Ensayo

En el Rincón de los Toros rondaban también los manes de Bolívar




Danzó en la casa suritera, de la calle real, antes que la fatalidad se empecinara en la fragilidad de unos compañeros: “Se apeó de la hamaca y salió ¡Cosas de Dios¡ El fraile estaba en la hamaca”

Por Adolfo Rodríguez


En el verano de 1982, de visita a San José de Tiznados, por fastos que se dicen del lugar, se presenta esta curiosa humanidad chapada a la medida de los acontecimientos que investigo. Una estampa de inmaculado infolio, ennoblecido por una blancura que refuerza esa baquía hacia tesoros sepultados por allí. La mirada exacta bajo el resplandor llanero, acorde a una calma de quien se siente cómodo entre heredades. La palabra infalible desmoheciendo sucesos arrumbados por la inclemente pátina del olvido. El apellido como hierro quemador emparentado con la esposa de Simón Bolívar. Como silueta el pergamino de su prestancia recortado en el cielo de abril. El semblante nonagenario. Juan Rodríguez del Toro se proclama nativo del lugar, nieto de Ramón del Toro, sin nada que ver con el oscuro rincón que signa para siempre el recorrido atrabiliario de quien había sido Don Quijote y Sancho Panza a la vez. Y deja sus marcas entre el rescoldo de juajua y barro. Danzó en la casa suritera, de la calle real, antes que la fatalidad se empecinara en la fragilidad de unos compañeros: “Se apeó de la hamaca y salió ¡Cosas de Dios¡ El fraile estaba en la hamaca” Y una cohorte de sombras lo rondan: La Negra Matea era del Totumo, Corozal es el asentamiento de Laguna de Piedra (Corozal y Chaparral y más abajo el Limòn ). Un guasimal entonces: La Mata de Guásima. “Negros compraos que los trajeron los españoles. Los indios desocuparon, cazaban y colmeneaban, las flechas las tiraban hacia arriba, usaban taparas de agua, machete y flechas, vestían guayucos. Bailaban con una guafa grande como un bambú, lo rajaban, le metían dos palos atravesados, le ponían cuerdas de la misma guafa (o tripa de cochino) y en una vejiga la soplaban y metían granos de maíz y la golpeaban con las cuerdas: vamos a bailar una zamba. Caja grande forrada con cuero que le daban con dos palitos”.

Que El Rincón de los Toros fue “una torazón”. Y los toros salían “por bandás…Eso eran selvas, Esas máquinas han arruinao las tierras. Hasta el río. La deforestación tiene este pueblo arruinao”.

Pero son otros los linajudos que se aposentan en tales predios. No los Rodríguez del Toro, a pesar de sus marquesados y distinciones. Cuando los hateros confirman sus auciones, al despuntar el siglo XVIII, quienes resuenan son los Palacios y Blanco, antepasados de Bolívar. Restallan sus látigos para asegurar sus reses: el maestre de Campo Mateo Blanco Infante amenazando arrasar enramadas que los indios alzan en las misiones capuchinas de 1723. Mientras el ayuntamiento caraqueño se opone al pueblo de españoles de 1724, siendo alcalde Gobernador Don Francisco Carlos de Herrera, bisabuelo de Bolívar; regidor José Gabriel Blanco Infante, primo de Doña Concepción y regidor también el Capitán Feliciano Sojo Palacios, padre de Feliciano Sojo el que en 1758 desposa con María Francisca Blanco, cuyos padres son el maestre amenazador e Isabel Clara hija del mencionado Francisco Carlos.

El historiador Castillo Lara (1975) informa además, que el regidor Manuel Francisco Gedler y Rivilla era tío del otro regidor Don Feliciano de Palacio Sojo y Gedler y éste cuñado del Procurador General Don Fernando Antonio de Lovera Otañez y Bolívar, parientes de Doña Concepción Palacios y Blanco.

