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El amor es un puñal en la oscuridad

La misma pregunta y la misma respuesta. El es Juan Ramón Rondón. Los pelos se le ponen de punta. Reflexiona. Desvía su camino. Eso le salvó. Detrás de la Casa Los Chaguaramos, un puñal lo esperaba.

POR JOSÉ OBSWALDO PÉREZ
JUAN RAMÓN Rondón Montes fue un personaje real en el Ortiz del siglo XIX. Con el tiempo se convirtió en leyenda y el novelista Miguel Otero Silva lo recogió en su magistral novela Casas Muertas. Había nacido en aquella localidad en 1836. Fue hijo de don Saturno Rondón y doña Juana Francisca Montes. Casó con doña María de los Reyes Espejo Villanueva, en el mes de Noviembre de 1857, dejando descendencia.

En el capitulo II de la novela Casas Muertas, titulado La rosa de los Llanos, encontramos este dialogo entre Carmen Rosa y el señor Cartaya:

—Cuénteme la historia de Juan Ramón Rondón —le pedía Carmen Rosa Villegas a Cartaya.
—Juan Ramón Rondón era un muchacho de Ortiz, buen jinete y buen gallero, que llevaba amores clandestinos con la esposa del hacendado Pedro Loreto...

»Cuando el marido ensillaba la mula y tomaba la trocha que conducía a la hacienda, Rondón la esperaba en la otra orilla del río, a la sombra de un bosque que la estación de lluvias salpicaba de pascuas moradas.

»Hasta que una vecina —contaba Cartaya—, extrañada por aquellos paseos de la señora, le fue con el cuento a Loreto. Y el marido, ya en sospechas, anunció un viaje largo de cinco días, se despidió de su mujer con el más tierno abrazo y, en la mula bien provista de bastimento, salió por el camino real que iba a La Villa.

»Los amantes decidieron encontrarse esa noche en la casa de ella. Era justamente su más hondo deseo, besarse entre cuatro paredes y no en el monte, no hostigados por las espinas de los cardones, no con la mitad del corazón puesta en el beso y la otra mitad encogida por el temor de que alguien, un cazador, un niño vagabundo, un caminante extraviado, los sorprendiese.

»Aquella misma noche —continuaba Cartaya— esperó Juan Ramón Rondón que se apagaran las luces de Ortiz, que se cerraran las puertas del billar, que se retiraran los conversadores de las esquinas, antes de tomar el camino de la casa de Pedro Loreto.

»Pasada la plaza de Las Mercedes, ya apagado a su espalda el rumor del Paya, Juan Ramón vio venir en sentido contrario una hamaca que cargaban dos hombres de larga sombra. Al principio supuso que traían un enfermo, pero luego, al observar el lado azul de la cobija hacia arriba, a la luz del farol que un tercer hombre llevaba, comprendió que se trataba de un cadáver.

»Ya se cruzaba con ellos. Se descubrió Juan Ramón y formuló sin detener el paso la pregunta ritual:

»— ¿Quién es el difunto?
»Y el del farol, flaco bejuco embozado, respondió con voz ronca que se tornaba prolongado calderón en el arrastrar de las oes:

»— ¡Juan Ramón Rondón!
»Su propio nombre. Se estremeció y preguntó luego, como si ya estuviera enterado de la forma en que había muerto aquel desventurado homónimo suyo:

»— ¿Quién lo mató?

»— ¡Pedro Loreto! —le respondió la espesa voz del hombre del farol.

»Y se alejaron en tanto que Juan Ramón Rondón proseguía su camino sin entusiasmo. Aquel muerto que tuvo su mismo nombre, asesinado por un hombre cuyo nombre era igual al del marido de su amante, lo había puesto caviloso y desazonado. En ese trance se hallaba cuando, al doblar un recodo, divisó un segundo farol que avanzaba a su encuentro.

»Era una hamaca idéntica a la primera, una cobija con el lado azul hacia arriba, un cadáver de iguales dimensiones. No así los cargadores, esta vez dos ancianos desharrapados, de franelas mugrientas: ni el farolero, esta vez un enano de hinchada, monstruosa cabeza.

»— ¿Quién es el difunto? —volvió a decir impensadamente Juan Ramón, como movido por una voluntad ajena a la suya.

»Y el enano, con voz más ronca que la del primer farolero, aún más sostenido el calderón de las oes:
»— ¡Juan Ramón Rondón!
»— ¿Quién lo mató?
»Conocía de antemano la respuesta que se le venía encima:
»— ¡Pedro Loreto!
»Otra vez su nombre y otra vez el del marido a quien burlaba. Los dedos fríos del miedo se cerraban en la garganta de Juan Ramón, le paralizaron el correr de la sangre, le espantaron el amor y el deseo. Conteniendo el aliento desanduvo lo andado y regresó a su casa.

»Cien pasos más allá de la segunda hamaca —concluía Cartaya— pasó Pedro Loreto toda la noche, con una lanza apureña en la mano, esperando a un hombre para clavársela en el costado.

También, el padre Ricardo Pinter Revert –cura párroco de Ortiz- recogió la historia de este personaje en un artículo publicado en el año 1965, en la Revista Orientación bajo el titulo “La Casa de los Chaguaramos”.

“Aquí esperaba la muerte a Juan Ramón Rondón. Es una leyenda. Iba de picos pardos; en una esquina, se encuentra con una comitiva que lleva un muerto en una hamaca. Preguntó nuestro personaje; ¿Quién es el muerto? Le contestan: Juan Ramón Rondón. No cae en el aviso. Sigue caminando y en otra esquina encuentra la misma comitiva. La misma pregunta y la misma respuesta. El es Juan Ramón Rondón. Los pelos se le ponen de punta. Reflexiona. Desvía su camino. Eso le salvó. Detrás de la Casa Los Chaguaramos, un puñal lo esperaba”.

Pinter Revert describe la vieja casona:

“Fue un gran mansión colonial; grandes ventanales en su fachada, que hace equilibrios para mantenerse en pié. Una pared medio derruida; un gran hueco, abierto a los vientos; maderas desniveladas cansadas de sostener por tantos siglos el peso del techo.

