José Obswaldo Pérez

Casas Muertas, en un largometraje

Hortencia Rodríguez, directora del film Casas Muertas, el pueblo que se negó a morir (2023)

La obra fue dirigida por la escritora orticeña y profesora Hortensia Rodríguez, directora de la Compañía de Teatro Municipal de Ortiz (Cumunteatro Ortiz). Y, la misma, es un proyecto que venía desarrollándose desde hace mucho tiempo: explorando distintos géneros desde el teatro hasta los videos cortos.


Por José Obswaldo Pérez


Casas Muertas, la novela de Miguel Otero Silva (1908-1985), ha servido de inspiración para una nueva adaptación de su obra, esta vez, en un largometraje. La película, una especie homefilm, lleva el nombre de Casas Muertas, el pueblo que se negó a morir (2023), la cual se estrenará el próximo 28 de agosto, en el marco de las festividades patronales de Santa Rosa de Lima de Ortiz.
La obra fue dirigida por la escritora orticeña y profesora Hortensia Rodríguez, directora de la Compañía de Teatro Municipal de Ortiz (Cumunteatro Ortiz). Y, la misma, es un proyecto que venía desarrollándose desde hace mucho tiempo: explorando distintos géneros desde el teatro hasta los videos cortos. Su único objetivo es promover unas de la obras literarias más importantes de la literatura mundial que identifica el pueblo de Ortiz, el cual algunos de sus habitantes todavía desconocen.
Este trabajo arduo de Hortensia tiene sus antecedentes: El ave fénix, Los Pregoneros y ¿quién es el muerto? por decir, los titulos que más recuerdo en este momento. Pero la idea principal de Hortensia es haber llevado al movimiento cinético los doce capítulos de la novela escrita. Más de dos horas de duración. Cosa nada fácil cuando se trata de adaptar una obra literaria al cine, quizá la tarea más compleja sea honrar el original. Desde luego, cada secuencia es un retrato narrativo fiel a la obra. Locaciones de los escenarios descriptivos, vestuario, música, lenguaje y, desde luego, el papel histriónico de los actores, juegan un papel importante a la hora de evaluar la producción. No basta, por su puesto, un buen guión. El ritmo de cada secuencia es, al final del día, responsabilidad casi exclusiva del director.
Por otra parte, quizás, el mensaje que esconde Casas Muertas, el pueblo que se negó a morir no sea el ego de hacer un film casero ―con las uñas y los pies-para recrear un momento histórico de la Venezuela gomecista (1908-1936). La virtud subyace en ese esfuerzo humano y colectivo que ha creado Hortensia Rodríguez, por más de treinta años de vida cultural, dedicada a su Ortiz y a su gente: la existencia como pueblo. Una honradez que nos estimula a “sí, podemos” y que “aquí hay mujeres y hombres que tenemos talento”. Una aliento para el futuro. Una esperanza por salir del olvido.
Finalmente, Hortencia honra  al escritor Miguel Otero Silva al cumplir con la intensión inicial del autor: la de hacer una película (esa fue su idea que, finalmente, terminó en una gran novela). Porque no hay, en la historia del cine nacional, un proyecto como lo planteado por la directora de Casas Muertas, el pueblo que se negó a morir. Vale felicitar al talentoso grupo de actores (todos orticeños) que, con el mejor histrionismo, lograron representar los personajes de la obra.
De igual manera hay que reconocer el aporte Daniel Alejandro Polini, un joven fotógrafo coterráneo que ha estado a la altura a contribuir con su trabajo a los mejores focus de la película mediante técnicas fotográficas. A lo mejor hay otros como Polini que, entre telones, jugaron un papel importante en la filmación de la cinta. Cosa que sabremos más adelante. Mientras tanto busquemos la butaca y preparémonos para acompañar a Hortensia en esta puesta en escena. Suerte.

lunes, agosto 14, 2023

La Platilla de los Llanos: conquista y colonización ganadera en el noroccidente del Guárico. Siglo XVI

Mapa antiguo del sitio San Juan de los Morros.

Aunque no hemos estudiado con mayor profundidad la importancia económica de este partido – de manera cuantitativa-, por carecer de información por el momento, es predecible opinar que este predio territorial se constituyó en un espacio de uso de explotación de la actividad ganadera y un punto de referencia para establecimiento de redes y lazos sociales de la oligarquía caraqueña.


