Julián Correa Lozada: entre la gloria restauradora y las sombras del gomecismo

Foto: El General Juan Vicente Gómez en Maracay, durante los años 20. Imagen tomada de la revista "En el Tapete".


Su participación activa en las batallas de La Victoria y San Mateo, junto a jefes como Luis Crespo Torres, Roberto Vargas y Sixto Bolívar, lo ubica entre los cuadros militares más comprometidos con la causa restauradora.


Por José Obswaldo Perez

La historia venezolana de finales del siglo XIX y comienzos del XX está sembrada de nombres que fueron vitales en su momento y que, sin embargo, han quedado al margen de la memoria oficial. Uno de ellos es el del general Julián Correa Lozada, oriundo de San Juan de los Morros y protagonista clave en los procesos político-militares de dicho período, aunque hoy apenas es una figura poco conocida en la historia local y regional.

Fue hijo de Julián Correa y de Agapita Lozada. Contrajo matrimonio en Ortiz, el 3 de septiembre de 1886, con Juana Isabel Torrealba, hija de José Anselmo Torrealba y de Juana Josefa Torres.

De la Restauración a la guerra

En 1899, en pleno auge del movimiento Restaurador liderado por Cipriano Castro, Julián Correa fue designado primer jefe del Batallón Aragua y simultáneamente jefe civil de San José de Tiznados, en el estado Guárico. Esta doble responsabilidad refleja el estrecho vínculo entre lo militar y lo político en los momentos de reorganización nacional.

Su participación activa en las batallas de La Victoria y San Mateo, junto a jefes como Luis Crespo Torres, Roberto Vargas y Sixto Bolívar, lo ubica entre los cuadros militares más comprometidos con la causa restauradora. El general Diego Bautista Ferrer, en su obra La Victoria y San Mateo (1903), lo menciona como parte de los oficiales que sostuvieron el frente donde “la República se jugó su aliento” (p.14).

La caída en Ciudad Bolívar

Tras los eventos de 1899, Correa Lozada reaparece en 1903 como uno de los combatientes en la Batalla de Ciudad Bolívar, último episodio sangriento de la Revolución Libertadora. Allí, bajo el mando del caudillo oriental Nicolás Rolando, resistió el asedio de las tropas de Juan Vicente Gómez, en una lucha casa por casa que terminó con la rendición de los revolucionarios el 21 de julio.

Entre los más de 50 generales capturados, figuraba Correa Lozada, convertido entonces en prisionero de las fuerzas gubernamentales. Este episodio marcó el fin de su participación activa en la lucha armada o guerra civil en Venezuela, y también el inicio de una nueva etapa bajo el auspicio del poder gomecista.

Del fusil al presupuesto: caminos y fidelidades

En 1905, durante una visita del presidente Cipriano Castro a Ortiz, se tramitó un telegrama al general Gómez solicitando la liberación de Julián Correa y Carlos Capote, ambos implicados en la ya derrotada Revolución Libertadora. Un grupo de dirigentes políticos orticeños habían solicitado su libertad. La respuesta fue afirmativa, y tras su liberación, Correa Lozada se mantuvo leal al régimen gomecista hasta su muerte.

Este nuevo alineamiento le permitió asumir responsabilidades civiles importantes. Correa se vinculó a la mejora de infraestructuras viales en Guárico, particularmente la carretera entre San Juan de los Morros y Morrocoyes, obra que modernizó el trazado del ingeniero villacurano Luis Eduardo Power, a pesar de no ser él mismo ingeniero.

En 1913, un documento oficial del Ministerio de Obras Públicas lo designa como jefe administrador de una junta encargada de reparar y construir carreteras clave en el centro del país. Se le asignó un presupuesto semanal de 3.000 bolívares, y junto a él trabajaban Enrique Ramírez y Elio Tulio Sánchez.

No obstante, a partir de 1916, su nombre comienza a figurar asociado a las llamadas “imaginarias”: sistemas de manejo discrecional de nóminas usadas por el régimen gomecista para premiar a militares afines. Se le acusó, como a otros, de reportar más obreros de los que realmente empleaba en obras públicas, quedándose con parte de los fondos.

Un silencio que también dice

La figura de Correa Lozada resulta difícil de clasificar. Fue combatiente restaurador, prisionero de guerra, servidor público, hombre de lealtades cambiantes. Como muchos actores de aquella Venezuela marcada por la violencia política y la centralización del poder, su nombre parece haberse disuelto entre telegramas, decretos, y memorias inconclusas.

Sin embargo, su historia ofrece una ventana fascinante al estudio de las transiciones políticas en Venezuela, al rol de las provincias en los grandes conflictos nacionales, y al vínculo entre poder militar y civil.

Hoy, recuperar su trayectoria no implica edulcorarla ni condenarla, sino comprenderla en su contexto y complejidad. Como bien señala Oldman Botello en Castro en Calabozo (2015), figuras como Julián Correa Lozada se movieron en “la delgada línea entre el protagonismo local y el olvido nacional”.

Referencias

  • Botello, Oldman (2015). Castro en Calabozo. En: Venezuela de Antaño. Bitácora en línea
  • Ellis, Mark St. Clair (1904). The Battle of Ciudad Bolívar and the End of the Revolution in Venezuela. Proceedings, Vol. 30/4/112.
  • Gaceta Oficial, Ministerio de Obras Públicas. Documento Nº 168. Caracas, 16 de mayo de 1913.
  • Ferrer, Diego Bautista (1903). La Victoria y San Mateo. Imprenta Nacional.

La malaria en Casas Muertas


Para plasmar esta obra, historia verídica y real, creación literaria romántica, costumbrista, poética, dramática y de conocimiento científico, el autor se sumerge en ese mundo, habla con sus habitantes, alguno de los cuales, sobrevivientes de la tragedia que asoló la población llanera de Ortiz, en el estado Guárico.


Por Fernando Aular Durant

LA ENFERMEDAD. El paludismo es una enfermedad aguda, que suele ser muy grave y a veces prolongada, causada por protozoarios parásitos del género Plasmodium, de los cuales varias especies puede afectar al hombre, entre ellas: P. falciparum, P. malarie, P. ovale y P. vivax., los cuales producen destrucción de los glóbulos rojos al multiplicarse dentro de ellos. Entre los principales síntomas se encuentran: fiebre, anemia y esplenomegalia. Los paroxismos febriles van precedidos de escalofríos y sudoración y suelen ocurrir con intervalos regulares: en días alternos (fiebre terciana) intervalos de dos días, (fiebre cuartana) o diariamente (fiebre cotidiana). El producido por la variedad falciparum puede ser mortal si el tratamiento no es adecuado. Por las otras especies suele ser menos grave, con tendencia a recaídas separadas por períodos de latencia. El paludismo crónico corresponde a un tipo clínico especial de infección recurrente, con anemia grave, esplenomegalia y desnutrición. Frecuente en regiones subdesarrolladas.

TRANSMISIÓN. El hombre es la única fuente de paludismo humano. El parásito se trasmite de un individuo a otro por la picadura de un insecto infectado (vector) del género Anopheles o por administración de sangre infectada con el parásito.

HISTORIA. Posiblemente esta enfermedad se originó en África. Existen referencias sobre fiebres intermitentes en antiguos textos médicos asirios, chinos e hindúes. Hipócrates, en el siglo V a. C. fue quien estableció la entidad clínica del paludismo. Los antiguos romanos la conocían y la relacionaban con las zonas pantanosas, por lo que trataron de controlarla mediante drenajes. Julio César padeció la enfermedad. Alejandro Magno (356-323 a.C.) rey de Macedonia, discípulo de Aristóteles, conquistó y organizó un gran imperio y proyectaba nuevas conquistas cuando una fiebre palúdica acabó rápidamente con su vida. Falleció a los 33 años, cuando era dueño del mundo Oriental. Luchó en tantas batallas arriesgando la vida, pero lo mató el paludismo.

La corteza de la quina usada en su tratamiento fue introducida desde el Perú a Europa a comienzos del singlo XVII. El aislamiento de la quinina y otros alcaloides derivados se produjo en 1820 por Pelletier y Caventou. El parásito fue descubierto en la sangre de enfermos por Laveran en 1880 y la trasmisión por el mosquito vector fue descubierta por Ronald Ross en 1897. La primera demostración a gran escala del control del paludismo por medidas contra el mosquito fue hecha en Cuba y en la zona del canal de Panamá. Luego se descubrieron varios compuestos antipalúdicos como la plasmoquina, atebrina y la metoquina.

En 1939 se descubren las propiedades insecticidas del DDT lo que da lugar a campañas antipalúdicas de mayor amplitud. Para el período que corresponde a los finales de la década de 1920 y comienzos del 1930, en el cual se puede ubicar el ámbito de la novela “Casas muertas” de Miguel Otero Silva, según la opinión de muchos profesionales de la medicina de la época, era muy poco lo que se hacía desde los organismos públicos para combatir esta enfermedad. La acción antimalárica se limitaba al reparto esporádico de quinina y al ataque local de focos epidémicos.