Las tierras que rodeaban al sitio donde actualmente está Calabozo, explica Adelina Rodríguez (l989), en 1724 se distribuyen "en un mismo grupo familiar, pues todos se cruzaban y entrecruzaban en complicadas vinculaciones genealógicas. Al Sur y al Este el Marqués del Valle de Santiago, Don Francisco Berroterán... Al Oeste el Marqués de Mijares y don Lorenzo de Ponte, al Norte Don Lorenzo Cedeño de Albornoz y más cerca Rui Fernández de Fuenmayor y su madre Isabel María, hermana de Melchorana”. Una intrincada red de privilegios y propiedades:

Del matrimonio del primer Marqués de Mijares con Doña Teresa Tovar y Pacheco, hija del primer entronque del Capitán Manuel Felipe Tovar y Mendieta, casado en segundas nupcias con una hermana del Marqués, nacen diez hijos, de los cuales contraen matrimonio: Juana con su primo hermano de doble vinculación, Capitán Juan de Tovar; don Francisco con Melchora, hermana del citado capitán; don Juan con doña Magdalena de Ponte y Martínez de Villegas; María Teresa con su pariente Antonio Pacheco y Tovar, primer Conde de San Javier; Josefa Teresa con el Maestre de Campo don Lorenzo Antonio de Ponte y Martínez de Villegas.

Los hijos del Capitán Manuel Felipe de Tovar y Mendieta con Doña María Mijares de Solórzano, casan: Isabel María con Domingo Baltasar Fernández de Fuenmayor, padre de Rui Fernández; Luisa Catalina, en primeras nupcias con Don Juan de Arrechedera y en segundas con el Marqués del Valle de Santiago, Berroterán.

Asimismo Don Lorenzo Cedeño de Albornoz cc una hermana del Maestre de Campo Lorenzo Antonio de Ponte y Martínez de Villegas (Castillo Lara, 1975).

En 17O4 el Segundo Marqués de Mijares casa con doña María de Ascanio, hija del Capitán don Juan Antonio Ascanio y Guerra y de doña Melchorana, la dueña de Paya Abajo. Padres de Melchora Ana y Fernando. Este casado con Isabel de Oviedo, hija de José Oviedo y de doña Francisca Manuela Tovar; y Melchora Ana con Don Andrés Miguel Rodríguez de la Madriz y Liendo, hijo éste de don Francisco y de Juana Liendo. Fernando Ascanio y Hurtado fue el Cuarto Conde de la Granja, hijo de Juan Ignacio de Ascanio y Oviedo y de María Josefa Hurtado de Monasterios (Iturriza Guillén, l974; Diccionario de Historia de Venezuela, l989). Las matrículas de 1752 registran en el sitio de San Juan de Paya (Paya Abajo), las casas y hato de don Miguel Ascanio y la casa de Carlos Ascanio (Arch. Arz. de Caracas, Matrículas de la Parroquia de Parapara).

El 30 de junio de 1713, el Maestre de Campo Don Ruy Fernández de Fuenmayor, en su nombre y el de su madre Doña Isabel María de Tovar, solicita en composición un sitio para casa y corrales en el sitio El Limón, riberas del río Tiznados; donde ella tiene fundado hato de ganado mayor. En tanto que su hermana Merchorana de Tovar y Blanco esposa del Segundo Conde de San Xavier Juan Jacinto Pacheco y Mijares, era dueña en el sitio de Paya.

María de la Luz Pacheco, hija de los mencionados, es quien en 1774 toma bajo su protección al niño Juan Germán Roscio, nacido en 1763 en San Francisco de Tiznados.

En 1757 don Juan Vicente Bolívar y Ponte compra a Ruy Fernández el hato El Limón, y a don Joseph de Ponte, el hato adyacente denominado El Totumo, donde hasta 1728 había capillas, según de Mariano Martí.

Comprenden “diez leguas cuadradas excelentes para la cría de caballos”, con El Rincón de los Toros incluído, en el cual don Esteban Palacios, hermano de doña Concepción, tuvo “una novillada”, que al decir del mayordomo Camero, en 1792, podía ser vendida “con mucho crédito”.

