anuario del comercio, de la industria, etc. de Venezuela. Caracas: Rojas Hermanos.
BOTELLO, OLDMAN (1971). Historia de Villa de Cura. Tránsito por la vida de un pueblo. Villa de Cura:
BOTELLO, OLDMAN (2004). El Linaje Fuentes Ceballos de Landazuri. De Villa de Cura y sus entronques.  Serie Cuadernos de Genealogía 2. Villa de Cura: Editorial Miranda.
BOTELLO, OLDMAN (2004).Para la Historia de Ortiz. Ortiz: publicaciones de la Alcaldía de Ortiz,
Dávila Vicente (1924). Diccionario Biográfico de Ilustres Próceres de la Independencia. Suramericana. Tomo I y II. Caracas
Landaeta Rosales, Manuel y pio albor (1894). Documentos relativos a la vida pública del general Joaquín Crespo. Caracas: Imprenta
PALACIO, CARLOS M (1967). El Guárico. Caracas: Biblioteca de Temas y Autores Guariqueños No.3.
RODRÍGUEZ, ADOLFO (1994): El estado Guárico. Orígenes, Mundo y Gente. San Juan de los Morros: Ediciones de la Comisión regional Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundo.
RODRIGUEZ, ADOLFO (2004).Calabozo, siglo XIX. San Juan de los Morros: Universidad Rómulo Gallegos (UNERG).
VISO, Luis Eduardo (2011). Algunas Familias de La Villa de Todos Los Santos de Calabozo. En línea: www.geneanet.com
RODRIGUEZ ADOLFO (1989, 01 septiembre). “Don Nicanor Rodríguez: oráculo de la resurrección de Ortiz”. San Juan de los Morros: Diario El Nacionalista, pp. 12-13
RODRÍGUEZ, ADOLFO ().La llaneridad de don Simón Rodríguez. En Revista Fuego Cotidiano
RODRÍGUEZ, ADOLFO (2019, 2 junio). Músicos caraqueños en Santa María Colonial. https://www.facebook.com/adolroro/posts/1530992780364707/

HERNÁNDEZ FELIPE (2009). Los vínculos familiares de don simón rodríguez en el Guárico colonial.

Hemerográficas
El Progreso, Calabozo, enero de 1886
La Unión Liberal, Villa de Cura, 24.10.1894

 

Microbiografías/DOCTOR JOSÉ MARÍA GRATEROL MATUTE

Por José Obswaldo Pérez

Medico nativo de Ortiz, nació en 1841, en el seno de una modesta familia integrada por el ganadero don Gabriel Graterol[1] y doña Ynes María Matute[2]. Es bueno resaltar que el apellido Graterol está muy ligado con los primeros fundadores del pueblo de Ortiz, cuyo nombre desciende de conquistadores europeos provenientes de Venecia, Italia[3].

Entre sus hermanos cuentan: Ramón, Grabiel, Merced y Julia. Julia nació en 1838 y casó con Pedro R Borrego; Merced nació en 1836 y casó con Pedro Isaac Loreto Barrios; Grabiel nació en 1825, fue Presidente del Concejo Municipal de Ortiz en 1876 y Juez Departamental de la Parroquia Santa Rosa de Lima de Ortiz en 1886, casó con doña Emilia Marrón Matute y Ramón nació en 1840 y casó con doña Vicenta Díaz Padrón el 22 Octubre de 1882. Ramón Graterol fue un hombre distinguido de la sociedad orticeña y rico ganadero, con propiedades en Guardatinajas, donde falleció en diciembre de 1885. Sobre Don Ramón Graterol, el periodista Ricardo Núñez Gómez escribió que era un "individuo connotado de esta sociedad y hombre incasable en las tareas del Llano, que en breve tiempo le produjeron una fortuna; cuando comenzaba a emplearla en la educación de sus hijos, la muerte le priva de tan delicada labor..." [4]

José María Graterol curso estudios en medicina y se gradúo en la antigua universidad de Caracas (Hoy Universidad Central de Venezuela), el 22 de Octubre de 1864. Luego volvió a Ortiz y se casó con Obdulia Hernández Hernández[5] en 1865. Del matrimonio nacieron varios hijos, entre ellos: Julia de la Trinidad, quien murió muy joven el 3 de octubre de 1886 y José María, también fallecido a los 9 años.