“Esta casa, hizo las veces de templo, mientras se construía el actual. El culto religioso se realizaba en los amplios corredores de esta casona. Luego quedó habitada por una familia prestante.

Una quinta alegre y con flores, moderniza la calle, la completa el anuncio de un estudio fotográfico. Es el Ortiz de los contrastes. El de las leyendas, el Ortiz turístico”, finaliza.
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Cómo comencé a escribir

"Cómo comencé a escribir" es uno de los textos que componen el nuevo libro de Gabriel García Márquez titulado "Yo no vengo a decir un discurso", de pronto lanzamiento. Lo publicamos a continuación con la autorización de Random House Mondadori

Foto: AFP PHOTO/Ronaldo SCHEMIDTA 
Por Gabriel García Márquez
 Primero que todo, perdónenme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de veinte a treinta personas, no delante de doscientos amigos como ahora.

Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como ésta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad -dijo- es que no hay jóvenes que escriban.

A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, nomás por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con «ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana» o algo parecido.

Esta vez sí que me enfermé y me dije: «¡En qué lío me he metido! ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?». Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.

Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tengo terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola), cuando la tengo terminada, repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho; la idea que le da vueltas.

Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no sé cuándo, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en qué forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de diecisiete y una hija menor de catorce. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: «No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo».

Ellos se ríen de ella, dicen que ésos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: «Te apuesto un peso a que no la haces». Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no la hace. Paga un peso y le pregunta: «¿Pero qué pasó, si era una carambola tan sencilla?». Dice: «Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo». Todos se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá y una prima o una nieta o en fin, cualquier parienta. Feliz con su peso dice: «Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto». «¿Y por qué es un tonto?». Dice: «Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo».

Entonces le dice la mamá: «No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen». La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: «Véndame una libra de carne» y, en el momento en que está cortando, agrega: «Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado». El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: «Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando cosas».

Entonces la vieja responde: «Tengo varios hijos; mire, mejor déme cuatro libras». Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: «Se han dado cuenta del calor que está haciendo?». «Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor.» Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. «Sin embargo -dice uno-, nunca a esta hora ha hecho tanto calor.» «Sí, pero no tanto calor como ahora.» Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: «Hay un pajarito en la plaza». Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.

«Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.» «Sí, pero nunca a esta hora.» Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. «Yo sí soy muy macho -grita uno-, yo me voy.» Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: «Si éste se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos», y empiezan a desmantelar literalmente al pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: «Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de nuestra casa» y entonces incendia la casa y otros incendian otras casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando: «Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca».
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Falleció el escritor Pedro Sivira

Sivira era oriundo de Las Mercedes del Llano, estado Guárico; se destacó como escritor de la novela del petróleo y critico literario.



Pedro Sivira, escritor y crítico literario,
autor de Fantasmas y los residentes
A la dos de esta madrugada de este miércoles se registró la triste noticia del fallecimiento del escritor guariqueño Pedro Sivira, autor de Fantasmas y los residentes (2da Ed, 1993)W Company
Sivira era oriundo de Las Mercedes del Llano, estado Guárico; se destacó como escritor de la novela del petróleo y critico literario. Fue editor de las páginas culturales del Diario El Nacionalista, y para la fecha trabajaba junto con el editor de este periódico, Leonardo Lalo González, en la producción de varios proyectos investigativos.
También, don Pedro Sivira era editor del portal electrónico Kandil Editores, un proyecto comunicacional que venía desarrollando con el periodista José Obswaldo Pérez.
Sivira falleció de un paro cardiaco.
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Amenaza a la dinastía Castro

El Estado cubano guarda silencio sobre la ratificación de los pactos internacionales en materia de Derechos Humanos.

Foto: Jurisconsulto de Cuba
por Laritza Diversent
Mientras la Unión Europea y Estados Unidos condicionan sus relaciones con el gobierno de la isla, a un progreso de los derechos humanos, el Estado cubano guarda silencio sobre la ratificación de los pactos internacionales en esa materia.

El 28 de febrero de 2008, cuatro días después que Raúl Castro asumiera el poder, el destituído canciller Felipe Pérez Roque, firmaba en Nueva York el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

¿Hubo una intención o fue una simple estrategia?

Les explico. Desde diciembre de 1966, estos dos Pactos están abiertos a la firma y ratificación de todos los estados miembros de las Naciones Unidas. La Habana los firmó hace dos años, pero todavía no los ha ratificados. La reacción internacional fue positiva. Dio la impresión de que al firmarlos, el renovado gobierno salía del aislamiento y se garantizaba legitimidad. Incluso se habló de posibles cambios dentro del cerrado sistema cubano y de la visita a Cuba de Manfred Nowak, relator especial del la ONU contra la tortura. Pero ni se produjeron cambios ni el relator pudo viajar a visitar las cárceles en la isla.

A golpe de anunciar (y no cumplir) el levantamiento de prohibiciones, el gobierno logró el cese de las sanciones de la Unión Europea y un diálogo privado, sin resultados, sobre derechos humanos. Sin embargo, hasta la fecha, el Estado cubano no ha dado su consentimiento para contraer obligaciones internacionales en materia de derechos humanos.

¿De quién depende la decisión?

La Constitución cubana de 1976 y el Decreto–Ley 191/99, regulan el procedimiento interno para la ratificación de tratados internacionales. En el trámite deben integrarse las respectivas decisiones o acuerdos del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado. El primero aprueba, el segundo ratifica. No se conoce ningún otro país en el cual el visto bueno del gobierno esté dividido en dos actos.

Al ser distinto el procedimiento en Cuba, el Ministerio de Relaciones Exteriores tiene que esperar por ambos consentimientos, el de los Consejos de Estado y de Ministros, y luego elaborar el instrumento de depósito o nota diplomática para ratificar los Pactos en la ONU.

¿A qué se debe la demora?

Según especialistas consultados, los dos Pactos no han sido ratificados porque la vigencia en el país de estos instrumentos jurídicos internacionales, son vistos como una amenaza para la dinastía de los hermanos Castro. Y es que los Estados, al ratificar estos Pactos, se comprometen a adoptar las medidas oportunas para dictar las normas legislativas necesarias que hagan efectivos los derechos civiles, políticos, sociales y económicos de sus ciudadanos.