Un censo ganadero de 1791 localiza en El Totumo la mayor cantidad de reses en la región, elevando a tres mil “las reses en toda suerte de ganado” que allí hay.

Cifra Juan Germán Roscio cinco años, y probablemente reside aún en San Francisco, cuando en 1768 Don Juan Vicente Bolívar se queja de los “rochelas” de indios y negros que viven en El Totumo. Y tendrá cinco años de residencia en Caracas, cuando el teniente de justicia de Calabozo echa cajas para combatir “los cimarrones existentes en las montañas de Tiznados” donde quizá tuvo parte activa el Capitán Juan Vicente, por cuanto el año previo al nacimiento de su hijo Simón, aquél ya Coronel de Milicia, lo instruye el gobernador para que remita “ocho soldados con su cabo y sargento” en previsión de los presuntos “negros”.

En San José, parroquia desde 1780, nace Matea, futura aya de Bolívar.

Duerme allí Monseñor Mariano Martí el 26 de abril de ese año, procedente de Guardatinajas, a nueve leguas de distancia, y observa que son “buenas sus vegas y bueno el camino, de sabanas”. Lo atiende quizá Félix, el hábil mayordomo de color moreno, que en la testamentaria de Don Juan Vicente o de doña Concepción, queda en poder de Juanita (Juana Bolívar). Era esclavo con cierta formación como se desprenda de informes que dirige a don Feliciano Palacios, quien con doña Concepción, y luego solo, después de la muerte de ésta en julio de 1792, fue curador de los bienes de los Bolívar.

Apunta Martí (1969) que hay capilla en el sitio del Limón, hato de Juan Vicente Bolívar, y otra en el sitio del Totumo, hato de Joseph de Ponte y ahora del mismo Juan Vicente y otra en Chirgua, hato de don Pedro Tobar y ahora de N. Ribas (en este parroquial territorio de Tiznados (t. II, 175).

Ignoro si Félix visita Caracas, pero de Tiznados llegan mensajeros como el alcabalero de San José, que en mayo de 1795 cobra a don Feliciano la alcabala de 87 mulas que dice son las que ajustó” con Esteban Palacios, a razón de 25 pesos. Así que se le paga 93,5 reales, que con 141 que ya éste le ha dado, suma el total de dicho peaje.

Desde el Totumo y el Limón llega la pesa, que en agosto de ese año representan cien reses, entre las cuales 5 del hierro de Esteban, otras cien en septiembre. Y se sabe de 50 mulas recogidas para el diezmo, herradas junto con 875 reses y 364 becerros. Y que se pagó a los peones con “dos piezas de listado y una de Brim¨. Todo lo cual debió alcanzar al niño Simón, en esos días de la muerte de Concepción y matrimonio de María Antonia con Pablo Clemente Francia, y de Juana con Dionisio Palacios, a quienes se entrega las propiedades, y don Feliciano preserva los intereses de Esteban adjudicando El Limón “a alguno de los niños que entonces podrá quedar al cuidado del mayordomo” que él “pusiera allí” (como escribe a su hijo el 3 de septiembre de ese mismo año).

El 12 de octubre de 1792 visitan Caracas unos arrieros “con una carga de queso” que Félix no informa “a quién pertenece”, y posteriormente la pesa con reses de Esteban Palacios. Este marchó a España e hizo carrera cortesana como diputado por Valencia a las cortes de Cádiz en 1812. Y Bolívar recordará obsequios que le daba ¿Animales, artesanías, la esclava Matea, algún ejemplar de la “mucha bestiada” existente en el hato? Don Esteban era dueño allí de caballos andones recogidos del diezmo y yeguas, que no quiso vender cuando la partición de 1794 ¿Lo llevó al lugar que Bolívar asegura que “conocía ya” como informa a Delacroix?