El doctor José María Graterol fue designado médico residente de Ortiz por el ministerio de Relaciones Interiores el 15 de julio de 1879, a los fines de atender a los enfermos de paludismo, asignándosele una remuneración de 100 bolívares. Graterol responde a su postulación con una carta el 19 de julio de ese año, a la secretaría del Ministerio del Interior, aceptando "gustosamente" el cargo y agrega que parte de su salario como médico se lo cedía "... al socorro y alivio de la parte menesterosa de esta población[6].

Debido a la crisis palúdica que vivía en ese momento Ortiz, el presidente del Guárico, el general José Antonio Bravo y el ministerio de Relaciones Interiores tratan de paliar la situación con una serie de medidas como proporcionarles a la beneficencia pública la cantidad de 400 bolívares, a cargo de una junta respetable. Asimismo, el gobierno nacional destinó recursos para el "ensanche" del viejo cementerio[7].

Graterol fue un hombre muy culto, cultivo la poesía, enseñó a jóvenes y ejerció el periodismo en Ortiz. Fue director del El Eco del Guárico, periódico que comenzó a editarse en junio de 1875. Se trató una publicación de interés político-literaria y fueron sus redactores Manuel Alvarado y el general José Ramón Núñez[8]. El Eco de Guárico había sido fundado para postular la candidatura del general Joaquín Crespo Torres a la presidencia de la República, así como para difundir ideas y acciones del gobierno hacia los grupos de intelectuales y sectores populares.

El doctor José María Graterol murió en su pueblo natal el 15 de septiembre de 1891. Fue, en esencia, una de las preclaras figuras de la historia local orticeña.

NOTAS

[1] Nació en Ortiz en 1799. Casó en 1824 con Ynes María Matute. Fue designado el 3 de noviembre de 1858 Jefe Municipal de Ortiz.
[2] Ynes María Matute fue hija de Luís Matute, nativo de San Nicolás de Paya. Nació 1805 y falleció el 22 Oct ubre 1882
[3] VANNINI DE GERULEWCZ, MARISA (1980): Italia y los italianos en la historia y en la cultura de Venezuela. Caracas: Ediciones de la Biblioteca, UCV.
[4] El Progreso, Calabozo, Diciembre de 1885
[5] Nació en 1850 y falleció el 16 de octubre de 1895.
[6] Archivo General de la Nación. Interior y Justicia. t. CMXCV.f.142
[7] BOTELLO, OLMAN (1994): Para la Historia de Ortiz. Ortiz: Publicaciones de la Alcaldía
[8] PEREZ A, JOSÉ O (1987, 15 Septiembre): El periodismo en Ortiz. San Juan de los Morros: El Nacionalista, p.21
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La periodificación de la historiografía en Germán Carrera Damas

La conciencia historiográfica se ha desarrollado en la acción de armar todo un tinglado esquemático para domar las corrientes del río de la historia, para atenuar su paso y recuperar, por descarte, los hechos significativos y con ello la esencia de los mismos. Por eso al fluir histórico se le ha canalizado generalmente dentro del discurso historiográfico en la espiral modélica de los ciclos y los períodos.

por Jeroh Juan Montilla

EL FLUIR DE LA CONCIENCIA HISTORIOGRAFÍA

La historia es el fluir de la conciencia de quienes la escriben, la escritura histórica es el espejo verbal de la mente disciplinar que la concibe. Una cosa es la historia y su caos fáctico y otra la conciencia que le da orden a ese amasijo de acontecimientos humanos. La razón humana es intrínsecamente sucesiva, por lo tanto, la historia vaciada en los libros fluye también en la horma de lo continuo, en ese incesante río donde según Heráclito, no podemos bañarnos por segunda vez en las mismas aguas. Ese río por un ardid de la misma conciencia pasa a convertirse en una representación del tiempo, la tríada del pasado, el presente y el futuro. Viéndolo de este modo el hacer historiográfico vendría a ser un acto de rescate en lo temporal, de recuperar lo que se le escapa al hombre en el indetenible cauce del tiempo. Es un acto desesperado por ejercer un dominio humano sobre lo irrecuperable.