El 19 de diciembre de 1923 el gobierno venezolano emite el decreto denominado “Saneamiento de los llanos de Venezuela para el tratamiento del paludismo”, la anquilostomiasis y la tripanosomiasis llamada “derrengadera” que afectaba al ganado bovino.

Aún por los comienzos de los años 50 del pasado siglo, siendo un niño, me daban a tomar la metoquina como preventivo y pude ver el curioso espectáculo de los hombres bien protegidos con trajes, cascos y máscaras regando el DDT en las casas, los solares, corrales, ranchos de techos de paja o palma y montes aledaños, lo que además servía para combatir el chipo. (Rhodnius prolixus) transmisor del mal de Chagas.

DIAGNÓSTICO. Examen de sangre por el método de la gota gruesa que permite reconocer la variedad y cantidad de plasmodium en el paciente, obteniéndose el índice parasitario, importante para el tratamiento y la prevención. Palpación del bazo: aumentado de tamaño (esplenomegalia) en los enfermos, abdomen globuloso. Palidez cutánea. Abulia.

MIGUEL OTERO SILVA. Nació en Barcelona, estado Anzoátegui (1908). Murió en Caracas (1985) Poeta, novelista, ensayista y político. Fundador del semanario “El Morrocoy Azul” y del diario “El Nacional” Su obra novelística lleva siempre una intención político social relacionado con sus principios revolucionarios. Entre sus obras: “Fiebre”, (1930), que describe la descomposición político-social del régimen de Gómez y la rebelión estudiantil.

“Casas Muertas”, (1955), Describe la epidemia del paludismo en una población venezolana. “Oficina Número 1” (1960), considerada la gran novela del petróleo y es como una continuación de “Casas Muertas.” “La muerte de Honorio”, (1968), “Cuando quiero llorar no lloro”, (1970), “Lope de Aguirre, príncipe de la libertad”, (1979) “La piedra que era Cristo” 1984. “El cercado ajeno” 1961, opiniones sobre arte y política. Entre sus obras poéticas: “Agua y cauce” (1937), “Elegía coral a Andrés Blanco”, (1957), “La mar que es el morir”, (1965), “Umbral” 1965) Su obra humorística “Un morrocoy en el cielo” 1972 y “Un morrocoy en el infierno” 1981, que incluye: Sonetos elementales, Sinfonías tontas, Versos circunstanciales, Crónicas morrocoyunas, Teatro y Las Celestiales.

CASAS MUERTAS, Miguel Otero Silva, publica la novela “Casas Muertas” en 1955, con la cual obtiene el Premio Nacional de Literatura “Arístides Rojas” de Venezuela. Para plasmar esta obra, historia verídica y real, creación literaria romántica, costumbrista, poética, dramática y de conocimiento científico, el autor se sumerge en ese mundo, habla con sus habitantes, alguno de los cuales, sobrevivientes de la tragedia que asoló la población llanera de Ortiz, en el estado Guárico. Fue recogiendo notas de sus entrevistas con personajes reales, cuyos testimonios fidedignos fueron forjando la trama, el ámbito, el tiempo de aquel doloroso episodio. Durante varios meses vivió entre aquellas ruinas, recuerdos de aquellos terribles días, allí hablaba largamente con aquella gente, fue llenando cuadernos de notas con sus vivencias, memorias, anécdotas, historias, de las cuales fueron emergiendo los personajes de ficción encarnados en los propios moradores, como la maestra anciana, Beatriz de Rodríguez, en cuya casa pernoctó y que se convierte en la señorita Berenice de la novela. Por lo que a la par de la imaginación, propia de la ficción literaria, se utilizan datos obtenidos de la realidad, fruto de una seria y meticulosa investigación mediante entrevistas a personas conocedoras del lugar, algunas testigos o protagonistas de los hechos acaecidos en el pueblo, rescatando del olvido sucesos, personajes que constituyen parte de la historia de esa comunidad.

Los relatos apegados a la verdad de los hechos y por tanto históricos debido a los acuciosos trabajos de investigación documentada, plasmados en clara y amena prosa poética y por obra de la creatividad propia del novelista, le dan a la novela el carácter de historia novelada; el ambiente formado por un pueblo en ruinas, la mortandad causada por la enfermedad, la migración de los habitantes hacia otros lugares, constituyen los hechos de la realidad de ese pueblo y de la generalidad del país. Los personajes actuantes en la novela, que, si bien parecieran de ficción, bien se pueden correlacionar con los mismos habitantes.

En la novela, la descripción del inicio de la epidemia, el brote de los criaderos, son verdaderos cuadros epidemiológicos, pincelados de prosa poética, fluida y verídica. El análisis de los parásitos y los vectores, las afecciones tisulares, las reacciones celulares, son reales descripciones de patogenia y patología, tales como bien pudiera describirlas un experto parasitólogo, pero plasmadas en un lenguaje translaticio, más poético que técnico, más literario que epidemiológico, pero con el acierto de la ciencia médica, como cuando expresa:

“Fueron días, noches, semanas de lluvias.” … “Se estancaba el agua en los barrancos, en los altibajos de la sabana, en los corrales de las casas.” … “Al cristal fangoso de los charcos, al limo verdoso de los pozos, al caldo sucio, a la linfa clara, siempre que estuviese quieta la superficie, llegaban los mosquitos… a vivir su breve vida de veinte días, a nutrirse, a reproducirse y a morir en aquel anegado recodo de la tierra llanera.”

Ahora veamos como describe Miguel Otero la reproducción de los insectos en una verdadera lección entomológica: “Sobre una hoja inmóvil, detenida en mitad del agua muerta, se paraba una brizna imperceptible provista de alas y de vida. Era una hembra que venía a poner sus huevos. Los huevitos caían por centenares, hermanados en una cinta finísima, sostenidos a flor de charca por flotadores microscópicos. Nutriéndose de sustancias misteriosas de la naturaleza, o de despojos de insectos muertos, o comiéndose a la propia madre, se desarrollaban las larvas que de las cáscaras de los huevos surgían. Eran largos gusanitos de anillos peludos que en su madurez se enroscaban en negros signos de interrogación antes de transformarse en mosquitos recién nacidos… abandonaban el agua de la poza en el primer vuelo, los machos hacia los árboles en demanda de jugos vegetales, las hembras hacia las casas en busca de sangre humana,” …” Ávidas agujas de la noche, caían sobre los cuerpos dormidos, clavaban los empuntados estiletes y sorbían la primera ración de sangre. El silencio se cruzaba con agudos zumbidos y una pequeña voz gimoteaba en el catre: - ¡Mamá, que me pica la plaga!”

Y así sigue describiendo ahora la forma del contagio, del huésped portador, mediante el insecto vector, a la persona sana, en una audaz descripción parasitológica como si nos llevara a contemplar la escena desde el lente de un poderoso microscopio.

“Se hundía el aguijón aquí y allá, una y mil veces. En la piel del niño sano y del niño enfermo, en la choza del hombre sano y del hombre palúdico. La sangre contaminada irrumpía en el organismo del insecto, estallaba en flameantes rebenques, copulaban hasta fusionarse las células macho y hembras, se enquistaban en las paredes del diminuto estómago y se rompían luego en menudos globos estriados que se esparcían por el pequeño cuerpo y se estancaban en el pocito mínimo de la saliva.”

Luego describe la síntesis de la patogenia del proceso y la irrupción de la enfermedad. “… Volvía una y otra vez el mosquito en busca del hombre, de la mujer, del niño, pero llevaba entonces la trompa envenenada. Sepultaba con el espolón las células malignas que se diseminaban carne adentro, se albergaban en una víscera e irrumpían finalmente en la sangre humana. En el torrente de la sangre cada núcleo se estrellaba en cien núcleos, en cien protoplasmas cada protoplasma y todos a un tiempo se nutrían de rojas sustancias vitales, segregaban pigmentos que eran gérmenes de fiebre y hacían arder el cuerpo entero en la llama estremecida del paludismo.”

Para plasmar estos exactos procesos parasitológicos, para concebir con la creatividad literaria un estudio microscópico de algo que acaece como violentas transformaciones en el diminuto espacio de un glóbulo rojo, de un eritrocito, con la maestría de un investigador científico, Miguel Otero Silva tomó lecciones de Parasitología Tropical con reconocidos científicos estudiosos e investigadores de la materia, como Francisco Tejera, José Francisco Torrealba y Félix Pifano.

La narración de los síntomas y signos que sacuden a sus personajes, la fiebre, los escalofríos, la hematuria, los abdómenes globulosos, la palidez, son verdaderas lecciones de Semiología clínica. Por ejemplo:

“… se sintió invadido en pleno trabajo por pastosas oleadas de pereza, de lasitud, de abandono, sacudido por breves latigazos de frío.”

“… sabía que ya venía a su encuentro el ramalazo de un acceso palúdico y se dispuso a recibirlo. Acurrucado sobre los hilos del chinchorro sintió llegar a su piel, a la pulpa de su carne, a la raíz de sus cabellos, a la masa blanca de sus huesos, un frío que iba creciendo como un caño y haciéndose más hondo como una puñalada. Se estremeció el chinchorro bajo el temblor de sus miembros y el entrechocar de sus dientes…”

Tras los escalofríos glaciares, describe la fiebre, tan terrible como las llamas de un pavoroso incendio: “…El frío se extinguió al rato. En su lugar surgieron aletazos de calor cada vez más intensos, cada vez más frecuentes… y comenzó a arder como una lámpara, encendido el rostro como flor de la cayena, de arcilla los labios resecos, de espejo brillante las pupilas dilatadas…Era un sudor a raudales que traspasaba las ropas… y goteaba al suelo como el rocío.”