Eso significaría que el gobierno cubano tendría que realizar importantes reformas en su sistema legal. Tendría que derogar, por ejemplo, la Ley 88 (ley mordaza), que impide la libertad de expresión.

También abolir la Ley 989 de diciembre de 1961, que impone los permisos de entrada y salida del territorio nacional, así como el abandono definitivo y la confiscación de bienes de los emigrantes. Igualmente eliminar el Decreto 217, que regula la migración en Ciudad de la Habana, y prohíbe a los residentes de otras regiones, domiciliarse en la capital.

La vigencia de los Pactos exigiría reformar la Constitución de la República, que penaliza el ejercicio de los derechos que se oponen a la existencia y fines del Estado socialista. Implicaría además, una seria modificación del sistema político, sobre todo lo relativo a la existencia de un partido único. La Constitución reconoce al Partido Comunista de Cuba (PCC), como la “fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado”. Este reconocimiento incluye también la ideología.

El pluralismo político está legalmente prohibido. El PCC no admite igualdad con otros partidos, ni reconoce legitimidad a ninguna ideología diferente. La Ley de Asociaciones tampoco contempla la existencia de otras organizaciones políticas. Las actuales normas y particularidades del sistema jurídico cubano contradicen los principios sostenidos por el Pacto de los derechos civiles, que reconoce la libertad de opinión, movimiento y asociación.

La demora en estas ratificaciones ante las Naciones Unidas, es responsabilidad del gobierno cubano. El motivo principal de la demora lo resume un abogado independiente: “Si el régimen ratifica y pone en vigor los Pactos internacionales sobre derechos humanos, estaría comprando soga para su pescuezo”.

Lo que el defenestrado Pérez Roque firmó en Nueva York en 2008, fue sólo una estrategia de distracción del gobierno cubano para ganar tiempo político.

Laritza Diversent es cubana, licenciada en Derecho y autora del blog Jurisconsulto de Cuba
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Vargas Llosa y los bárbaros

El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos critica la frivolidad con la que muchos comunicadores reseñaron el Premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa

Foto: Cristóbal Manuel
Por Alberto Salcedo Ramos
En cierta ocasión un periodista que no había leído a Jorge Luis Borges tuvo la osadía de abordarlo, micrófono en mano, a la salida de un aeropuerto. Las dos primeras preguntas que hizo dejaron en evidencia su colosal ignorancia. Entonces Borges, perverso como siempre, le dijo: “tranquilo, amigo, que yo tampoco leo mis libros”.

Me acordé de este episodio al oír la retahíla de banalidades con la cual muchos informadores radiales y televisivos registraron la noticia de que Mario Vargas Llosa había obtenido el Premio Nobel de Literatura. Volvieron a cotorrear abundantemente – cómo no – sobre el puñetazo que, a principios de 1976, el peruano le dio en el ojo a Gabriel García Márquez. Dijeron que era apuesto, que se casó primero con una tía y después con una prima. Un reportero se explayó en el veto que, según él, le fue impuesto a Vargas Llosa por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Otro se preguntó olímpicamente por cuál de todos los libros de Vargas Llosa sería que los académicos suecos decidieron concederle el galardón. En medio de esta sucesión de frivolidades, las referencias a la obra del escritor laureado fueron mínimas e insulsas.

Hace más de 15 años, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, fue ultrajada en Colombia por un entrevistador cuya fobia a la lectura es legendaria. De repente, casi en los albores del diálogo, el tipo planteó un asunto grotesco: ¿qué tal era Borges en la cama? Aquel periodista pretendía encontrar en los coitos del escritor argentino las claves que jamás había buscado en sus libros. Lo hacía por burdo, claro, pero también porque era consciente de que las cobijas que le sirvieron a Borges para resguardar sus relaciones íntimas podían servirle a él para esconder su incultura.

Guardadas las proporciones, fue lo mismo que pasó esta vez con los informadores encargados de transmitir la noticia de Vargas Llosa. Al extenderse en el chismecito fácil sobre la figura del autor, esquivaban su obra. ¿Para qué perder el tiempo siguiéndoles el rastro a los personajes de sus ficciones, a Antonio Conselheiro, el predicador que desencadena una guerra sangrienta en Brasil; a Ricardo Arana, el alumno paralizado por el miedo dentro de un colegio militar, o a Fonchito, el niño lujurioso que fisgonea a su madrastra, si es posible salir del paso recitando los títulos de la bibliografía o comentando una minucia de su vida personal?

La aversión por las letras no es exclusiva de los gacetilleros encargados de escribir sobre frivolidades: está presente, incluso, en muchos de quienes manejan el tema cultural. Algunos de ellos parecieran tomarse a pecho lo que el escritor George Creoly aconsejaba en broma. Y así, cuando tienen que comentar un libro no lo leen, “para no llenarse de prejuicios”. En estos países nuestros – lo dijo el propio Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista – “la literatura no significa gran cosa y sobrevive en los márgenes de la vida social”. Eso, que suena como una calamidad, en realidad es una bendición. El problema no es que estos bárbaros excluyan a la cultura de sus agendas sino que se ocupen de ella como si fuera un aspecto más de la farándula.

Fuente: El Heraldo Colombia.
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Diálogos Ideologizados e Ideologizantes

El mundo a lo sumo se puede mejorar pero nunca cambiar en el paraíso terrenal que estos sueñan con la sola ayuda de las ideas.

Foto Cuba independiente
Por Daniel R Scott

Un día de enero de 1995. Como no tenía nada que hacer hoy en la mañana luego de salir de la entidad bancaria, decidí ir a visitar a mi amigo. Hablar con él será mucho mejor que andar por ahí de brazos cruzados viendo como se derraman inútilmente como agua en las calles las horas que pasan impasibles. Y no hay nada peor que una hora que se pasea impasible frente a ti. Solo tengo que caminar unas tres cuadras y ya estaré allí. Y tendré con qué llenar un par de horas, la posibilidad de darle rostro con una acción o persona definidas.