En enero van al Llano, Pablo, Dionisio, esposos de las hermanas de Bolívar, a realizar el inventario de ambos hatos, con Toribio Malavé, “persona de toda la inteligencia para el caso” y de la “mayor confianza” de don Feliciano. Pero en mayo no han concluido las diligencias en razón a “lo improporcionado del tiempo para juntar los rodeos, y lo dilatado que ha sido este año el verano”. Aunque el abuelo le preocupan las reses de su hijo Esteban, entonces en España. Para lo cual buscó un mayordomo que se encargase de El Limón: un mozo de apellido Camero, “hombre de razón”, probablemente familia de Don Domingo Camero, encargado del hato colindante, propiedad de don Fernando Ascanio.

¿Cómo pasó por la mente del niño Simón todo aquello? ¿Preguntó a sus deudos sobre las remotas pertenencias? ¿Le informaban acerca de cuánto le correspondía? ¿Conversó con los arrieros? ¿Supo que en 1768 su padre Juan Vicente se quejaba de las “rochelas” de indios y negros instaladas en El Totumo? Que en 1779, cuatro años antes de nacer, el Teniente de Justicia de Calabozo echó cajas para combatir “las cimarroneras existentes en las montañas de Tiznados”, con respecto a las cuales debió don Juan Vicente tener parte activa.

La nodriza de Bolívar – Hipólita – y su presunta aya –Matea-, de cuya existencia –de la última-, hablan Rafael Pineda, Rufino Blanco Bombona y José Antonio de Armas Chitty, debieron informarle sobre esos mundos de rebelión, magia y vaquerías, Entre los bienes dejados a Juan Vicente Bolívar y Palacios, según cartilla de 1792, aparece una esclava Matea, sana cuya edad – 28 años- equivalente a la edad que Matea confiesa en una entrevista de 1883.

En su testamento de 1796 el abuelo don Feliciano manifiesta su deseo de que se le dejen a sus nietos Juan Vicente y Simón “las dos criadas y dos criados que han tenido y tienen destinado para su servicio y prolijo cuidado que necesitan por su tierna edad”. Tenía Simón 13 años. Una es Hipólita probablemente. ¿Cuál la otra? ¿De dónde los cuatro? Alguno por lo menos debía de ser del Llano.

El padrón del curato de San Francisco de Asís de Tiznados en 1780 (comprendía también a San José creado ese año), arrojaba 1.132 negros, 344 mulatos, 345 esclavos negros y mulatos, 136 indios y solamente 283 blancos.

¿Cuántos de estos hombres acompañaron a Bolívar en sus andanzas?

¿Acaso el capitán José Bolívar, para quien Vicente Lecuna era “Llanero de fuerza hercúlea y descendiente de libertos de la familia” de Bolívar, lugarteniente tan fiel y leal, que fue de los muertos la noche del 28 de septiembre de 1828 cuando el atentado septembrino en Bogotá.

Bolívar era popular en San José de Tiznado y refiere Julián Llamozas que en 1813 sus vecinos promovieron una reunión para plegarse a su victoriosa Campaña Admirable, y varios de ellos fueron comisionados para que se presentasen ante el jefe realista de Calabozo haciéndose pasar como soldados “de caballería de la vanguardia libertadora con cucarda y banderolas tricolor” y un pliego en donde a nombre de Bolívar solicitaron la rendición. Y fue lograda.

Hubo en la zona guerrilleros de color moreno a favor de la independencia: como “el negro Mina” mencionado por José Domingo Díaz y derrotado el 5 de mayo de 1818 por la División de Morales precisamente en el sitio de El Limón o Corozal, y Vicentico Hurtado, jefe de bandas que ese 1818 se integra al ejército de Bolívar.