Miguel Otero describe la epidemia con el rigor trágico de una catástrofe, del paso despiadado de la muerte: “La salida de las aguas arrojó sobre Ortiz, sobre Parapara, sobre todos los caseríos contiguos, una implacable marca de fiebre y muerte que amenazó con borrar para siempre el rastro de aquellos pueblos.”

Debió tratarse del falciparum, porque no eran fiebres que bajaban a las pocas horas con períodos de acalmia, sino que eran continuas, día y noche, entre contorsiones y delirios. Era la “Económica” porque mataba a los cuatro días sin gastos en quinina, curanderos o médicos. La fiebre fría que mató a Epifanio el bodeguero que se creía inmune. La fiebre perniciosa. “…-Nos estamos quedando solos -dijo melancólicamente el padre Pernía”. “- ¡Dios mío haz un milagro! -gimió la señorita Berenice.” “ -Mándanos al menos un médico -gruñó el señor Cartaya.”

La enfermedad masacraba a la población con furia implacable. Pero el capítulo más desgarrador, más intenso y conmovedor es el de la hematuria.

“…cuando el enfermo vertió en el peltre blanco de la bacinilla un líquido rosado color de la pulpa del cundeamor… se quedó mirando fijamente la orina rosa y exclamó con atónito y atormentado acento: - ¡Hematuria!”


Cartaya bajo el sol de Ortiz


Me tocó representar a Cartaya, el viejo masón y librepensador, ese personaje que camina entre las ruinas con la dignidad de quien ha perdido todo menos la memoria.


Por José Obswaldo Pérez

Eran finales de los años ochenta y el sol caía oblicuo sobre la plaza Bolívar de Ortiz. El calor parecía inmóvil, como si él también esperara que comenzara la función. En el aire flotaba una mezcla de nerviosismo estudiantil y solemnidad improvisada. Aquella mañana no era como las demás: se celebraba el aniversario de la Unidad Educativa Beatriz de Rodríguez y, sobre todo, la publicación de Casas Muertas, esa novela que, sin saberlo del todo, ya me habitaba.

Me tocó representar a Cartaya, el viejo masón y librepensador, ese personaje que camina entre las ruinas con la dignidad de quien ha perdido todo menos la memoria. Me ajustaron un sombrero de pelo e’ guama, me colocaron un frac negro y un bigote postizo que picaba como si quisiera recordarme que el personaje no era cómodo, ni debía serlo. Yo, adolescente aún, me sentía convocado por algo más grande que una simple actuación escolar. Era como si, por un instante, me hubieran prestado una voz antigua para decir algo que aún no sabía qué quería decir.

Dianit Salgado, en el papel de Carmen Rosa, llevaba un vestido blanco que parecía resistirse al polvo de la calle. Caminaba con una delicadeza que contrastaba con la aridez del escenario, como si aún creyera en la posibilidad de ternura en medio de tanta desolación. Gómez Daboin, como el padre Pernía, imponía una gravedad que no era sólo teatral: su voz tenía el tono de los sermones que aún se escuchaban en las paredes de la iglesia del pueblo. Y yo, en medio de ambos, era Cartaya: el que recuerda, el que duda, el que no se resigna.

No sé si actuábamos bien. Tal vez no importaba. Lo que sí recuerdo.

Luis Alberto Crespo, invitado especial, nos miraba con esa mezcla de ternura y severidad que tienen los poetas cuando reconocen una llama. No recuerdo sus palabras exactas, pero sí su mirada: como si supiera que, en ese instante, algo se había sellado en mí.

Años más tarde, en los pasillos de Venpress, bajo la dirección de nuestro querido Humberto “Camuco” Álvarez , paisano y amigo, volvimos a cruzarnos. Ya no era el muchacho que temblaba bajo el sombrero de Cartaya, pero seguía siendo el mismo: alguien que buscaba en la palabra un refugio, una trinchera, una casa. Allí, entre cables informativos y titulares por venir, Luis Alberto y yo comulgamos silencios llenos de literatura, en momentos de compartir una noticia o una chanza del momento. La sala de redacción tenía su propio ritmo, pero la poesía, el relato y los libros encontraban momentos para colarse en un rincón entre teclas y tazas de café.

Hoy, al ver esta fotografía, comprendo que no fue sólo una actuación estudiantil. Fue un rito de iniciación. Cartaya no se fue de Ortiz: vive en cada palabra que escribo, en cada archivo que desentierro, en cada fuego cotidiano que intento avivar.

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Jon Lee Anderson: “Hoy ser de centroizquierda es un privilegio de la clase media alta”


Testigo de conflictos armados y experto en América Latina, el gran periodista de la revista The New Yorker rebobina la cultura política de izquierda en la región.Jon Lee Anderson lanza opiniones contundentes sobre por qué los partidos de centro se quedan sin votantes en todo el mundo. Sostiene que el factor decisivo que trajo una nueva dinámica a América Latina es el narcotráfico.Cree que otro gran motor de los cambios políticos y sociales hoy es el flujo de migrantes del sur hacia el hemisferio norte.


Por Matilde Sánchez

Conoce América Latina como pocos, en su geografía y política, con detalle local. Jon Lee Anderson acaba de publicar Aventuras de un joven vagabundo por los muelles, memorias en las que reconstruye su bautismo como viajero y testigo en África, en su adolescencia. Nacido en California y con una infancia global, corresponsal de la revista The New Yorker y autor de una biografía exhaustiva del Che Guevara, se especializa en conflictos armados y se ha implicado siempre en la cultura política de izquierda, conservando la capacidad crítica aun dentro del acuerdo ideológico.

“¿El centro se sostiene?”: eso fuimos a preguntarle casi recitándonos la poesía del irlandés William B. Yeats, con un siglo de interpretaciones pesimistas a su espalda. También, teniendo en cuenta que en la última década se consolidaron en América Latina dos dictaduras fuera de debate –en Venezuela y Nicaragua–, mientras algunos liderazgos de ultraderecha llegaron al poder mediante comicios.

En las últimas semanas, Anderson lanzó opiniones contundentes. Los nuevos revolucionarios son de extrema derecha (en alusión a los presidentes Nayib Bukele, presidente de El Salvador, y Javier Milei). La narcocultura acabó con el idealismo utópico. La nueva Latinoamérica está en las villas, resolviendo sus necesidades a través de la narcoeconomía. Sobre estos temas y sobre la cultura woke conversamos por zoom.

–En términos de generación, te formaste al calor del concepto de tercer mundo.” Ahora lo reemplazás con el de Sur Global. ¿Cuán precisa y fértil es esta categoría?

–Sí. Es que estoy replicando cosas que oigo todo el tiempo porque lo que vemos es que se ha abierto una como nueva era política, con categorías que deben ser repensadas.

–Algunos analistas, no solo sus adeptos, observan que no se trata de una mera coyuntura, motivada por resultados eleccionarios, sino de un bloque expandido de tiempo; ¿tendremos un período largo con la ultra derecha? Definir el Sur Global parece acuciante.

–Es la categoría que hoy emplean instituciones como la ONU, sus analistas de demografía y malnutrición, entre otros. Hablar de Sur Global es políticamente más correcto; estamos en la era de de la ideologización de la semántica. Cierto que llamarlo Sur Global es tan abarcador y está lleno de variantes... Pero claramente hay un Sur y un Norte. El Norte es pequeño, en verdad: incluye a los Estados Unidos, Canadá, parte de Europa occidental y quizás Australia y Nueva Zelanda. También comprende a algunos países asiáticos, como el gigante indio, y eventualmente a los países del Golfo, que son una suerte de espejismo. El mundo es más variopinto de lo que fue hace 50 años, muy marcado por el flujo de migración del Sur hacia el Norte. Ese es un factor que determina en buena medida los cambios sociales de la época.

–¿Creés que es el principal?

–Uno de los principales, sí; la migración del sur de las Américas hacia los Estados Unidos, conviviendo al mismo tiempo con el flujo de poblaciones de África, Medio Oriente y Asia Central hacia Europa. El Norte se siente asediado y, en consecuencia, rebrota lo que siempre estuvo ahí, aunque más enquistado: la xenofobia y el nativismo, los ultranacionalismos y hasta el fascismo rancio de hace un siglo. Pero va adquiriendo nuevas formas y apoderándose de una cuota del poder político. El mundo será distinto,pero sus viejos problemas de siempre siguen en pie.


Reseña de Etnotrascendencia Llanera: La Utopía que Cabalga entre Colombia y Venezuela de Adolfo Rodríguez


Uno de los grandes aportes del libro es su análisis sobre el trabajo del Llano, entendido como un hecho cultural total, que no sólo define el modo de producción de la región, sino que también funciona como un mecanismo de perpetuación de valores comunitarios, de sobriedad, riesgo y festividad.