Al llegar me detuve un instante para saludar al personal. Es el mismo personal de otros años, sentado de la misma manera de otros años, conversando las mismas cosas de otros años, con expresión de hastío y de fastidio de otros años, deseando estar en cualquier parte menos allí, al igual que otros años. Pero los entiendo: noble labor la que se realiza aquí, pero no se hace carrera. Así como entras te vas. Saludé y sin muchas ganas de iniciar cualquier tipo de dialogo me desembaracé amablemente de todos y me fui directo a la oficina de mi amigo, que en ese momento se hallaba en compañía de tres jóvenes: otro buen amigo, eterno colaborador de la institución; un joven adornado con los símbolos del "Heavy Metal" y un estudiante pálido, blanco, de piel traslucida, que se define a sí mismo como "pro- stalinista". Me pregunto si conocerá el significado exacto del término. No confiaría en una persona con esa orientación. Al menos no en otro país. Yo no me olvido lo que leí de la colectivización de la tierra y de las terribles consecuencias que le acarreó al campesinado ruso. Cuando alguien le preguntó a Stalin hasta cuando estaría matando gente, éste respondió: "Hasta que sea necesario". Pero es un muchacho, se entiende.

Vaya zoológico pues. Aquí está el siglo XX representado.
Mi amigo al verme se alegró mucho. Es que somos muy buenos amigos.
-Epa Daniel, ¿que tal? me dijo- Estamos hablando de política.
En este país no se habla de otra cosa que no sea política. He llegado a pensar que nuestro subdesarrollo se debe a creer ciegamente que nuestros problemas son eminentemente políticos. Desde 1830 eso creemos.

-Ya veo- le respondí.

Llegué en medio de una animada conversación que no fue interrumpida por mi interspectiva presencia. El joven stalinista o como sea que se llame esbozaba con movimiento de manos y gestos sobreactuados los planes y proyectos del movimiento estudiantil para beneficiar e incluso redimir a las clases sociales desposeídas. Le observé detenidamente y con incredulidad, midiendo no solo el alcance de sus palabras sino su apariencia: la clásica y desfasada jerga revolucionaria, los mismos clichés marxista que circulaban en el pedagógico de Maracay en la década de los setenta y ochenta. Cuando supe de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y de la turbulencia política y golpista en la Unión Soviética de 1991 me aseguraba a mí mismo que ya no volvería oír hablar de estas cosas, pero veo que estaba muy equivocado. O este logró escapar del derrumbe del comunismo en la Europa Oriental. Cuando papá intentó explicarle a nuestro querido y buen amigo el abogado Yuri Buaíz lo del debacle del comunismo en Europa, él contestó: "Es que ellos no eran comunistas. Comunista soy yo".

Pues aquí tenemos otro raro ejemplar, la especie en extinción de los "El Comunista soy yo". En la franela, a la altura de su corazón, colgaba un prendedor dorado, negro y esmaltado con la popular efigie del Che Guevara. Me dio por participar de la conversación para fastidiar un poco.

-Por cierto- le dije con un falso tono de interés y de inocencia- ¿qué predican ahora que se derrumbó el muro de Berlín y después de lo que sucedió en la Unión Soviética hace cuatro años? Porque tu hablas y lo que yo oigo me parece tan obsoleto como el Spunik. ¿No sería mejor admitir que el comunismo fracasó y buscar otras alternativas de lucha social?

El buen "pro- stalinista", quien además es el presidente del Centro de Estudiante, captó la mala intención y el sarcasmo implícita en mis palabras. Ordenó marcialmente sus ideas, busco las palabras adecuadas y contesto con sonrisa nada amistosa:

-En Europa Oriental nunca hubo un comunismo como tal. El comunismo presupone la inexistencia del Estado, así que nunca existió. No sabes mucho de estos temas. Lo que si prevalecía fue una burocracia que arruinó la economía y pervirtió al marxismo-leninismo. De manera que no se puede hablar de fracaso tal cual como tu lo afirmas.
-No me convences- le respondí meneando negativamente la cabeza-Y no sigas hablando porque al final ni sabré a donde quieres llegar. Siempre nos vienen con acrobacias intelectuales para explicar lo inexplicable y uno termina tragandose todo el cuento. Pero una cosa es cierta: fracasaron
-Fracasan-señaló mi amigo-porque el comunismo, socialismo o como le llamen no es más que una utopía. Como sistema político es inoperante e inviable. Su unica virtud estriba en poseer elementos que emnoblecen a sus partidiarios.
-No creo que deducir la moral de lo que beneficia a la lucha de clases y asesinar a tus padres si es preciso en pro de los intereses de la revolución sea algo emnoblecedor-objeté yo.
-Bueno-respondió defendiendose-no me refería precisamente a eso. Pero, de todos modos, creo que el Che Guevara fue un fracasado... Como médico, como politico, como guerrillero... No entiendo porque lo endiosan tanto.
Fue un soñador, un idealista-dijo el de la piel traslucida acariciando con orgullo el prendedor que llevaba en el pecho-Eso es lo que necesitamos hoy en día
-De cualquier modo lo que yo digo es que no estoy de acuerdo con eso del que fin justifica y los medios-dije, y mirando al presidente del centro de Estudiantes añadí: Jamás estaré de acuerdo con un Stalin que dijo que ninguna revolucion se puede hacer con guantes de seda, ni mucho menos con un Lenín que decía: "No se puede freir un huevo sin antes quebrar la cascara" o algo semejante a eso, parafraseando... ¿Y todo para qué? Fracasaron después de setenta años de experimentos
-No comparto tu posición-replicó el ideólogo del marxismo-leninismo.
-Esa es tu libertad-le dije-compartir mi posición o no. Yo solo señalo lo que está escrito en la historia. Allí tienes la revolución francesa y la misma revolución rusa que tu tanto admiras: pese a los ideales y a las masas que movieron terminaron por traicionarse a sí misma y engendrar a dos déspotas que hicieron del culto a su personalidad su única política: Napoleón y Stalin. El primero se coronó como emperador, y el segundo fue uno de los asesinos más connotados del siglo XX. ¡Cuantos campesinos no murieron por negarse a la colectivización de la tierra! Y...
-Pero lo mismo sucedió con el Cristianismo-acotó con no poca perversidad el líder estudiantil, sabiendo de mis inclinaciones
-Lo cual corrobora otra tesis mía-me defendí de inmediato-Absolutamente nada se salva de las manos del hombre. Fue Ignacio Burk el que dijo... ¿O fue otro? Bueno el que sea... Dijo más o menos así: "Las ideas pierden fuerza o se corrompen cuando se institucionalizan" y el Cristianismo se institucionalizó, perdió su empuje revolucionario inicial. Pero al menos duro más que tu comunismo de la Europa Oriental. Le abonó el terreno a una Edad Media, fundó monasterios donde se vivía una intensa vida cultural, creó instituciones que, pese al oscurantismo de la época, aún hoy son las bases de la sociedad, pese a que, no te lo niego, el cristianismo no sea hoy más que un cadáver histórico que nadie se atreve a sepultar por respeto, sentimentalismo y reverencia.
-Para ti todo ha fracasado-respondió-Entonces, ¿qué propones en vista de ello? ¿Cruzarnos de brazos y dejar que todo continúe de mal en peor? Con esa mentalidad jamás se habrían logrado muchas de las reformas sociales y políticas que hoy disfrutamos. Tienes algo del oscurantismo de esa Edad Media que tu mencionas. Porque pese a lo que dices sí se han logrado cambios.