Por José Obswaldo Pérez


Un comienzo entre cerrajones

Desde finales del siglo XVI se comprueba la presencia de dueños de tierras en el Valle de San Antonio de La Platilla- eje irradiador de un paisaje cordillerano en la actual población de Ortiz-, principal núcleo ganadero de los Llanos de Caracas, donde paulatinamente se dará un proceso de nucleamiento espontaneo de vecinos propietarios de unidades agropecuarias y agrícolas que, posteriormente, originará la fundación de San Francisco de Tiznados, a las riberas del río del mismo nombre (Ortega,1992; pp. 50-51). Este proceso estará intricadamente relacionados con tres factores históricos: 1) la formación de polos demográficos en torno a los llanos de Paya (red de villas y pueblos como Parapara, Ortiz, El Sombrero, entre otros), 2) el progresivo desplazamiento de hatos ganaderos hacia el sur y 3) la formación de latifundio ganadero, como parte de la organización del espacio entorno a los partidos que se fueron conformando a partir de la conquista del llano en el actual territorio del estado Guárico (Rodríguez Mirabal,1987).

Como se sabe la historiografía venezolana nos habla que los partidos ganaderos son los antecedentes previos de la ocupación de la propiedad territorial en los Llanos de la Provincia de Caracas y que este proceso está asociado con la persecución de indígenas, presuntamente caribes (aunque en los documentos son muy variadas sus identidades étnicas), y su esclavización a través de las denominadas encomiendas (Rodríguez, 2009; Pérez, 2007). Igualmente, este procedimiento estuvo acompañado por la necesidad de desarrollar la actividad ganadera que actúa como eje impulsor para el cual no sólo delimita el espacio sino que reestructura un nuevo modelo económico-social basado en el capitalismo mercantilista.

Una revisión de las fuentes primarias en el Archivo General de la Nación (AGN), localizadas en la ciudad de Caracas, nos permite acercarnos, de manera aproximativa, a este espacio geográfico correspondiente al periodo histórico entre los años 1620-1800, fechas que hemos tomado de acuerdo con la documentación primaria estudiada y bajo la consideración metodológica y teórica, con miras de encontrar en ellas algunas repuestas a las interrogantes que motivaron este artículo. ¿Cuáles son los orígenes de la propiedad territorial en la jurisdicción de Ortiz, durante el periodo colonial? ¿Cómo este fenómeno dio inicio a nuevos espacios interrelacionados con una red vínculos familiares y de amigos?

De manera tal que esta investigación no se suscribe sólo a lo geohistórico sino que, además, intenta revisar esa dinámica de interacción hombre-medio, denominada Conquista del Llano. Cuestión que haremos a través de una nueva mirada de lo social, que valore el rol de los individuos o actores dentro de su contexto cultural. En este sentido, es importante hacer notar la colaboración desinteresada de nuestro amigo Moisés Pérez, el último chozno de la octava generación de la familia Pérez de Ávila, quien nos aportó una valiosa documentación correspondiente a este tiempo histórico y que nos permite reconstruir una secuencia y una línea de evolución de los acontecimientos aquí descritos.

Juan de Grezala: Soldado y becerrero colonizador

Con el establecimiento definitivo de San Sebastián de los Reyes y con sus intereses expansionistas sobre las fértiles tierras recorridas por el conquistador hispánico, se echaron las bases del proceso continuo y progresivo de ocupación y apropiación del territorio del Valle de San Antonio de la Platilla y otros lugares hacia el sur del actual Guárico. No solo los intereses políticos privan para que San Sebastián extienda su hinterland sobre los territorios ocupados, sino que son económicos lo que parecen dar la explicación de esa expansión de ocupación espacial de su área de influencia.

Hacia la parte noroccidental del Estado Guárico se encuentra el llamado Valle de La Platilla, a cuyas vertientes reúne el río Tiznados, San Gregorio, La Florida y otros tributarios menores. Ese espacio físico, para el momento de la penetración hispana, era ya un área estructurada por las antiguas comunidades indígenas, el cual servía como soporte de diversas relaciones humanas y una importante área sociocultural. De la antigüedad de su ocupación y conformación, dan testimonios los restos de petroglifos encontrados en el lugar cerca del sitio La Trampa, como igualmente algunos animales arqueológicos y su propia toponimia aborigen.

Uno de los ocupantes, entre los primeros de este lugar, fue el hacendado y capitán don Juan de Grezala y Oñate y Aguirre, quien el 27 de julio de 1668 representaba a un grupo de dueños de hatos de los partidos de Paya, Aricapano y Las Palmas (actuales poblaciones de Ortiz, El Sombrero, Barbacoa y Chaguaramas) en el Cabildo de Caracas, para promover una ordenanza que permitiera eliminar la práctica indiscriminada del desjarretamiento de las reses y a la par prevenir la eminente ruina de los criadores.