Por José Obswaldo Pérez

El profesor Adolfo Rodríguez nos entrega una obra de revisión sobre el estudio de la identidad llanera, planteando una visión profunda y multidimensional sobre la etnicidad, la historia y la cultura del Llano colombo-venezolano. Este libro que fue publicado en una primera versión en 2012, con el título Los Llaneros: La utopía que cabalga entre Venezuela y Colombia, bajo el patrocinio de Fondo Editorial Ipasme, es una exploración meticulosa de los factores que han conformado el imaginario llanero, desde su relación con el entorno hasta su impacto en la historia política y social.

Sin embargo, en esta nueva revisión, Rodríguez introduce el concepto de etnotrascendencia, entendiendo la etnicidad llanera como una expresión cultural que ha trascendido a través del tiempo a nivel territorial e histórico, marcando profundamente la configuración sociopolítica de Venezuela y Colombia. Mediante una metodología multidisciplinaria, analiza la formación de la neoetnia llanera, producto de la interacción entre las poblaciones indígenas provinciales y cimarronas en el proceso de adaptación al ecosistema del Llano.

El autor estructura su obra en distintos apartados claves, abordando elementos como la influencia del iluminismo en América, la cosmovisión llanera, la percepción del propio llanero y del forastero (autoimagen y heteroimagen), y el papel de figuras históricas como Simón Bolívar en la consolidación de la identidad llanera como un símbolo de independencia y resistencia.

Uno de los grandes aportes del libro es su análisis sobre el trabajo del Llano, entendido como un hecho cultural total, que no sólo define el modo de producción de la región, sino que también funciona como un mecanismo de perpetuación de valores comunitarios, de sobriedad, riesgo y festividad. Asimismo, el texto se adentra en el concepto de la etnonooesfera, destacando cómo las ideas, creencias y prácticas transmitidas entre generaciones han configurado la percepción de los llaneros sobre sí mismos y su entorno.

Rodríguez también explora la etnotoponimia, mostrando cómo los nombres de lugares en el Llano reflejan la memoria colectiva y la tradición oral de sus habitantes. Este enfoque no sólo refuerza el valor histórico de la región, sino que también permite entender la evolución del espacio como un ente vivo, en constante redefinición.

Más que un estudio etnográfico, Etnotrascendencia Llanera es un manifiesto de la identidad llanera, planteando la necesidad de reconocer y preservar su legado ante la amenaza de la globalización y los cambios sociopolíticos que afectan la región hispanoamericana. El libro dialoga con disciplinas como la historia, la geografía, la lingüística y la antropología, convirtiéndose en una referencia esencial para quienes investigan la cultura llanera desde una perspectiva académica o simplemente para quienes buscan comprenderla más a fondo.

Con una prosa clara pero rica en contenido, Rodríguez ofrece una obra que no sólo documenta la esencia del Llano, sino que también invita a una reflexión sobre la trascendencia cultural en Hispanoamérica.


Una hamaca para Miguel Otero Silva

Fernando Rodríguez, cronista municipal de Ortiz, en hamaca y aquejado de salud conversó sobre visita de Miguel Otero Silva y los 70 años de Casa Muertas. Foto JOP

Esa noche, el escritor pidió quedarse en la misma casa. Le tendieron una hamaca en lo que hoy es la biblioteca familiar, y allí durmió, mecido por el rumor de los zamuros y las palabras que ya había escrito.


Por José Obswaldo Pérez

En el corazón llanero de Ortiz, donde el tiempo parece plegarse entre casas de cemento y memorias de adobe, aún recuerdan la visita literaria que marcaría la historia del pueblo: la de Miguel Otero Silva, autor de Casas Muertas, quien encontró en estas calles polvorientas la materia viva de su ficción más creadora de la literatura venezolana.

Corrían los años cincuenta y el escritor, acompañado por la cineasta Margot Benacerraf, regresaba a Ortiz con una intención que trascendía la nostalgia: presentar el manuscrito ya culminado de su novela al pueblo que la inspiró. El joven Fernando Rodríguez, entonces un niño de ocho años, lo recuerda con la precisión entrañable que otorga la memoria cuando el pasado dejó huella.

La escena se dibuja como un cuadro costumbrista: en la casa de la maestra Beatriz de Rodríguez —educadora de rango federal en el municipio— se congregan figuras notables del lugar. Allí, en ese zaguán donde se mezclaban voces e historias, Otero Silva comparte su manuscrito, ese que aún no había llegado a la imprenta pero ya contenía el alma de un pueblo deshabitado, saqueado y palúdico.

Otero le había confesado a doña Beatriz en una visita anterior, que su obra debía llamarse Casas Muertas porque Ortiz, alguna vez pujante capital del estado Guárico, yacía entonces como un cadáver civilizatorio: con sus viviendas abandonadas, sus puertas arrancadas por la necesidad o la rapiña, sus memorias apagadas por la malaria y el éxodo.

Esa noche, el escritor pidió quedarse en la misma casa. Le tendieron una hamaca en lo que hoy es la biblioteca familiar, y allí durmió, mecido por el rumor de los zamuros y las palabras que ya había escrito. Al amanecer, antes de seguir sus pasos por el pueblo, saboreó un café llanero humeante preparado por doña Marsocorro, la cocinera de la casa. Un gesto íntimo, casi ceremonial, que convirtió a Ortiz no solo en escenario literario, sino también en hogar pasajero del novelista.

Setenta años después, aquel gesto de Otero Silva —volvió para leer su obra ante quienes fueron su inspiración— se convierte en una postal de fidelidad y respeto. Ortiz no sólo fue el pueblo literario que retrató, sino también la cuna viva de un relato que sigue respirando en las voces de sus herederos.


El primer artículo científico en Venezuela escrito por una mujer

Imagen de Virginia Pereira Alvarez a la edad de 36 años restaurada con freeplik.com

A principios del siglo 20, el desarrollo científico fue limitado, con mayor presencia en el campo de la medicina, aunque sin una estructura organizada.


Por José Obswaldo Pérez 

La evolución de la producción científica en Venezuela ha atravesado diversas etapas, marcadas por la consolidación de la investigación y la institucionalización de la ciencia en el país. En sus inicios, el desarrollo científico fue limitado, con mayor presencia en el campo de la medicina, aunque sin una estructura organizada. Sin embargo, a partir de 1930, el panorama cambió significativamente con la creación de instituciones claves y la profesionalización del campo científico como todavía un fenómeno reciente en el país. 

En este recorrido por la historia de la ciencia venezolana, emergen figuras que desafiaron convenciones y allanaron el camino para futuras generaciones. Una de ellas es la médico Virginia Pereira Álvarez (1888-1947), la primera mujer en Venezuela que publicó un artículo científico del cual se tiene registro. Su trabajo no sólo representó un acontecimiento para la participación femenina en la ciencia, sino que también se desarrolló en un ámbito tradicionalmente dominado por hombres. 

Nacida en Ciudad Bolívar en una época en la que las oportunidades para las mujeres en el ámbito científico eran escasas, Pereira Álvarez creció en un entorno familiar que valoraba la educación. Su padre, un mercader oriundo de Parapara, se aseguró de que sus hijos recibieran una formación integral, algo poco común para las mujeres del siglo XIX, especialmente siendo la mayor de cinco hermanos. Desde temprana edad mostró talento para las matemáticas, las ciencias y los idiomas, lo que la llevó a perseguir su pasión por el conocimiento, desafiando las barreras impuestas por la sociedad. 

Su aporte en la medicina ha sido indiscutible en la investigación y divulgación científica en el país, y sobretodo, para la consolidación de instituciones de atención pública y formación educativa. Así mismo colaboró en investigaciones clínicas, como lo evidencia su tratamiento experimental al poeta Cruz María Salmerón, en su etapa avanzada de la enfermedad de Hansen, con ampollas de heterogetílico para mejorar su movilidad manual.

Con el artículo “Contribución a la Investigación Experimental de la Leptospira Icterohemorrágica en Venezuela”, publicado en coautoría con los doctores Rísquez González y F. Ríos, en la Gaceta Médica de Caracas en 1939, no sólo constituyó un aporte técnico a la medicina tropical, sino que representó un hecho simbólico en la historia de la ciencia venezolana por varias razones: primero, abordó una enfermedad zoonótica de alta incidencia en regiones tropicales como Venezuela, donde la leptospirosis —causada por bacterias del género Leptospira— representaba y aún representa un problema de salud pública. Esta enfermedad puede provocar desde síntomas leves hasta formas graves como el síndrome febril icterohemorrágico, caracterizado por fiebre, ictericia, hemorragias y daño hepatorrenal.

El artículo de Pereira Álvarez contribuyó a la comprensión experimental de esta bacteria en el país, en un momento en que los estudios clínicos y epidemiológicos sobre leptospirosis eran escasos. Su investigación ayudó a sentar bases para el diagnóstico diferencial de enfermedades febriles en zonas endémicas, donde la leptospirosis podía confundirse con dengue, malaria o hepatitis.