Queda la intriga de si toda esta familiaridad con la región fue lo que motivó al Libertador para trasladar su cuartel general del hato San Pablo hacia el Rincón de los Toros, a 15 kilómetros de San José, en los terrenos que habían sido de su padre. El 28 de marzo del año 18 visita San José en viaje de Guardatinajas a San pablo. Y vuelve el 30 de marzo. Del primero de abril hasta el 11 permanece en Calabozo, de donde viaja a El Rastro. Y el 13 retorna a Tiznados y el día 15 manda a Cedeño se entreviste con Páez en el hato San Felix, quien viene del Pao de Cojedes. Quizá el día en que Cedeño le regala el caballo rucio mosqueado, que se pierde la madrugada del 17 de abril, en que se produce el atentado y halló Victorio, hermano de un peón del Totumo.

El 16 fue su ubicación, con edecanes y Briceño Méndez, en aquella mata que “conocía ya” (como revela a Perú de Lacroix). Y entre dos árboles tiende la hamaca blanca. Come de los tasajos que le ha traído y despide a Ibarra que va a un baile. Durmió dos horas y le notifican que a cosa de dos leguas, merodean unos realistas. Una hora después retornó Ibarra y le ordena trasladar el campamento a otro sitio. Santander se prepara para ello e inquiriendo por Bolívar, se cruza con Mariano Renovales, quien también le preguntó por Bolívar. Y relata éste que conversando con Santander oyó disparos, supuestamente contra la hamaca blanca y, huyendo, anduvo a pie hasta que su mayordomo José le dio una “mala mula” y O´Leary que Julián Infante le entregó el bicho mosqueado, hermoso y gordo, de buen herraje, emplatado y de buena montura, con un rasguño de espuela en el bridón y chispas de sangre, con las iniciales de Rafael López debajo de los estribos. El terrible jefe que había comandado el atentado y perecido en el lugar, barinés de Pedraza, inmediato de Morales, conocido como la primera lanza de las huestes españolas.

Juan José Churión (1916) más bien que a Bolívar esa noche desvelaban presentimientos, reforzados por los alertas de los centinelas y el canto de unos llaneros:

No me atropellen la llegua / los blanquitos españoles: / que ca vez que l ´a tropellan / yo les mato algún padrote.

No vengan agazapaos, / sálganme al claro del monte! / que aunque me cojan dormío / les doy duro en el cogote.

Prometió darles cuatro tiros si no dejaban de cantar. Y a las cuatro de la mañana uando fue al escobero o escobillal donde estaba atada la mula, ocurrió el suceso. Para José Domingo Díaz dispararon y atravesaron a bayenotazos cada hamaca. Una sola estaba ocupada. Bolívar habría salido ante una necesidad corporal.

Añadiendo Churion que con jonjana, Páez le preguntó si no sintió miedo y El Libertador:

-como no general: la oscuridad, el no conocer el terreno ni el número de los enemigos, sin bestia….Confieso que se me enfrió el guarapo.

La caballería de Zaraza habría huído. Y, entre los patriotas, perecieron: el capellán Fray Esteban Prado, el coronel Mateo Salcedo, el comandante Fernando Galindo que había sido defensor de Piar; el comandante Silvestre Palacios, el sargento mayor Mariano Plaza, ayudante de campo de Bolívar; el italiano Manfredo Berzolari, que había sido secretario de Bolívar, José Francisco Portero, Florencio Tovar, etc. 150 prisioneros capturados por el comandante Antonio Pla, asesor de López, que fueron fusilados en Valencia por Morillo.

Fue herido un caballo amarillo de Bolívar.

Se atribuyó también a Rondón, al capitán Santos Valderrama del Alto Llano, al comandante Juan Antonio Romero Bello de Lezama y a Cipriano Celis, haber entregado a Bolívar el caballo de López. Casi todos hombres del General Zaraza.

NOTA: por razones de espacio, se prescinde tanto de las notas al pie de la página, explicativas de aspectos comentados así de como reseñas biográficos de personajes que se mencionan. Asimismo me fue imposible localizar la interesante aclaratoria del coronel Emilio Arévalo Braasch acerca de los patriotas que perecieron en el atentado. Prometo rectificar cualquier dato en beneficio de la indispensable veracidad.