Muy buena respuesta, después de todo. Sin duda exagero. O solo quiero molestarle, acicatearle un poco. Me molesta la gente que cree ciegamente en todo, la que cree que nunca se equivoca, esos son los peligrosos, los que crean sistemas totalitarios y hacen de las ideas dogmas que te llevan a la cárcel. Y me molesta esa manía absurda de querer cambiar el mundo. El mundo a lo sumo se puede mejorar pero nunca cambiar en el paraíso terrenal que estos sueñan con la sola ayuda de las ideas. No me gustan mucho. Y en el fondo, quizá yo sea igual a él, otro dogmático, un irreductible. Sin percatarnos de ello atacamos en los demás nuestros propios errores, nos asquea del otro nuestras propias deformidades y, aun peor, alabamos en el prójimo nuestros puntos de vista, que es la peor de las vanidades Creo en las ideas bellas y ennoblecedoras, pero también estoy consciente de como la naturaleza humana se opone a ellas. Me gusta presentar mis puntos de vista pero no sello los corazones con ellas como quien marca a una res con un hierro candente. Es una tontería.
-Los cambios no los niego-aclaré-y luchar por un mundo mejor sería la unica meta que ocupe la atención del hombre. El hombre, cuando deja de luchar o de creer en una idea, muere. Alguien dijo que la grandeza del ideal consiste en luchar por él, alcanzarlo sería solo la recompensa. Pero eso de presentar al mundo un líder o una idea como la panacea a los males de la humanidad es un craso error. Y los pueblos son los que al final sufren. Ahí tienes a Fidel Castro y sus treinta y tantos años de dictadura. Un pueblo que sufre por culpa de un solo hombre que no se sabe si es Martiano o Marxista o simplemente un dictador, otro de tantos de los que ha tenido Latinoamérica.
-Pero son los lideres y las ideas que engendran lo que lleva el mundo adelante-contestó el líder estudiantil- No me vas a negar que gracias a un hombre llamado Marx y a sus ideas surgió el primer estado comunista de la historia. Sin hablar que Lenin, echó abajo el imperio zarista.
-Pero hace falta algo más. Las luchas sociales y políticas están infiltradas por limitaciones y oportunistas de todo tipo. Suelen dañar los principios. Con razón decía Burgess...
-¿Burgess? ¿Qué Burgess?-interrumpió con interés el devoto del Heavy Metal, que hasta ese momento se había mantenido al margen de la conversación, limitándose a mirarnos con cara de no entender mucho-¿Quien es él?
A lo mejor lo confunde con algún intérprete de su música predilecta muerto con una sobredosis de droga.
-Sí, Burgess, Anthony Burgess-continué yo-dijo que solo existía esperanza en la regeneración personal, en el amor... La reforma política había fracasado.
-Regeneración personal, amor, eso me suena muy sospechoso... Ya vas a venir con lo de Cristo y el evangelio... No es que irrespete tus ideas pero creo lo que dijo Lenin: "la religión es un licor idiotizante".
Pero no puedes generalizar-dijo el director-eso no es objetivo. Esa frase debe interpretarse dentro del contexto de la sociedad rusa. La iglesia Ortodoxo era una caricatura del cristianismo bíblico.
-Pero el evangelio sigue siendo una opción válida-afirmé-Una alternativa sin usar. O que no se ha sabido usar. En todo caso la iglesia ortodoxa Rusa no era cristiana: era una parodia del cristianismo. Y pago las consecuencias: sus templos terminaron convertidos en museos o en simples depósitos.
- Eso es cierto: el espíritu del evangelio sigue siendo una alternativa sin usar-dijo mi amigo, quien se limitaba a ver la polémica con cara divertida-debería llevarse a la práctica dentro de modelos políticos.
-Y se puede-añadí yo- Leí algo de eso en alguna parte y hasta lo memoricé, pero no me acuerdo del autor. Es un hombre de apellido Pérez.
-Eres un mal lector- dijo el amigo de la clase obrera-Yo acostumbro tomar notas, hacer resúmenes, elaborar fichas...
-Si, está bien seguiré tu consejo-le respondí interrumpiéndolo-pero memoricé la cita que es lo importante. A ver... dice así: "Es obvio que el evangelio no es una doctrina de estrategia revolucionaria ni un tratado de organización socio-económica, es el espíritu previo a toda táctica y toda organización".
Entonces un funcionario interrumpió la conversación presentando alguna queja contra algún otro funcionario y todo quedó hasta allí. Como se acercaba el mediodía y arreciaba el hambre me fui a casa.
Eso es todo.
1995
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La fábrica de cretinos

Jean-Paul Brighelli es docente, profesor de letras y ensayista. Tiene un blog, Bonnet d'âne (orejas de burro), donde publica regularmente artículos sobre educación. Es autor de una requisitoria durísima contra la Nueva Pedagogía, responsable a su juicio de la decadencia de la instrucción pública en su país, Francia.