Además, su trabajo se adelantó a los esfuerzos de vigilancia epidemiológica que décadas más tarde se institucionalizaron en Venezuela. En ese sentido, su artículo no sólo tuvo valor clínico, sino también fue pionero en términos de salud pública y medicina preventiva.

Como destaca Jaime Requena (2015, 2018), esta publicación marcó el inicio de la autoría científica femenina reconocida oficialmente en el país, en un momento en el que la presencia de mujeres investigadoras era prácticamente inexistente en las bases de datos de Biblios.

Aunque el reconocimiento autoral de Pereira Álvarez se sitúa en 1939, hay que señalar que desde 1918 la investigadora ( siendo aún estudiante) ya escribía artículos para la Academia de Medicina de Venezuela, tal como lo anuncia en un carta dirigida a la señora Howe, con motivo de su premio por segundo año consecutivo del Latin American Fellowship que otorgaba la universidad de féminas de Pensilvania. Sin embargo, otras voces femeninas como la de Trina Olavarría De Courlaender ya se habían asomado tímidamente en publicaciones médicas a inicios del siglo XX. Su contribución se refleja en 1915 cuando envió una carta al editor de la *Gaceta Médica de Caracas* para opinar sobre el artículo Estudio Médico Psicológico de Bolívar y Análisis Psiquiátrico de sus Ideas y Actos.  Igual es el caso de María de Lourdes Salom Aponte, quien en 1941 escribió sobre el Tratamiento del Moquillo Canino por Omnadina en la Revista de Medicina Veterinaria y Parasitología, y otro en 1946.  Trabajos que muestran una lenta pero progresiva incorporación de mujeres en el campo científico. Estas presencias configuran una genealogía de la participación femenina que merece ser rescatada y estudiada con mayor profundidad.

Finalmente, es importante reconocer que, en el campo científico, Virginia fue una gran investigadora venezolana. No ejerció la medicina como tal, como lo atestiguan los doctores Seymour De Witt Ludlum y William Drayton , ambos de Filadelfia. Su pasión siempre fue la investigación. Uno de los grandes aportes fue el uso de mercurio en diferentes infecciones mediante la utilización de inyecciones intramusculares, propuesto en algunos casos, en enfermedades intestinales crónicas que parecían incurables. Además realizó estudios de cuarto nivel en medicina interna con el doctor A.C. Morgan, profesor de Posgrado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania. Sus investigaciones con él se basaron principalmente en enfermedades cardíacas y pulmonares. Además, de manera regular, estuvo trabajando en la clínica ambulatoria genitourinaria de la Universidad Médica de Jefferson, bajo la dirección del Dr. S.W. Jackson. Sus conocimientos en este centro de salud serán muy importantes para el estudio de enfermedades comunes de Hispanoamérica.

En 1921, después de retornar a Venezuela, trabajó en Caracas con su esposo en un proyecto de investigación sobre el tratamiento de la lepra con aceite Chaulmugra. Este procedimiento médico lo había estudiado para tratar a los enfermos de esta enfermedad en el país. Sin embargo, tantas dificultades surgieron que finalmente desistieron del estudio y regresaron a los Estados Unidos. Durante su permanencia en la capital venezolana, Virginia y su esposo Hussey compartieron experiencias con los doctores Aaron Benchetrit , quien fuera director del Leprosorio de Cabo Blanco e impulsor del proyecto; el médico colombiano Juan Francisco Pesticott, Andrés Eloy de la Rosa, entre otros destacados especialistas sobre leproserías.

Aunque debemos dejar en claro que hasta ahora desconocemos toda la obra escrita de Virginia Pereira Álvarez, especialmente en inglés o en francés que pudiera haber publicado en alguna publicación extranjera.

 

Bibliografía consultada
- REQUENA, JAIME (2018). *Estado de la Ciencia y Tecnología en Venezuela: 2017*. *Boletín de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales*, Vol. LXXVIII, Nº 1-4, pp. 134-153. 
- REQUENA, JAIME (2021). *Un breve recuento del auge y el ocaso de la investigación científica en Venezuela*. *Prospectiva - Revista científica arbitrada*, Universidad Yacambú, Vol. 2, Nº 1. 
- REQUENA, JAIME (Julio–Diciembre, 2015). "Algo más de un siglo de publicaciones científicas en Venezuela: una revisión bibliométrica”. Conferencia. En el Boletín Antropológico de la Universidad de los Andes. Nº 90, pp. 151-186.
- López Liliana y Ranaudo María Antonieta (2016). Mujeres en Ciencia: Venezuela
sus historias inspiradoras. Caracas: Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.
-MARTÍNEZ VÁSQUEZ,  EMMAD (2006).La educación de las mujeres en Venezuela (1840-1912). Caracas: Universidad Central de Venezuela.
NÓBREGA,   ENRIQUE   (1998).  La mujer y la medicina en el proceso de modernización: discurso y prácticas de un siglo que se resistía a morir (1870-1930).
-Pereira Álvarez, V., J. Rísquez González y F. Ríos. (1939). “Contribución a la Investigación Experimental de la Leptospira Icterohemorrágica en Venezuela”. Gaceta Médica de Caracas, 47 (21), 424-427.
-Pérez, José Obswaldo (2018). La mujer del escritor. En: Revista Fuego Cotidiano.Online.

 

Seymour De Witt Ludlum (1874 -1956) fue profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de Posgrado de la Universidad de Pensilvania; se desempeñó como Médico del Departamento de Psiquiatría en el Hospital General de Filadelfia. Mientras su colega el doctor Drayton había sido jefe del departamento psiquiátrico del Hospital General de Filadelfia desde 1926, neuropsiquiatra en el Tribunal Municipal de Filadelfia desde 1922 y profesor asociado de neuropsiquiatría en la Escuela de Posgrado de Medicina de la Universidad de Pensilvania.

Aaron Benchetrit (1886–1967), médico y dirigente gremial.  Nacido en Tetuán, Marruecos español, Benchetrit pasó su infancia en Caracas y estudió medicina en París y Caracas. Fue director médico y administrador de las Leproserías de Venezuela (1921-26).  En 1927 se trasladó a Bogotá, Colombia, donde estuvo a cargo de todos los casos de lepra en el país desde 1927 a 1935 y dirigió muchas investigaciones científicas sobre esta aflicción conocida también como enfermedad de Hansen.  Publicó varias obras médicas, entre ellas Disertaciones de un estudiante de medicina (1917), La epidemia febril de Caracas (1919), Nuevas disertaciones (1921),  Disertaciones acerca de la lepra (1922) y La pandemia del año 1918 en Venezuela (1954). También escribió sobre el sionismo en Disertaciones acerca del sionismo.  Benchetrit fue presidente del Centro Israelita de Bogotá y fue presidente de la Federación Sionista de Colombia, 1943-44. Durante la pandemia de gripe española en Caracas, recomendaba tratamientos con aceite de ricino y desaconsejaba los antipiréticos. El bibliografo investigador Arturo Álvarez d’ Armas nos recuerda su presencia en el Estado Apure, durante el gobierno de…. quien lo contrató para atender los casos de gripe en esta región llanera.

Salto a la fe, el nuevo poemario de Jeroh Juan Montilla

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Desde las páginas de este libro, Montilla explora la presencia divina en la vida cotidiana, convirtiendo cada poema en una expresión de reflexión y espiritualidad.


Por José Obswaldo Pérez

La editorial Jbernavil se complace en anunciar la publicación de Salto a la fe, el más reciente poemario del escritor, historiador y poeta venezolano Jeroh Juan Montilla, galardonado con el prestigioso Premio Bernavil 2024.

Desde las páginas de este libro, Montilla explora la presencia divina en la vida cotidiana, convirtiendo cada poema en una expresión de reflexión y espiritualidad. Su obra, finamente estructurada y cuidadosamente editada, es una invitación a recorrer el camino de la fe a través de la palabra poética.

“El corazón de nuestra casa está con Venezuela y sus autores que, como líderes de la palabra, siguen persistiendo en relatar los hechos que los atraviesan y preservar lo acontecido para que otros puedan llamarlo historia con el pasar de los años”, expresó la editorial Jbernavil en su anuncio.

El libro fue finalizado en la oficina de la editorial en Aveiro, Portugal, pero sus raíces están profundamente arraigadas en el llano venezolano. Como parte del Círculo de Escritores de Venezuela, Montilla se suma a una tradición literaria que exalta la identidad y la memoria cultural del país.

Para más información sobre Salto a la fe y su disponibilidad, puede visitar la página oficial de la Editorial Jbernavil o seguir sus redes sociales.


Ancestros calaboceños del I Conde de Xauen

El General Dámaso Berenguer y Fusté presidió el penúltimo gobierno de la monarquía de Alfonso XIII

Dámaso Berenguer y Fusté -el Primer Conde de Xauen-, fue militar y político español, que presidió el penúltimo gobierno de la monarquía de Alfonso XIII.


Por Luis Eduardo Viso

El Conde de Xauen es un título nobiliario concedido el 4 de mayo de 1929 por Alfonso XIII al General Dámaso Berenguer y Fusté, para entonces Presidente del Consejo de Ministros, Ministro de la Guerra y Alto Comisario de España en Marruecos, como recompensa por la toma de dicha ciudad el año de 1920, venciendo a los rebeldes marroquíes, liderados por el rebelde rifeño Abd el Krim (Rif: tribus de una región montañosa del norte marroquí).