DESMEMORIADOS*

Por Antonio López Ortega
alopezo@movistar.net.ve


La impresión es la de una cultura que tritura el recuerdo, que no lo asimila, que lo tira al borde de la vía (si es que hay una vía) sin ningún asomo de arrepentimiento. La desmemoria -un término que acuñó con maestría el escritor paraguayo Augusto Boa Bastos— se hace de todos los ánimos y el pasado no es necesario para vivir, pues se vive en la instantaneidad del presente. En este ámbito que se ha impuesto habría que preguntarse honestamente si nociones como las de libertad y de democracia en verdad cuentan para el venezolano de a pie, encantado como parece estarlo con la inmediatez, con la solución práctica de los apuros cotidianos, con la emergencia. En nuestra miseria infinita, atesorada sin clemencia en estos últimos lustros, basta que se ponga un poco más de circulante en la calle para que todas las nociones históricas que han sustentado nuestro modo de vida se sumerjan en una especie de inconsciencia.

La Venezuela pueblerina que recorre Juan Liscano en los años treinta, a la vuelta de sus estudios en Suiza, es fundamentalmente una Venezuela llena de valores, de signos culturales. Puede que haya sido una Venezuela pobre, sin recursos, pero nunca miserable, sino más bien llena de signos vitales. En la literatura folklórica, la imagen recurrente del araguaney como árbol nacional no es para nada azarosa; esconde más bien un sentido profundo de la existencia: florecer en medio de la austeridad. Estar cerca de la tierra, según Liscano, asegura los nutrientes. De allí que nuestras celebraciones rituales o nuestras maravillas musicales sean tan variadas como ricas o complejas: en su mezcla o diversidad reflejan lo que es nuestra cosmovisión profunda. La religiosidad parece ser la impronta mayor de estos cantos y melodías, y este tópico recurrente quizás esconda el muy terrenal afán de trascender, de proyectarse más allá de los tiempos que nos circunscriben.

Pero esta Venezuela rural relatada por Liscano tiene ya poco que ver con la Venezuela mayoritariamente urbana del presente. La pobreza de ayer era al menos una pobreza con valores culturales, con memoria. Pero la pobreza de hoy encaramada en tos cerros o disperse en nuestras barriadas periféricas, no esconde más que desapego, desarraigo, desmemoria. Construir sobre esa base tan disminuida es tarea titánica, pues ni siquiera las nociones básicas de la nacionalidad están aseguradas. Se diría que la parafernalia bolivariana ha sabido morder en la ignorancia y extraer sus réditos sacando a flote el último recurso de la vieja mitología del procerato independentista, del cual el más maltrecho de los venezolanos retiene aunque sea una vaga idea. En el pasado —dice esta conseja— fuimos mejores, y si no los somos ahora es porque alguien nos lo impide.

No tener memoria nos vuelve muy pobres -pobres de recursos— y nos sitúa en la vorágine de la inmediatez. No saber de dónde venimos, qué fuimos, también nos impide comparar. Borrar el pasado extirparlo de las conciencias, es una estrategia que asegura capital político a corto plaza De allí que cualquier ensayo de reconstrucción nacional pase forzosamente por la rehabilitación de la memoria (de la verdadera). En la balanza oscilante que históricamente nos ha situado entre hombres, fuertes y empresas ciudadanas, puede que el cobijo de las primeros convenga para el venezolano de a pie que diariamente cuadra su existencia más orgánica, pero ya vendrá la hora de los ciudadanos, que es la que se construye entre todos, más allá de Mesías o iluminados.
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*Tomado de El Nacional, martes 11 de septiembre de 2007/p 13