Jean-Paul Brighelli
Nuestros hijos ya no saben leer, ni contar, ni pensar. La constatación es terrible y sus causas menos oscuras de lo que se pretende. Un encadenamiento de buenas intenciones mal manejadas y de cálculos interesados ha desmontado en una treintena de años lo que fue uno de los mejores sistemas educativos del mundo. ¿Hay que incriminar a los políticos, a los profesores, a los parientes, a los sindicatos docentes, a los programas? En todo caso, la Nueva Pedagogía ya mostró sus "méritos": la escuela ha dejado de ser el motor de un ascensor social deficiente. Desde ahora, los que nacieron en la calle permanecerán allí. Entonces, ¿qué hacer? (...)

Hoy la escuela ha muerto. Estuve tentado de empezar así este libro. A continuación, habría demostrado que todo lo que fue construido desde las leyes Ferry (Jules) (*) fue progresivamente abolido hasta la gestión Ferry (Luc) (*). Tal vez me hubiera dejado llevar por la nostalgia de los guardapolvos y de los golpes con la regla en los dedos...

Pero la constatación de esta muerte programada, anunciada, constatación compartida por todos, padres, alumnos y docentes, ya no alcanza. Todavía hay que comprender por qué se destruye intencionalmente la escuela. Lo que es un fracaso ante los ojos de la opinión pública corresponde a un proyecto y este fracaso resulta ser, para algunos, un éxito. (...)

Un proyecto no es un complot. No hace falta imaginar que se ha calculado la muerte de la escuela. Una civilización tiene la escuela que se merece y actúa globalmente para fabricársela. Para poner de rodillas lo que fue uno de los mejores sistemas educativos del mundo, hizo falta una singular conjura de voluntades perversas y de buenas intenciones imbéciles. No se destruye sin esfuerzo, en una veintena de años, lo que la República tardó más de un siglo en edificar. (...)

La nostalgia, que los adeptos de la "modernidad" no dejarán de reprocharnos, es la única vía seria para preparar el futuro sin renunciar masivamente a la cultura. ¿Quién no ve que la "modernidad" es de hecho una vuelta hacia el oscurantismo?

Las palabras, en el mundo de Big Brother, como en nuestra época de totalitarismo blando, deben ser tomadas al revés. El ministerio de la Paz se ocupa de la guerra y la Ignorancia es la fuerza. El "éxito" de la "nueva pedagogía" es la muerte programada del Saber; su objetivo: la fábrica del cretino.

A comienzos de los años 89, Maurice T. Maschino planteaba ingenuamente la pregunta: "¿Ustedes quieren realmente niños idiotas?". Él vinculaba la baja de nivel que constataba con decisiones tomadas ya desde el fin del mandato de (el ex presidente Valéry) Giscard d'Estaing y describía una situación que preanunciaba la catástrofe actual: "El fracaso de la enseñanza no es un secreto para nadie: ni para los docentes, por supuesto, que constatan cada día el estado de degradación intelectual de sus alumnos, su incapacidad para reflexionar, su total alergia a las actividades del espíritu, su analfabetismo profundo; ni para los padres, regularmente estupefactos al constatar que sus niños, incluso en el último grado del secundario, saben apenas leer y escribir; ni para los alumnos, que se aburren a lo largo de las clases, balbucean algunos monosílabos cuando se los interroga, luego recaen en el letargo y no se despiertan más que para correr hacia la cantina o hacia su ciclomotor". (...)

Los liceos y colegios se han convertido en "sitios de vida". Habrá que pensar que antes no eran más que sitios de muerte, a tal punto la palabra "cultura", para el pedagogo despreciativo, se asocia a la obsolescencia, vagamente polvorienta, de las cosas del pasado.

Falta de costumbre sin duda. Se denigra lo que sólo se conoce de oídas. (...)

Los fundamentalistas de los Institutos Universitarios de Formación de Maestros (IUFM), entre ellos, Philippe Meirieu, el papa de la Nueva Pedagogía, suponen que el saber está en todas partes menos en el maestro; no quieren que los alumnos consideren a su docente como un sujeto que "sabe".

La Nueva Pedagogía es a la verdadera pedagogía lo que la nouvelle cuisine (nueva cocina) es a la gastronomía: nada en el plato, pero ¡qué discurso como guarnición!

(*) Ministro de Instrucción Pública, autor de las leyes que en 1881 y 1882, hicieron gratuita, obligatoria y laica a la escuela primaria francesa

(*) Ministro de Educación 2002-2004

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Ver el blog del profesor Jean-Paul Brighelli, Bonnet d'âne (orejas de burro)
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Mario Vargas Llosa: "Estoy muy conmovido y emocionado"

El Premio Nobel de Literatura volvió a América Latina después de 20 años. El escritor peruano, flamante ganador de la máxima distinción de las letras, es reconocido en el mundo por obras como Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La casa verde y La ciudad y los perros

Mario Vargas Llosa
La Academia Sueca dijo que otorgó el galardón a Vargas Llosa "por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo".

Mario Vargas Llosa es uno de los autores que han marcado en las últimas décadas la literatura latinoamericana a través de su aguda percepción de la compleja sociedad peruana.

De 74 años, Vargas Llosa fue uno de los protagonistas del llamado "boom latinoamericano", junto con otros grandes nombres como el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar o los mexicanos Carlos Fuentes y Juan Rulfo.

Admirado por su descripción de las realidades sociales, en el plano político sus posiciones de derecha suscitaron hostilidad en un medio intelectual que tiende mayormente a la izquierda.

"Los latinoamericanos somos soñadores por naturaleza y tenemos problemas para diferenciar el mundo real y la ficción. Es por eso que tenemos tan buenos músicos, poetas, pintores y escritores, y también gobernantes tan horribles y mediocres", ha señalado el novelista.