El General Dámaso Berenguer y Fusté presidió el penúltimo gobierno de la monarquía de Alfonso XIII, en el periodo comprendido entre 30 de enero de 1930 y el 18 de febrero de 1931. Su origen está ligado al Sitio de Santa Rosa (Ortiz) y a La Villa de Todos Los Santos de Calabozo. A finales de la segunda mitad del Siglo XVIII, se avecinda en el Sitio de Santa Rosa (hoy Ortiz), el caballero Cordobés Don Sebastián Tejada y Rosas, quien contrae nupcias en la Iglesia Santa Catalina de Siena de Parapara, el 2 de diciembre de 1750 con Doña María Josepha Ramos y Camacho, procreando entre otros hijos a Joseph Nicasio del Rosario Tejada y Ramos, nacido en Ortíz, Casado el 5 de febrero 1787 en la Iglesia Parroquial de Todos los Santos de Calabozo, con Doña Josefa Eugenia Camacho y Álvarez, calaboceña, hija de Don Francisco de la Cruz Camacho y Álvarez y de Doña Ana Candelaria Álvarez y Silva, el matrimonio Tejada y Camacho se radica en la Villa de Todos Los Santos de Calabozo, procrean entre otros hijos a Doña Josepha Rita Tejada y Camacho, quien contrae primeras nupcias, con su pariente Don Juan Manuel Bermúdez y Camacho, al enviudar Doña Josepha Rita, contrae segundas nupcias con el Oficial Realista Don Juan Fusté y Garriga, Natural de Reus, Provincia de Tarragona, España, quien para entonces fungía de Oficial del Batallón de Húsares de Fernando VII, de esta unión nacen tres hijos a saber, los mellizos Alexandro Salustiano y Rita Feliciana Fusté y Tejada, nacidos el 8 de junio 1820 en Calabozo, bautizados el 18 de junio 1820 en la Iglesia de Todos los Santos de Calabozo, más tarde en fecha imprecisa, nace en Calabozo Juan Miguel Fusté Tejada. ya viudo para 1822, Don Juan Fusté y Garriga, quien en 1823 luego de la batalla del lago de Maracaibo, se ve obligado a emigrar, viaja a Cuba, años más tarde envía a buscar a sus hijos Alexandro Salustiano y Juan Miguel y se reúne con ellos en Cuba, con sus, tiempos en el que ya había contraído segundas nupcias con Ignacia Seguí Vilallonga, natural de San Agustín , USA, Don Juan Fusté , adquiere para sus hijos Alexandro y Juan Miguel un Ingenio azucarero “Ingenio dos Hermanos”. Su hija Rita Feliciana Fusté y Tejada, había quedado en Calabozo, al cuidado de sus abuelos maternos, más tarde Rita Feliciana contrae nupcias, con Don Avelino Ramos y tuvo tres hijos a saber: Camila, Andrés Avelino y Rito Manuel Ramos Fuste, el ano de 1859, Don Juan Fusté y Garriga, regresa a visitar a su hija en Calabozo, el 9 de julio de 1859, lo sorprende la muerte en esta tierra llanera, sus restos descansan en la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced. Camila, la mayor de las nietas del difunto realista, toma estado el 28 de agosto 1861 en la Iglesia Parroquial de Todos los Santos de Calabozo con el mas tarde Prócer de la Independencia de Cuba, Don José Salomé Ramón Isabel del Carmen Hernández Hurtado de Mendoza [Salomé Hernández], nacido el 8 de julio 1841 en Calabozo, bautizado 26 de agosto 1841, en la Iglesia de Todos Los Santos, poco tiempo después fallece doña Camila y Don Salomé, decide viajar a Cuba con el fin de reclamar la herencia de su difunta esposa, es muy bien recibido por los tíos, se le ofrece empleo en un cargo administrativo del “Ingenio Dos Hermanos”, ubicado en Villa Clara, algunas fuentes señalan que Salomé Hernández, llegó a administrar dicho ingenio, más los tíos, no le satisficieron las aspiraciones económicas, relativas a la herencia de su mujer, pues aparentemente no le correspondía. A fines de la sexta década del siglo XIX, se inicia la guerra de independencia de Cuba [Guerra del 68],

Salomé procede a quemar el “ingenio Dos Hermanos” y para evitar sanciones de inmediato se incorpora a la a la lucha armada, muy pronto, se convierte en uno de los principales jefes del alzamiento de los villareños, para el 6 de febrero de 1869; un mes más tarde, ya era jefe de la jurisdicción villaclareña con el grado de Mayor General del Ejército Libertador Cubano, ese mismo año, atacó y tomó el pueblo de Camajuaní y más tarde protagonizo otras importantes acciones militares, murió de intensas fiebres el 24 de diciembre de 1871.

El CEl Calaboceño Don Alexandro Salustiano Fusté y Tejada, había contraído nupcias en San Juan de los Remedios, Cuba, con Doña Josefa Ballesteros Seguí, natural de San Agustín, USA, hija legitima de Don Francisco Javier Ballesteros Muñoz y de Doña Ignacia.alaboceño Don Alexandro Salustiano Fusté y Tejada, había contraído nupcias en San Juan de los Remedios, Cuba, con Doña Josefa Ballesteros Seguí, natural de San Agustín, USA, hija legitima de Don Francisco Javier Ballesteros Muñoz y de Doña Ignacia.

Seguí Vilallonga [su madrasta]. Don Alexandro, falleció el 11 de Diciembre de 1870 en San Juan de los Remedios, Cuba. El matrimonio Fuste Ballesteros, procrea varios hijos, entre ellos Doña Dolores, nacida en 1853 y Doña María Josefa, ambas nacidas en San Juan de los Remedios, Doña Dolores, tomó estado el 31 de Octubre de 1872, en su natal San Juan de los Remedios, con Don Dámaso Berenguer Benimeli, nacido el 16 Octubre de 1838 en Callosa de Ensariá, Alicante, España, contándose entre sus hijos al I Conde de Xauen, Dámaso Berenguer y Fusté. Doña María Josefa, casó con Don Pedro Elizalde Paúl, teniendo por hija a Doña Ana María Elizalde Fusté, nacida el 2 Marzo de 1878 en San Juan de los Remedios, Villa Clara, Cuba, quien contrae nupcias con su primo hermano el I Conde de Xauen, Dámaso Berenguer y Fusté, fueron padres de Dámaso Berenguer Elizalde, II Conde de Xauen, nacido en Madrid el 18 Junio de 1902 y de Ana María Berenguer Elizalde, nacida en Madrid en 1905.

Nota: Doña María Josepha Ramos y Camacho, fue nieta de Don Cósme Ramos, oriundo del Pao de San Juan Bautista, casado con Doña Catalina Hurtado de Mendoza y Castro, hija de los genearcas del linaje Calaboceño Hurtado de Mendoz: Don Juan Lorenzo Hurtado de Mendoza y doña Melchora de Castro. Don Cósme y Doña Catalina, fueron ancestros de importantes Calaboceños entre otros: Don José Ramón García y Ramos, el Cuentista Licenciado Daniel Mendoza García y modestia aparte de quien hoy escribe estas cortas líneas.


Luis Eduardo Viso es ingeniero mecánico y genealogista. Actualmente cursa estudios en la Maestría de Historia de Venezuela en la Universidad Rómulo Gallegos

El petróleo en Casas Muertas

Detrás de estas palabras no sólo se hallaban la felicidad y la ilusión; también se entrelazaban la avaricia y la lujuria, sentimientos que la riqueza del oro negro desenterraba como una maldición. La imagen nostálgica de la “Rosa de los Llanos”, evocada a través de las reminiscencias de doña Hermelinda y el señor Cartaya, simboliza la Venezuela rural y floreciente de finales del siglo XIX.



Por José Obswaldo Pérez

En 1920, la noción del petróleo era solamente una idea abstracta y la expresión de una esperanza profunda. Su significado abarcaba sentimientos encontrados, desde la incertidumbre respecto al futuro hasta las certezas que traería consigo. Este contexto tensa las palabras que describen el desenlace de uno de los capítulos de Casas Muertas, novela que fue publicada por primera vez por la Editorial Losada, en el año 1955 y que catapultó al escritor venezolano Miguel Otero Silva (1908-1985).

Detrás de estas palabras no sólo se hallaban la felicidad y la ilusión; también se entrelazaban la avaricia y la lujuria, sentimientos que la riqueza del oro negro desenterraba como una maldición. La imagen nostálgica de la “Rosa de los Llanos”, evocada a través de las reminiscencias de doña Hermelinda y el señor Cartaya, simboliza la Venezuela rural y floreciente de finales del siglo XIX. Este esplendor, que reflejaba una nación próspera, exportadora de café y cacao, se desvaneció con el tiempo, ahogado por múltiples factores, incluida la negligencia del gobierno central. Mientras el país se sumergía en el caos, alimentado por la incipiente fiebre del petróleo, sus repercusiones ya se vislumbraban en las páginas finales de la referida novela. Así, la gloriosa historia de Ortiz nos llega a través de la memoria de estos dos personajes narrativos de esos días dorados; pero, al mismo tiempo es el eje de un proceso de cambio hacia la modernidad. Hermelinda, ama de llaves de la casa parroquial, y el librepensador masónico Cartaya ofrecen perspectivas contrastantes sobre el pasado que han vivido y las incógnitas de un futuro que está por llegar.