EL NÚCLEO DE LA USR EN VALLE DE LA PASCUA

POR JOSÉ OBSWALDO PÉREZ

Desde la perspectiva de la microhistoria, el historiador vallepascuense Felipe Hernández G nos trae su más reciente trabajo, su ensayo titulado El Núcleo Valle de la Pascua de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. Apuntes Históricos (2007, impreso en Valle de la Pascua en los talleres de AC Estampas Llaneras, srl), en el cual aplica el método histórico en el campo de la educación, a partir de la concepción de la historia y del proceso socio-educativo que se sintetiza en la denominada Historia Social, entendida como historia síntesis o historia global, en el cual se plantea abordar el proceso histórico como una totalidad. Esta corriente historiográfica tiene en la obra y enseñanzas de los grandes historiadores franceses Marc Bloch y Lucien Fevbre, fundadores de la llamada Ecole des Annales y en el maestro Pierre Vilar, entre otros, a sus principales propugnadores y en nuestro país, al maestro Federico Brito Figueroa (1996) y sus alumnos como Reinaldo Rojas.

La obra aborda, desde el presente, la historia del núcleo universitario donde se desarrolla el acto pedagógico y se desenvuelven actividades didácticas; asimismo se reseñan a docentes y alumnos en una crónica que busca, desde el entorno escolar, una visión de totalidad, donde se abre una línea de investigación que podría analizarse en su vinculación con lo social. En este sentido, el doctor Felipe Hernández G destaca como su ensayo acerca de El Núcleo Valle de la Pascua se ubica en una Historia Social ya que se trató de hacer una historia global y no meramente institucional del citado instituto de educación superior, tomando en cuenta todos los aspectos estructurales de la sociedad en la que se ha desenvuelto la labor del instituto educativo. Efectivamente, esta investigación de Felipe Hernández G, no sólo reconstruye de manera documental la historia de esta institución, tanto en sus aspectos administrativos y académicos, sino que logra insertar al núcleo de la Universidad Experimental Simón Rodríguez en la sociedad vallepascuese contemporánea , aunque realmente no se trata de un denso trabajo de historia social en el que el autor trabaja aquellos aspectos demográficos, económicos, sociales y culturales que caracterizaron aquella sociedad desde los comienzos del funcionamiento de la institución. Lo social no es tratado, en consecuencia, como un simple escenario, sino como una aproximación sobre la cual se soporta, crece e incide culturalmente la misma institución y los hombres que la componen.

Finalmente, el doctor Felipe Hernández G al historiar El Núcleo Valle de la Pascua sostiene – tal como lo hace en la introducción del texto- que para la realización de esta investigación se partió del análisis histórico bajo el criterio de totalidad por medio de la reconstrucción de la historia de la institución en su contexto geográfico que comprende el llamado Guárico oriental.

LA COFRADÍA DEL LIBRO

En un viejo ejemplar del Readers Digest me encontré con esta ciertísima cita: "Una verdadera familia no siempre es carne y sangre de nuestra sangre. Es un estado del corazón." Digo y sostengo entonces que los lazos del espíritu son mas sólidos y perdurables que los lazos de sangre. ............................................................................................................................................. Daniel R Scott Muy sincero, evocador y nostálgico su último correo donde me obsequia el valioso fragmento autobiográfico extraído con ternura de una adolescencia donde el libro era presencia omnipotente que alegraba con sus relatos su existencia juvenil. Esa etapa de su vida fecunda me habla de como sin duda existe entre ambos similitudes y puntos afines que nos convierten en algo así como "parientes espirituales." En el fondo, a todos nos han unido esas similitudes y puntos afines. Es que en ese "Paraíso Perdido" de la infancia y de la adolescencia, ¿quién no leyó a Verne o a Defoe? ¿Quién no bajó al centro de la tierra o viajó a la isla del tesoro? A la lumbre de esos relatos todos éramos hermanos y nos unía una misma fe. Pero luego crecimos, mordimos el fruto del árbol prohibido de las ideologías, padecimos la cruel tiranía de las ideas absolutas y finalmente, ya fuera del Edén, nos constituimos en enemigos irreconciliables. Pero al principio no fue así. Me complace saber pues que cierto tipo de vivencias, lecturas y libros nos unieron alguna vez en una suerte de parentesco. En un viejo ejemplar del Readers Digest me encontré con esta ciertísima cita: "Una verdadera familia no siempre es carne y sangre de nuestra sangre. Es un estado del corazón." Digo y sostengo entonces que los lazos del espíritu son mas sólidos y perdurables que los lazos de sangre.