A raíz de estas diligencias, el Gobernador de la Provincia de Caracas, don Félix García González de León, designa con fecha 16 de diciembre 1668, al Capitán Juan de Ochoa y Oñate, como Juez privativo de los Llanos de San Sebastián de los Reyes, confiriéndole atribuciones judiciales y extrajudiciales, y las siguientes potestades como: 1) establecer un justo reparto de las pesas de carne entre los criadores, 2) asegurar el abastecimiento de carne para la Provincia de Caracas, 3) velar por el mantenimiento de la paz en los llanos, 4) asegurar el cumplimiento al tiempo de los rodeos y vaquerías y 5) decidir sobre asuntos entre pleitos de criadores y erradicar la práctica indiscriminada del desjarretamiento de las reses (Rodríguez Mirabal, pp.258-259). Con en esta designación se institucionaliza la figura de Juez de Llanos, la cual era un atribución para su nombramiento por parte del gobernador (Castillo Lara, 1984; p.216). Función que el Capitán Juan de Grezala y Oñate desempeño hasta el año de 1670.

Ocho años atrás, don Pedro Porras de Toledo, Gobernador de la Provincia de Venezuela, concedió el Valle de San Antonio de La Platilla (también conocida como La Platilla de Los Llanos) al Capitán don Juan de Grezala y Oñate y Aguirre, mediante título expedido el 15 de diciembre de 1660, según documento correspondiente a la Sección de Tierras del año 1745, ubicado en el Archivo General de la Nación (AGN). El documento está firmado por escribano público, Juan Rangel de Mendoza, con el cual se comprueba la presencia de los primeros y principales terratenientes de estos lares.

Esta propiedad, en un tiempo atrás compartió sus linderos con la jurisdicción de la Villa de San Luis de Cura, debido a que su data no estaba enmarcada en la región de San Sebastián de los Reyes, como debería ser bajo los siguientes linderos naturales: por la parte del oriente, el Río Parapara, camino a los Hatos de Paya; por el poniente, el Río Tiznados; por el norte, la Serranía Grande de San Juan y por el sur, el Cerro de Mapire y sitios de hatos de San Antonio.

Este primer colono y ganadero, había sido encomendero en tierras de San Sebastián de los Reyes, descendiente de vizcaínos de rancia estirpe (Castillo Lara, 1984; pp.136-137). Había nacido en la ciudad de Santiago de León de Caracas, en 1594, hijo de Tomás de Aguirre de Grezala y Plasencia (1565- 1614), dueño de encomienda en la cabecera del Valle de Aragua y de María de Fernández y Acosta (1573-1635), hija del Capitán Juan Fernández de León, de los primeros conquistadores de Caracas y fundador de la ciudad del Espíritu Santo de Guanare. Casó en terceras nupcias en la misma ciudad natal, el 8 de julio de 1628, con Ursula de Oñate Mendizabal y Maquina, hija de Bernabé de Oñate Mendizabal y de Ursula de Maquina (Herrera Vegas, 1987; tomo II, p.264).

De este matrimonio hubo nueve hijos, entre los que se destacan: Juan de Ochoa Grezala, nacido en 1634; Clara de Ochoa y Grezala, nacida en 1642, casada con Juan de Liendo y Rodríguez de Escobedo (1641-1706); y Violeta de Ochoa y Grezala, nacida en San Mateo, el siete de noviembre de 1645; casada con el Capitán Pedro Blanco Infante, hijo de Alejandro Blanco de Aponte y de Teresa Infante de Aponte, dueño del Sitio de San Roque de Las Lajas, en la actual jurisdicción del municipio Ortiz. Individuo emparentado con familias principales caraqueñas, entre ellas con la madre de El Libertador, María de la Concepción Palacios y Blanco.

Después de la muerte Juan de Grezala y Oñate y Aguirre- ocurrida en el año de 1670 en los Valles de Aragua-, la posesión La Platilla fue dividida en cuatro partes iguales, entre sus sucesores; y que, luego, el Capitán don Domingo Pérez de Ávila y Zapata- el fundador de la familia Pérez de Ávila en el Tiznados y Parapara-, compro una tercia parte de ella al Capitán Juan de Grezala y Aguirre. Otra parte, adquirió al Maestro de Campo don Juan de Liendo, marido de Clara de Ochoa, también, heredera y otra tercera parte a Violeta de Ochoa, igualmente sucesora. En esta venta, doña Violeta de Ochoa había acordado anteriormente vendérsela al Capitán don Domingo de Tovar, caraqueño y también propietario de tierras en el llano, como así ocurrió según escritura llevada por el Escribano Publico Agustín de Salas y firmada en Caracas, el 8 de abril de 1710. Sin embargo, doña Violeta de Ochoa rescindió el contrato para traspasársela al Capitán Pérez de Ávila, al reconocerle el interés por aquellas posesiones que había venido comprando a los miembros de su familia. Así se trazó el acuerdo y el nuevo dueño le pagó 250 pesos de ocho reales de plata cada uno, según título de escritura protocolizado el 31 de agosto de 1713. Año en que se había iniciado los procedimientos de titularidad de la tierra en la Provincia General de Venezuela, con los jueces de Composición de Tierras (Castillo Lara, 1984; p.218).