Al culminar Casas Muertas, comienza a despuntar la “otra” Venezuela, la de las “casas malnacidas” que se define por el aroma del petróleo, un tema que Otero Silva explora en su obra posterior, Oficina No 1. La joven Carmen Rosa Villenas comparte con Olegario ciertos rumores de ese futuro: “Dicen que hay petróleo en Oriente, que al lado del petróleo nacen caseríos” y que “en otros lugares están fundando pueblos". Estas nuevas localizaciones utópicas parecen situarse en un espacio remoto y difícil de definir: “Más allá de Valle de la Pascua, más allá de Tucupido, más allá de Zaraza. En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo...”.

En las últimas páginas de la novela, Carmen Rosa, doña Carmelita y Olegario comienzan su viaje hacia lo desconocido, deteniéndose —ya en Oficina No 1— en el punto donde un distintivo olor a petróleo entrelaza la vida con la “fabulación sobre lo fabuloso”. Para Carmen Rosa, ese trayecto hacia el oriente venezolano se convierte en una lucha entre la esperanza y la necesidad. Ya en el corazón de la sabana petrolera, se da cuenta de que esa vida es “miserable y oscura”, pero prefiere enfrentarse a ella en lugar de sufrir “la mansa espera de la muerte entre los caserones derrumbados de un pueblo palúdico”. Así, se enfrenta valientemente a la creación de un nuevo lugar para la utopía de la vida.
—¿Queda muy lejos el petróleo, Olegario? —preguntó Carmen Rosa Villenas.
—Yo no sé, niña. Es más allá de Valle de la Pascua, más allá de Tucupido, más allá de Zaraza. En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo…

En este diálogo inicial de Carmen Rosa, la protagonista principal de *Casas Muertas*, nos ofrece una clave para explorar la novelística del petróleo. Su historia y la de Ortiz se sitúan en un contexto temporal marcado por el final de la dictadura de Juan Vicente Gómez. En este período político, el pueblo llanero vive diversas formas de represión y justicia injusta, encarnadas en la figura del coronel Cubillos, el jefe civil de la localidad. Además, Otero Silva incluye referencias históricas, como el paso de los estudiantes rebeldes de 1928 hacia los campos de concentración de Palenque y El Coco durante la dictadura de Gómez.

Sin embargo, para los “llagosos” y enfermizos orticeños, la conciencia sobre estos cambios políticos, económicos y sociales que afectaban al país era prácticamente inexistente. Se vivía el derrumbe de la Venezuela rural y tradicional, al mismo tiempo que se gestaba el surgimiento de la Venezuela moderna, urbana y petrolera. Entre las décadas de 1920 y 1940, la explotación y consolidación de la industria petrolera coincidió con la muerte del general Gómez, lo que dio paso a una gradual apertura política durante los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita. Todo este proceso de transición del siglo XX queda plasmado en el vínculo narrativo de Casas Muertas y Oficina No 1. La primera obra narra la etapa inicial del proceso transformador; es el relato del ocaso, la decadencia y la agonía de un período significativo de la sociedad venezolana.

Arturo, o el bayu que llevamos por dentro

Su vasto conocimiento sobre diversos temas es fascinante; es un lector ávido, que habitualmente recorta y archiva todo lo que le interesa.


Por José Obswaldo Perez

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Durante muchos años, he sentido una deuda con Arturo Álvarez D' Armas, una conexión que se remonta a finales de la década de los ochenta del siglo veinte. Desde entonces, hemos compartido la amistad y un compromiso por la palabra militante, a pesar de nuestras posturas y nuestras diferencias ideológicas. Recuerdo el día en que lo conocí en la Biblioteca Nacional de Caracas, mientras yo iniciaba mis estudios de Comunicación Social en la UCV, tras haber realizado una pasantía de un año en la Universidad Rómulo Gallegos, como estudiante de agronomía. Desde ese momento, fuí descubriendo sus artículos en la prensa, donde abordaba temas que abarcan la rica cultura afroamericana y otras áreas del conocimiento.

Natural de La Pastora, Caracas, Arturo Álvarez se ha establecido como uno de los pocos investigadores dedicados al estudio de la cultura africana, una pasión que brota de sus propias raíces mestizas. Su vasto conocimiento sobre diversos temas es fascinante; es un lector ávido, que habitualmente recorta y archiva todo lo que le interesa. Este impulso por la lectura nace de su infancia, donde se sumergía en los cómics y artículos de revistas y publicaciones de editoriales mexicanas, materiales que moldearon más tarde su identidad intelectual.

Ese primer contacto con la palabra lo llevó a abrazar el periodismo cultural, convirtiéndose en la esencia de su lucha y su ser. A través de publicaciones como Bongo en el Diario La Prensa en San Juan de los Morros, y Cumbe y Tambor en la Prensa del Tuy; así como en El Suplemento Cultural de Últimas Noticias, El Nacional, la Revista Elite y El Nacionalista, su trabajo ha buscado llenar vacíos y abrir espacios para la reflexión escrita. Posteriormente, su actividad investigativa se consolidó con obras como Apuntes sobre el Estudio de la Toponimia Africana en Venezuela, Bibliografía del Folklore Afroamericano, y Medicina Tradicional y Plantas Medicinales: África y Afroamérica, entre otras publicaciones que mantienen inéditas.

Sin embargo, a lo largo de su vida, Arturo ha transformado su esencia y hoy es un poeta consumado. Sus últimas obras, Plantado en Tierra Llana y Yo pecador, así como Poemas de Lesbos y Vástago de Lesbos, publicados bajo el sello propio de Ediciones Cumbe y Tambor, son un testimonio de su maestría en el lenguaje, las imágenes y los símbolos poéticos. Con estos textos, el amigo Arturo se introduce en un género considerado “duro”, aportando a la poesía un papel que comprende como fundamental para la comprensión del mundo.

En sus poemas, se entrelazan el erotismo y vívidas imágenes sensoriales, que coexisten con la poderosa influencia de los dioses griegos y africanos. La experiencia del amor, el autoconocimiento y el encuentro consigo mismo hacen de la poética de Arturo Álvarez D'Armas una representación del bayu, una palabra americana que resume, en poco léxico, esa energía creativa que todos llevamos por dentro: una explosión de alegría, una fiesta del alma.

Trump en un mundo peligroso

Este agresivo trato con países aliados y amigos daña la imagen internacional de los EE. UU. Con Trump y su “America First”, regresa el aislacionismo anterior a 1941


El presidente de EEUU, Donald Trump, se dirige a los medios en una comparecencia en el Despacho Oval. JIM LO SCALZO / EFE

Por Sadio Garavini Di Turno

 

 

El presidente Trump regresa al gobierno en un nuevo sistema internacional. El orden mundial liberal basado en reglas, que se inició parcialmente en 1945, pero que pareció implantarse definitivamente (nunca perfecto) en 1991, con el final de la Guerra Fría y sustentado, en buena parte, en el poder del momento unipolar de los EE. UU., se acabó. Rusia, una potencia nuclear, país fundador de la ONU y uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, utiliza la fuerza militar para ocupar un vecino, violando burdamente la Carta de las Naciones Unidas, la integridad territorial y la soberanía de un país reconocido internacionalmente. El agresivo revisionismo geopolítico de Rusia en Europa y en África, de China en Asia y de Irán en el Medio Oriente, conjuntamente con el belicismo irresponsable de la satrapía hereditaria comunista de Kim Yong-un, están creando un mundo muy peligroso. Se terminaron “las vacaciones” de la Historia y vivimos el retorno de la geopolítica y de las esferas de influencia. “Might is Wright”, el derecho lo define el poder.

Con Trump y su “America First”, regresa el aislacionismo anterior a 1941. Trump correctamente entiende que, en este mundo peligroso, los EE. UU. deben fortalecer su poderío económico y militar. Pero quizás no aprecia suficientemente que una de las principales fortalezas de los EE. UU. son sus aliados. Contar con Japón, Australia, N. Zelanda y Sur Corea en Asia y con la Otán, en Europa, reforzada por el ingreso de Suecia y Finlandia, son activos muy relevantes en este nuevo mundo. Tiene también razón en exigir a sus aliados un aumento importante en el gasto militar. En cambio, parece no entender lo que entendía Theodore Roosevelt, su admirado presidente republicano, cuando decía: “speak softly and carry a big stick”. Habla suavemente y carga un gran garrote.