Nacido en la sureña ciudad peruana de Arequipa el 28 de marzo de 1936 en el seno de una familia de clase media, fue educado por su madre y sus abuelos maternos en Cochabamba (Bolivia) y luego en Perú. Tras sus estudios en la Academia Militar de Lima obtuvo una licenciatura en Letras y dio muy joven sus primeros pasos en el periodismo.

Se instaló poco después en París, donde se casó con su tía Julia Urquidi, 15 años mayor que él (relación que inspiraría más tarde la novela La Tía Julia y el escribidor) y ejerció varias profesiones: traductor, profesor de español y periodista de la Agencia France-Presse.

Años después rompió con Urquidi y se casó con su prima hermana Patricia Llosa, con quien tiene tres hijos. Su larga carrera literaria despuntó en 1959 cuando publicó su primer libro de relatos, Los jefes, con el que obtuvo el Premio Leopoldo Alas. Pero cobró notoriedad con la publicación de la novela La ciudad y los perros, en 1963, seguida tres años después por La casa verde.

Su prestigio se consolidó con la novela Conversación en la Catedral (1969). Siguieron después Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, Lituma en los Andes y El pez en el agua (memorias de su campaña electoral), entre otras.

Entre sus libros más recientes figuran las novelas La fiesta del Chivo, en 2000, El paraíso en la otra esquina, en 2003, y Travesuras de la Niña Mala en 2006, su última obra publicada.

Ha incursionado también en el teatro y hace dos años estrenó en Madrid Al pie del Támesis.

Con su obra traducida a 30 lenguas, Vargas Llosa ha sido galardonado con los premios Cervantes, Príncipe de Asturias de las Letras, Biblioteca Breve, el de la Crítica Española, el Premio Nacional de Novela del Perú y el Rómulo Gallegos. El Nobel de Literatura viene a coronar una prolífica trayectoria.

En política pasó de su apoyo entusiasta (y posterior rechazo) a la revolución cubana a posiciones conservadoras en los años 80, que defendió cuando fue candidato a la presidencia del Perú en 1990. Estuvo a punto de llegar a la primera magistratura de su país cuando el hasta entonces desconocido ingeniero agrónomo Alberto Fujimori se impuso sorpresivamente en las elecciones.


Desde entonces, su participación en la política peruana ha sido marginal y se limitó a haber aceptado el año pasado dirigir el Museo de la Memoria sobre la guerra interna del periodo (1980-2000), aunque renunció el mes pasado por su discrepancia con un decreto del gobierno que beneficiaba a violadores de los derechos humanos.

Políticamente fue seducido por Fidel Castro, pero en 1971 rompió con la revolución castrista ante el caso del poeta Heberto Padilla, obligado por el régimen a hacer una "autocrítica".

Sus últimos dardos en el plano internacional han sido contra el presidente venezolano, Hugo Chávez, a quien define como un "caudillo mesiánico".

Tuvo una estrecha amistad con el escritor colombiano Gabriel García Márquez, que terminó abruptamente en un incidente confuso que ambos prefieren no evocar. "Que los biógrafos se encarguen de ese tema", dijo alguna vez Vargas Llosa.

La plenitud que Vargas Llosa reconoce en su vida literaria contrasta con las frustraciones que ha vivido en su carrera política. Tras su fracaso electoral volvió a las letras, de donde -según manifestó- nunca debió salir.

"Escribir es un trabajo que requiere perseverancia, horarios, imponerse una disciplina y respetarla, eso creo que es fundamental. La razón por la cual me someto con tanta facilidad a esa disciplina en mi trabajo es porque no tengo la sensación de que sea un trabajo sino un placer", dice de una actividad que seguirá realizando mientras viva.

"Es una sorpresa muy agradable"

En una entrevista telefónica con la CNN, Vargas Llosa admitió estar sorprendido e incluso pensó que era una broma. El escritor declaró que se enteró por los propios miembros de la academia. “Me avisaron que en 14 minutos se iba a hacer público, y desde entonces los teléfonos no han parado ni un segundo de repicar”, contó.

El periodista de la CNN apuntó que su postura ideológica liberar no era compatible con la academia sueca, pero para el premiado las diferencias no son tan claras. “La verdad nadie sabe hasta qué punto interviene el factor político”, afirmó.

“Lo importante es agradecer el reconocimiento. Porque es un reconocimiento a la lengua española y a la literatura latinoamericana. Estoy agradecido de haber sido el privilegiado. Es una sorpresa muy agradable”, insistió.

Además, adelantó que viajará a Perú a mediados de diciembre porque en estos momentos se encuentra en la prestigiosa Universidad de Princeton dando clases.
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Mario Vargas Llosa, el escritor que cambió el idioma narrativo

Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010
Desde luego ganó el Premio Cervantes en 1994: la mayor distinción a las letras en castellano reconoce una obra que transforme el idioma, y pocas lo han hecho tanto como la del peruano Mario Vargas Llosa. En su país, tal vez sólo César Vallejo y José María Arguedas dejaron -y por razones muy distintas- una marca tan profunda en la literatura.

Su capacidad para narrar atrapa: una multitud de detalles dan verosimilitud a los mundos que crea. Su habilidad en la construcción de voces abre tanto el mundo de los pandilleros de Lima (Los perros) como en el Tahití de Paul Gauguin (El paraíso en la otra esquina), entra en la cabeza de un guerrillero (Historia de Mayta) con la misma comodidad que en la del dictador dominicano Rafael Trujillo (La fiesta del Chivo). Y nunca pierde por eso las ambiciones mayores de la novela moderna: las grandes estructuras, la experimentación inagotable, el juego técnico.

La fama le llegó rápido.


Tenía treinta años cuando publicó La casa verde y cambió el rumbo de las letras, en un continente que bullía de grandes autores: eran los tiempos del boom. Al año siguiente de su salida, en 1967, la obra recibió el premio Rómulo Gallegos, que comenzaba entonces con finalistas de peso: Vargas Llosa compitió con Julio Cortázar por Rayuela, Carlos Fuentes por La muerte de Artemio Cruz y Gabriel García Márquez por El coronel no tiene quien le escriba. También ganó el Premio Nacional peruano y el Premio de la Crítica Española.