Por cierto: ¡Cuanto nos hermana la palabra escrita y el buen libro! Mucho más que los vínculos consanguíneos. Como le escribí una vez, yo creo que la invención de la escritura y la existencia del libro fue el supremo e inimitable acto de magia realizado por el hombre. No hay otro invento que se le pueda comparar. Mejor sería decir que el hombre inventa y descubre pero con la escritura hizo magia. Existe algo sobrenatural en el acto de leer y escribir. Gabriel García Márquez decía en sus doce cuentos peregrinos que escribir y narrar era lo mas parecido "a la levitación" y Félix Cortés escribió que "las páginas de un libro son un lugar de cita para dos almas: el autor y el lector." Estoy muy de acuerdo con esta segunda opinión. He allí la magia, he allí lo sobrenatural: la comunión de dos almas que nunca se han visto y quizás nunca se vean. ¿O es que entrar en contacto con un San Agustín o un Kafka, que mucho tiempo hace que abandonaron esta tierra, no es un portento que trasciende los esquemas de lo lógico y lo natural? Y sépalo usted o no amigo mío, desde abril de 1999 nos hemos citado una y otra vez en las páginas de sus libros. Sus libros me son elevadas y bien edificadas torres de tinta y papel sobre cuyas cúspides nos hemos dado cita una y otra vez para conversar animadamente sobre cualquier tema o para contemplar con silencio reflexivo el dilatado, enigmático e intrigante horizonte de lo humano. ¡Que veladas señor! En una de esas citas me dijo que "la política sin ética es mera prostitución" y en otra concluimos esperanzados y con alborozo que "seguir buscando el horizonte es haberlo encontrado ya, porque la meta no está al final del camino, sino que consiste precisamente en seguir caminando y buscando siempre." ¡Oh cuan apetecible y bien aderezada la mesa que comparten autor y lector! Allí nunca falta el añejo vino de la sabiduría ni el nutritivo pan del conocimiento.

En fin, somos hermanos: nos concibió el amor a las letras y el libro es nuestro hogar. ¡Pudiéramos todos alcanzar ese privilegiado estado del corazón! Este mundo sería mejor, habitado por un linaje de príncipes del intelecto. Seriamos eternamente bien nacidos. No andaríamos por allí con la vida inconclusa y dispareja porque el que no lee con pasión y no sorbe de la palabra la sabiduría de los hombres y de los siglos anda exhibiendo a los ojos de todo el mundo una vida a medio construir que nada dice ni de nada sirve. Y eso contiene la palabra escrita: el conocimiento y la sabiduría que el hombre ha venido sembrando y cosechando en su viaje de siglos. En días como los de hoy, cuando campean la intolerancia y los fundamentalismos que amenazan con arrastrarnos a las etapas más primitivas de la evolución humana bueno es gritar el "sin otra patria que los libros" de un Argenis Rodríguez para luego intentar cambiar al mundo con la herramientas que nos ofrece la idea transformadora y humanizante. Pero no la idea que vocifera sus razones desde la punta de una bayoneta sino esa idea que cabalga con la poderosa humildad de un Cristo que hace su entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén.

Nota: Carta a Antonio Pérez Esclarín, pedagogo y escritor venezolano. Ha escrito unas cuarentas obras entre las cuales se encuentra su ya conocido libro "Educar Valores y el Valor de Educar"