Trump no habla suavemente. Comprar Groenlandia tiene mucho sentido geopolítico, militar y económico. Los escasos 57000 habitantes de Groenlandia podrían perfectamente estar de acuerdo con aceptar una relación especial con los EE. UU., una especie de Estado Libre Asociado como Puerto Rico, por ejemplo, a cambio de ganancias económicas. Para Dinamarca, Groenlandia es básicamente un peso económico y un dolor de cabeza. Todo sería más fácil si se manejara el tema diplomáticamente, sin amenazas innecesarias. Con Panamá, Trump tiene también razón en preocuparse que sea una compañía china la que maneja administrativamente el canal y en general que China esté teniendo una creciente influencia en el sistema político y económico de Panamá. Pero aquí también mucho se podría lograr diplomáticamente, sin amenazar en público a un país amigo.

Bromear con la incorporación de Canadá a los EE. UU., también constituye un innecesario insulto para los canadienses. Buena parte de los canadienses son descendientes de los colonos norteamericanos, leales a la Corona Británica y contrarios a la independencia de los EE. UU., y en cuanto a los franco-canadienses es fácil imaginar qué piensan de una incorporación a los EE. UU. Cambiarle el nombre al Golfo de México y en general las amenazas públicas al gobierno mexicano con el aumento de los aranceles (violando por cierto el tratado de libre comercio firmado por el mismo Trump), si México no reduce la inmigración ilegal y el ingreso de drogas a EE. UU., demuestran una grave falta de sensibilidad política. También con México, Trump podría lograr más fácilmente sus objetivos, con una inteligente y discreta acción diplomática. Además, este agresivo trato con países aliados y amigos daña la imagen internacional de los EE. UU., afectando su “poder blando” y fortalece la imagen del “ugly american” imperialista, haciéndole el juego a la propaganda de la izquierda no democrática.


Ojalá hombres capaces, como Rubio, Waltz y Landau, logren que la política exterior de los EE. UU. recupere su calidad diplomática.

 

Una banda sobre el pecho no hace presidente a Nicolás Maduro

Díaz-Canel no podía faltar en la puesta en escena de esta coronación porque él es parte del teatro. La Habana apuntaló aquella ficción que llevó por primera vez a Maduro a la Presidencia y seguirá haciendo todo lo que tenga a su alcance por mantenerlo en su despacho.


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Nicolás Maduro, tras ser envestido presidente de Venezuela por la Asamblea Nacional (Foto El Mundo de España)

por Yoani Sánchez

Nicolás Maduro ha concretado este viernes uno de los más sonados casos de secuestro del cargo presidencial en la historia reciente de América Latina. La banda sobre su pecho, la juramentación frente al presidente de la Asamblea Nacional y los pocos mandatarios que asistieron a la ceremonia de investidura eran parte de un elaborado guion que el Palacio de Miraflores diseñó para la ocasión. Pero no basta la pompa para convertir a alguien en gobernante legítimo de una nación. Son los votos ciudadanos el camino legal para lograrlo y el inquilino del Palacio de Miraflores no cuenta con ellos. Su nuevo mandato es ilegítimo, tanto como la toma de posesión que protagonizó este 10 de enero.

Lo que nace de la mentira jamás podrá apegarse a la verdad, habría que subrayar. En otra fecha similar, pero de 2013, la propaganda oficial venezolana estaba volcada en hacerle creer a la opinión pública nacional e internacional que Hugo Chávez se recuperaba de un cáncer en La Habana y pronto regresaría al país para asumir como presidente. Se hablaba de que estaba en una etapa “estacionaria” de su convalecencia, tras sufrir una insuficiencia respiratoria postoperatoria que complicaba su recuperación. Sin embargo, los testimonios e indicios que han ido surgiendo a posteriori indican que, muy probablemente, aquel 10 de enero de hace doce años, el militar golpista ya había muerto o estaba en un estado que lo incapacitaba para jurar como presidente. La pantomima posterior, de su supuesto traslado vivo a Caracas y de su fallecimiento oficial en marzo de 2013 resulta cada vez menos creíble.

Recuerdo que, durante aquellos días, el régimen cubano también desplegó una furibunda campaña mediática para reforzar la tesis de un Chávez en plenas facultades para dirigir el país. Para quienes conocemos bien las trampas narrativas de la Plaza de la Revolución de La Habana, aquello olía a chamusquina por todos lados. El liderazgo de Maduro frente a la nación venezolana surgió justo de aquella farsa, es hija directa de una colosal tomadura de pelo que, sorprendentemente, a los grandes medios internacionales les ha dado todo este tiempo pereza investigar y la mayoría ha aceptado como cierto aquel relato burdamente retocado.

Fruto de ese engaño llegó al más alto puesto un hombre que ha hundido en una crisis económica inverosímil al país dotado de las mayores reservas de petróleo del mundo, ha empujado al exilio a millones de sus ciudadanos y extendido la corrupción y el clientelismo por toda la nación. Aquella falsificación inicial es, en buena medida, la causa de la impunidad con la que Maduro se ha fotografiado este enero sonriente con la banda amarilla, azul y roja sobre el pecho. Como buen timador cree que esta nueva falacia le va a salir bien, le permitirá estar por mucho más tiempo en el poder.

Para ayudarlo a completar el embuste no podía faltar Miguel Díaz-Canel, en definitiva fue el régimen de Fidel y Raúl Castro uno de los gestores de aquella invención original que lo sentó en la silla presidencial. El gobernante cubano ha viajado desde la Isla, incluso, en medio de una situación de extrema gravedad que hubiera hecho desistir a cualquier otro mandatario de abandonar su país. En la provincia de Holguín, 13 militares, de ellos nueve jóvenes reclutas del Servicio Militar, permanecen desaparecidos después de que el pasado martes varias explosiones sacudieran unos almacenes donde se guardan municiones y armamento. La situación merece la presencia ininterrumpida del primer secretario del Partido Comunista en la Isla, pero la cita en Caracas era ineludible.

Díaz-Canel no podía faltar en la puesta en escena de esta coronación porque él es parte del teatro. La Habana apuntaló aquella ficción que llevó por primera vez a Maduro a la Presidencia y seguirá haciendo todo lo que tenga a su alcance por mantenerlo en su despacho. En ello le va al castrismo no solo parte del suministro de petróleo que necesita sino, muy probablemente, su propia subsistencia.

Yoani Sánchez es periodista cubana. Activista por la democracia de Cuba y editora de 14ymedio.com

Venezuela se mira en Doña Bárbara

Los métodos de Maduro y del chavismo son los mismos que los de la tiránica Doña Bárbara, que quiere apoderarse de las tierras de su vecino

Rómulo Gallegos, nacido en Caracas en 1884 y su ópera magna es ‘Doña Bárbara’ una novela publicada en 1929, verdadera fiesta del lenguaje.

Por Pedro García Cuartango

HAY países que parecen destinados a revivir una vieja maldición. Es el caso de Venezuela, que ha alternado períodos democráticos con crudas dictaduras como las que sufrió Rómulo Gallegos, nacido en Caracas en 1884. Fue elegido presidente en 1947 por una aplastante mayoría, pero sólo ejerció su cargo nueve meses porque fue depuesto por un golpe militar, encabezado por Carlos Chalbaud.

Rómulo Gallegos estuvo exiliado en España, en la época de la II República y no volvió a su país hasta la muerte del dictador Juan Vicente Gómez. Si hoy se le recuerda no es tanto por su lucha por la libertad y la democracia como por el extraordinario talento literario. Su ópera magna es ‘Doña Bárbara’ una novela publicada en 1929, verdadera fiesta del lenguaje.

Quien quiera entender lo que sucede en Venezuela encontrará muchas claves en la protagonista de esta ficción, una bella, soberbia y desinhibida mujer que logra hacerse con una gran hacienda sin el menor escrúpulo moral. Doña Bárbara elimina cualquier obstáculo que se interpone a su ambición y destruye todo lo que toca. Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez expresaron su admiración por esta novela.

EI personaje ha sido visto por muchos críticos como la representación de una Venezuela poseída por la brutalidad la corrupción y el despotismo, en la que los latifundistas imponen su ley y abusan de los débiles. Casi cien años después de la aparición de la obra, la Historia se repite, aunque en clave de farsa.

Los métodos de Maduro y del chavismo son los mismos que los de la tiránica Doña Bárbara, que quiere apoderarse de las tierras de su vecino, sembrar el terror, martiriza a su hija y utiliza las artes de la seducción para volver locos a los hombres. Manipula, miente e incluso recurre a la brujería.

Hay un paralelismo entre las prácticas de una dictadura que falsifica los resultados electorales y encarcela a los opositores y el carácter de una Doña Bárbara que no escatima ningún medio para lograr sus propósitos tras burlarse de la ley y la moral.

En un postrero mérito de generosidad, Doña Bárbara se redime al internarse en el tremedal y abandonar el mundo que ha construido. No es nada probable que Maduro siga el mismo camino. Intentará mantenerse en el poder hasta el último aliento, apoyado por el entorno corrupto que le protege y reprime al pueblo. Maduro, Cabello, los Rodríguez y Padrino saben que tendrán que responder ante el Tribunal Penal Internacional por sus crímenes y no tienen otra salida que el uso de la fuerza para eludir sus responsabilidades.

“El mal es temporal, la verdad y la justicia imperan siempre", pone Rómulo Gallegos en boca de uno de sus personajes. No parece posible que esto se haga realidad a corto plazo en Venezuela, donde apenas hay lugar para la esperanza.