Antes de que terminara la década publicó otra obra enorme, Conversación en La Catedral. Su interés por la política se revela en las cuatro historias que intercambian los dos protagonistas, ubicados en las antípodas sociales, en el bar que da título al libro: el fondo son los años de la dictadura del general Manual Odría. Hasta 1981, con La guerra del fin del mundo, no volvería a publicar un trabajo tan ambicioso.

Los comienzos

Nació en Arequipa, Perú, en 1936, y vivió una experiencia infrecuente en aquellos años: el divorcio de los padres cuando él todavía no había nacido. Se mudó a Cochabamba, Bolivia, donde se crió en casa de sus abuelos maternos. Creció consentido hasta los diez años, cuando conoció al padre: la madre se reconcilió con él y llevó al niño de regreso a Lima.

Preocupado por las inclinaciones literarias del muchacho, el padre lo envió a un colegio militar. Lejos de cambiarle la vocación, le dio tema para su primera novela: en La ciudad y los perros, de 1962, el internado Leoncio Prado aparece con su nombre y su violencia: "los perros" es el calificativo despectivo que recae sobre los alumnos del primer año. Por algo, en el patio del instituto se quemaron mil ejemplares de la novela.

Es curioso que la fama instantánea que le trajo esa novela -mitad elogio literario, mitad acusaciones de falta de patriotismo, cuando no comunismo- lo haya sorprendido. La envió sin esperanza a Seix Barral, que la publicó de inmediato en España. Quedó finalista del Prix Formentor en 1963.

Cuando eligió estudiar Letras en la Universidad de San Marcos (Lima), el padre se enfureció. La relación entre ellos ya era difícil: a los 18 años Vargas Llosa se había casado con su tía política. La historia, apenas transfigurada, aparece en esa pieza sobre la educación sentimental llamada La tía Julia y el escribidor. Se la dedicó a la que ya era, cuando la publicó, su ex mujer: "A Julia Urquidi Illanes, a quien tanto debemos yo y esta novela".

Se reconoce más que influido -"envenenado", declaró- por la literatura francesa: Alejandro Dumas y Victor Hugo, pero sobre todo Gustave Flaubert. Ya lo había impresionado Jean-Paul Sartre cuando viajó a Francia por primera vez, a los 22 años, como parte del premio que le otorgó la Revue Française por su cuento "El desafío".

Había estado en Europa para doctorarse en la Universidad Complutense de Madrid el mismo año en que salió su libro de cuentos Los jefes, 1958. Pero España parecía otro planeta comparado con aquel París de los 60, en el que deambulaban el mexicano Carlos Fuentes, el argentino Julio Cortázar, los beatniks. Se instaló durante siete años.

Allí lo entrevistó el crítico Luis Harss, quien articuló el fenómeno que se conoció como el boom en su libro Los nuestros. "Estaba casado y no tenía dinero ni trabajo", lo describió. "Vivía en la buhardilla de un hotel y se pasaba los días trajinando por todas partes en busca de una colocación. Por fin consiguió un puesto mísero, como profesor en la escuela Berlitz. El sueldo era andrajoso, y el horario, devorador". Más lo corroía el miedo a perder el idioma: lo que más quería en el mundo era escribir.

Lo hizo. A sus obras mayores sumó ensayos (ver aparte lista completa) como Historia de un deicidio, sobre Gabriel García Márquez, o El viaje a la ficción, sobre Juan Carlos Onetti; teatro (La señorita de Tacna, Odiseo y Penélope), periodismo (Diario de Irak) y, desde luego, una enorme obra narrativa que se tradujo a más de treinta idiomas, del francés al árabe, del inglés al chino, del alemán al islandés, del hebreo al japonés

Las polémicas

La suavidad de sus maneras nunca afectó la contundencia de las opiniones de Vargas Llosa. En 1965, fascinado como tantos intelectuales latinoamericanos con la Revolución Cubana, fue jurado de los premios Casa de las Américas; sin embargo, en 1971 se pronunció contra el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla. Fue uno de los sesenta intelectuales -Guillermo Cabrera Infante, Juan Rulfo, Marguerite Duras y Sartre, entre ellos- que firmaron un documento que dio trascendencia mundial al caso. Se distanció para siempre de Fidel Castro.

No fue esa la razón, sin embargo, por la que se peleó con su amigo García Márquez, otro Nobel latinoamericano, fidelista fiel. El asunto incluyó un puñetazo en público. Aunque nunca se conocieron las razones, es un secreto a voces que la mala interpretación de un comentario inocente del colombiano sobre la belleza de Patricia, la segunda esposa de Vargas Llosa, reveló que los grandes escritores también son seres humanos falibles y tiernos.

En cambio, su pelea con Perú fue política. Desde que en 1983 el presidente Fernando Belaúnde Terry lo nombrara al frente de una comisión investigadora sobre el asesinato de ocho periodistas, Vargas Llosa desarrolló su pasión por los asuntos públicos. En 1987 lideró el Movimiento Libertad contra la estatización de la banca que proponía el presidente -de aquel momento y del presente- Alan García.

Desde esa posición de referencia para la ideología liberal, tres años más tarde fue candidato a la presidencia por el Frente Democrático, y cuando perdió en la segunda vuelta volvió a Europa. Se quedó en Londres, volvió a escribir y en 1993 se convirtió en ciudadano español.

A los 74 años, de regreso al primer amor de la literatura, se ha reconciliado con la realidad política de su lugar de origen. "Mal que mal América Latina va entrando también en el campo político en la edad de la razón", dijo hace poco en el diario español El País . "Si pienso en lo que era cuando yo era joven... De un confín a otro, no había más que dictaduras militares. Y en el otro extremo, el sueño revolucionario. La democracia tenía muy poca base".

Su vida volvió a centrarse en las palabras. Hace poco se declaró feliz porque luego de tres años había concluido otra novela, El sueño del celta, y trabajaba en una colección de ensayos, La civilización del espectáculo. Ahora tendrá que preparar el discurso de aceptación del Nobel, acaso la obra de mayor exposición mundial que pueda tocarle a un escritor.