FUENTES CONSULTADAS

BOLETIN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA (BANH) 52, t XIII, oct dic 1930, p. 505
BANH 144, oct-dic 1953.
BANH 149, enero marzo 1955.
CARRASQUEL, Fernando. Historia colonial de algunos pueblos del Guárico. Caracas: Imprenta Nacional, 1943.
CASTILLO LARA, Lucas Guillermo. Villa de Todos los Santos de Calabozo. Caracas, 1975.
DICCIONARIO DE HISTORIA DE VENEZUELA. Caracas: Fundación Polar, 1997 (1988).
ESCRITOS DEL LIBERTADOR. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela: 1969-1989.
ITURRIZA GUILLEN, Carlos. Algunas familias de Caracas. -Caracas : Talleres Tipográficos Salesianos, 1967.
---------Matrimonios y velaciones de españoles y criollos blancos celebrados en la catedral de Caracas, desde 1615 hasta 1831. Caracas: Publicaciones del Instituto Venezolano de Genealogía, 1974.
MARTÍ, Mariano. Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, 1969.
O´LEARY, Daniel Florencio. Memorias del General... Caracas: Publicaciones del Ministerio de la Defensa, 1981.
ORTEGA, Miguel Ángel. La esclavitud en el contexto agropecuario colonial. Siglo XVIII. Caracas: Talleres de J&C Productores, s. r.l., 1992.
RODRÍGUEZ, Adolfo. "Las Tierras del Guárico en la Infancia de Bolívar, en Boletín de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1983.
RODRIGUEZ MIRABAL, Adelina. La formación del latifundio ganadero en los llanos de Apure: 1750-1800. Caracas: BANH, 1987.

sábado, abril 21, 2018

Entre moderados y radicales: contextualizando la educación venezolana

A principios del siglo XX, Venezuela, entre el período 1908-1935, vive los clamores de un cambio en el orden político, social, económico, cultural, científico y educativo, en razón a que lo hecho, lo actuado no colmaba las aspiraciones de la sociedad.

La sociedad siempre ha aspirado un debate educativo
por Aura Marina Betancourt

Cuando hablamos de educación nos referimos a un concepto y un acontecimiento (Guédez, 1987), es una idea y una realización que se implica en una dinámica dialéctica y problematizadora, es una significación y una praxis que vivifica la posibilidad de llegar a ser persona humana, y en palabras de Sarramona (2000:14), “la educación es un bien, vinculada a la idea de perfeccionamiento”. Desde ésta óptica se ha construido y estructurado una matriz-manera de entenderla y explicarla, de puntualizarla y connotarla generado planteamientos y perspectivas, proyectos y propuestas, concepciones y teorías en el decurso histórico-pedagógico, traduciéndose en una pluralización de posiciones y orientaciones que de alguna manera recogen ideas.

A principios del siglo XX, Venezuela, entre el período 1908-1935, vive los clamores de un cambio en el orden político, social, económico, cultural, científico y educativo, en razón a que lo hecho, lo actuado no colmaba las aspiraciones de la sociedad. En lo educativo, a pesar de que se dieron las bases para la estructuración-armazón de un sistema escolar moderno y los criterios-normas para el manejo de la educación (Carvajal, 1998: 134), se pedía una reforma que atendiera la inadaptación de la educación pública, en la que se debía considerar el problema del analfabetismo y las necesidades sociales, el problema de la cultura y la formación científica, escuelas y maestros, recursos y reorganización. El renovar de la educación tenía que discurrir, en palabras de Luis Beltrán Guerrero (1936), hacia la formación del pueblo, porque mientras no se educara para ejercer su función de ciudadanía, la aspiración unánime de los venezolanos, el problema de la República, no podría ser nunca una realidad viva (Guerrero, 1936. Cit. en Fernández H., 1988: 46).

Dentro este marco, la educación venezolana vive, a partir de 1936, esfuerzos y acciones de búsqueda de nuevos caminos para dar una mejor calificación al proceso educativo. La preocupación y el interés por el acontecer educativo venezolano permitió la expresión de ideas, voces y palabras, de exhortación a la rectificación, a un renovarse, a la innovación y a la reforma, que encontraron inspiración cuando se dio inicio en 1936, a lo que se ha denominado “proceso modernizador del país” (Abad, et. al, 1980).

Este proceso modernizador, en sus comienzos, abarca el período que transcurre de 1936 a 1958, con una dinámica histórica particular caracterizada por “Zigzagueos y rupturas políticas” que repercuten en lo educativo al impregnarle el “sentir ideológico” del gobierno de turno, a pesar de la orientación y del concepto emergente-dialéctico de una educación como producto y hacer de la sociedad, que ponen de manifiesto tres tendencias diferenciadas, a saber: Tendencia Moderada (1936-1945), Tendencia Radical (1945-1948) y Tendencia Mediatizante (1948-1958).

Unos de los aspectos que contextualizaremos en nuestra investigación será la Tendencia Moderada (1936-1945), la cual se manifiesta en los “Intentos de adecuación y cambios” de cara al poder político y de “modernización desde las élites” impregnadas de un programatismo acomodador de una tradición laica y positivista de la educación frente a una “clase emergente, de reclamo e iniciativa y un querer hacer distinto y creativo (sindicatos, organizaciones, partidos, etc.), liderizada por los maestros con un “proyecto modernizador desde las masas”, como protagonista y destinatarios (Ibidem: 5-8).

Esta tendencia se asimila a una variada gama de concepciones y actitudes, que incluye de un atemperado pensamiento democrático-liberal hasta una franca actitud elitesca, confesional y reaccionaria (Cedeño,1986), y priva un postergamiento de las más elementales reformas de la escuela, que se presenciaba rígida a carácter empirista y a una metodología dogmática; divorciada de la realidad nacional y en la que alumno era un “órgano repetidor” y el maestro un transmisor de “conocimientos abstractos”. Una escuela sin unidad ni orientación, en donde se enseñaba un más o un menos, pero no se educaba, no se formaban hábitos, hombres y menos aún ciudadanos (Arnal, 1936. Cit. En Mudarra, 1975: 131).

La educación venezolana ha estado signada e influenciada por diversas vertientes y tendencias, movimientos y orientaciones que la han referido a puntos de comprensión, a lineamientos conceptuales y a modos de entenderla y delimitarla. Se aprecia, al considerar los textos escritos y documentales, planteamientos que dan cuenta de diversos apuntamientos miradas, tales como: la educación colonial de corte cristiana, referida por el acto de conquista español; la educación de signo ilustrado, dada por las influencias del pensamiento español y europeo; la educación de orientación positivista, observada por la repercusión de la filosofía comteana, y la educación renovadora, puntualizada por el movimiento de la escuela nueva.

Desde la década de los 40, la educación en Venezuela tuvo un carácter expansionista, cuyo objetivo era resolver el problema de excedente de población no escolarizada jamás visto en Venezuela. A esta condición se ha mantenido un debate discursivo permanente a lo largo del siglo XX, a través de los esfuerzos realizados por el naciente Estado de ir creando un sistema educativo nacional que pudiera atender los requerimientos educativos del conjunto de la población venezolana, constituyendo un claro ejemplo de estas medidas, la  Ley de Educación de 1940, patrocinada por el Ministro Arturo Uslar Pietri y la expansión de la educación escolar.

Esta situación conllevó a que no sólo los hijos de los grupos privilegiados  fueran quienes tuvieran acceso a la educación. El propio Estado se preocupó por cubrir las aspiraciones educativas de las clases populares y campesinas, lo cual originó que muchas de las iniciativas permitieran el establecimiento de escuelas y colegios públicos. En este sentido, la educación venezolana se aprecia y se le tiene como “eje fundamental” para enfrentar el desarrollo y dar marcha al bienestar y a las transformaciones del país y de la sociedad. Ella en sí misma, frente a los desafíos de transformación, es una presencia-problema por cuanto ha devenido con signos de agotamiento y una gran debilidad, con deterioro y profundas fallas que la han colocado en los ámbitos modernizadores de las políticas públicas del Estado.

La educación, por ello, ha sido objeto-motivo de las agendas y las tendencias de reforma que la etiquetan como “necesidad social básica” que requiere cambios, mejoramiento y pertinencia frente a los reclamos y exigencias de transformación social, cultural y productiva.


Notas bibliográficas

Álvarez Gallego, ALEJANDO (Mayo-Agosto, 2001). Del Estado docente a la sociedad educadora: ¿un cambio de época? OEI - Ediciones: Revista Iberoamericana de Educación. No. 26
Carvajal, L. (1983): La Educación en el Proceso Histórico Venezolano. Caracas: Cooperativa Laboratorio Educativo.
Carvajal, L. (1998): Educación y Política en la Venezuela Gomecista: En Nacarid R. (Comp). Historia de la Educación Venezolana. Caracas: UCV-Facultad de Humanidades y Educación.
Carvajal, L. (2000): Para Transformar la Educación. Caracas: UCAB-Texto.
Casanova, R. (1984): Dilemas de la Educación Venezolana. En Cuadernos del Centro Nº 32 y Ateneo de Caracas. Segunda Época, Enero-Agosto, pp. 9-12.
Cedeño, G. (1986): Desarrollo del Sistema Educativo Venezolano. Caracas: Universidad Nacional Abierta.
Fernández H., R. (1988): Referencias para el Estudio de las Ideas Educativas en Venezuela. Caracas: BANH-Italgráfica.
Guédez, V. (1987): Educación y Proyecto Histórico-Pedagógico. Caracas: Kapelusz Venezolana – UNA-FEVA.
Guédez, V. (2003). La Cultura y la Educación: ¿Factores de Capital Social o de Capital Ideológico? En Ramírez R., M. (Comp.). Venezuela, Repeticiones y Rupturas. Caracas: USAID-Corpográfica.
Montenegro, W. (1973): Introducción a las Doctrinas Político-Económicas. México: FCE.
Moreno L., J. I. (2001): El Tercer Milenio y los Nuevos Desafíos de la Educación. Caracas: Panapo.
Moreno, J. M.; Poblador, A. y Del Río, D. (1980): Historia de la Educación. Madrid: Paraninfo.
Mudarra, M. (1975): Historia de la Legislación Escolar Contemporánea en Venezuela. Caracas: MUDBELL Publicaciones.
Sarramona, J. (2000): Teoría de la Educación. Reflexión y Normativa Pedagógica. Barcelona: Ariel.


[1] Álvarez Gallego, ALEJANDO (Mayo-Agosto, 2001). Del Estado docente a la sociedad educadora: ¿un cambio de época? OEI - Ediciones: Revista Iberoamericana de Educación. No. 26


miércoles, febrero 16, 2011

Los perros de la guerra

D' Evereux era un militar aventurero, arrogante e imponente, de origen irlandés nacido en Wexford en 1778. Tiene entre su hoja de vida su participación en la sublevación en Irlanda de 1798; fue obligado al exilio, convirtiéndose luego en ciudadano norteamericano, residenciándose en Baltimore, por poco tiempo; allí comenzó hacer nueva vida y empleándose en barcos cargueros. 

Por José Obswaldo Pérez



A Daniel R Scott
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA en Hispanoamérica encontró en los militares europeos un buen negocio para hacerse dinero. La actividad de reclutamiento de legionarios y su asistencia es (y ha sido, hasta la actualidad) un negocio que se oferta abiertamente y que cuenta entre sus clientes a gobiernos y empresas multinacionales, que lo prefieren no solo por la efectividad de sus resultados, sino también por la “discrecionalidad” política y, en ocasiones, porque resulta más barato. Tal es el caso del general John d'Evereux, el mismo quien levantó en 1820 una legión irlandesa en la acción militar de Chaguaramas, estado Guárico.


lunes, diciembre 01, 2008
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