Entre los méritos del Capitán Don Juan de Grezala y Oñate, tenemos que fue conquistador y fundador de un pueblo efímero llamado Ciudad del Triunfo de La Cruz y Nueva Cantabria, erigido en 1645, cerca del actual municipio de Cabruta. Fue fundado por órdenes del Gobernador de Guayana y contó con regimiento, justicia mayor, alcaldes, cabido y oficiales reales. Según el historiador Adolfo Rodríguez, esta población surgió como un núcleo para el aprovechamiento de las cimarroneras en función del comercio de cuero en el siglo XVII (Rodríguez, 2008; p.14)

Igualmente, Grezala y Oñate fue también propietario de hato en Paya, en la Posesión Guesipo ; asimismo el Hato El Caimán (al sur de Morrocoyes), en la actual jurisdicción de Ortiz y de otra propiedad en la Barranca de los Llanos, en la actual jurisdicción de San José de Tiznados. Al igual que su propiedad entre el Paya y Guesipo, el Hato El Caimán fue una antigua unidad ganadera del siglo XVIII, ubicada en la jurisdicción de San Sebastián de los Reyes, y estaba compuesta de ganado vacuno y esclavizados negros. Esta posesión fue fundada por el provincial Don Francisco Mijares de Solórzano y Rojas, quien además de este hato, declaraba en su testamento (1667) cinco aucciones ganaderas en Paya y diez en San Antonio, otro partido ganadero perteneciente a la región de San Sebastián de los Reyes de la Provincia de Caracas (AHAC, Sección Testamentaría, Carpeta Nº 6; f. orig. 216).

Debemos advertir, sin embargo, que la paternidad del descubrimiento de estas tierras se la diputan varios conquistadores, entre ellos, Sancho del Villar, uno de los fundadores de Santiago de León de Caracas. Del Villar dejo testimonio en una Información de Mérito realizada en 1590, en la que afirmaba ser el descubridor de “las minas que dicen San Joan y la Platilla, Sangorgon e Tiznados y otras quebradas que han sido muy ricas y se han sacado mucha cantidad de oro” (Castillo Lara,1984; p.162). Otro conquistador que recorrió esta región fue el Capitán Garci González de Silva- calificado como el padre de latifundio ganadero-, quien la consideró como una de las zonas más belicosas al entrar en contacto con indios cumanagotos.

A manera de conclusión

Aunque no hemos estudiado con mayor profundidad la importancia económica de este partido – de manera cuantitativa-, por carecer de información por el momento, es predecible opinar que este predio territorial se constituyó en un espacio de uso de explotación de la actividad ganadera y un punto de referencia para establecimiento de redes y lazos sociales de la oligarquía caraqueña. Sin embargo, en un primer momento, he querido presentar al Capitán Juan de Grezala como el primer colonizador del Valle de la Platilla de los Llanos y de Tiznados, quien estableció las bases para el poblamiento hispánico de origen vasco hacia la conquista de los llanos del sur, como lo señala un documento del Centro Vasco de Venezuela (2019):

“En Venezuela, como en el resto de América, se siguió el patrón establecido en Hallstat y Andalucía. Una vez que un vasco lograba establecerse, traía parientes y vecinos. Los vínculos étnicos eran tan sólidos que incluso permitieron afrontar con éxito situaciones de guerra como las de Venezuela y Potosí. La proclama “mueran los vizcaínos” generó muchos desmanes y muertes sin alcanzar ese objetivo.”.

De esta relación de lazos afectivos y sociales surge una trama de expansión colonial que se fragua en un itinerario de lugares y de apellidos que transcienden entre los siglos XVIII y XIX marcando, de manera definitiva, nuestro ámbito territorial local y regional. En un apartado veremos cómo la oligarquía territorial caraqueña, de origen vizcaíno o vasco, se apropia de estos espacios en función de sus intereses económicos, sociales y políticos.

Bibliografía consultada


AGN, Sección Tierras, Tomo 2, 1745, Letra P, Nº 1, f. orig. 1-8Caracas, Registro Público, Testamentarías, Escribanías Hugo Cróquer, 1743.

CASTILLO LARA, LUCAS GUILLERMO (1984). San Sebastián de los Reyes. La ciudad Trashumante. Tomo I. Maracay: Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Aragua.

CENTRO VASCO DE VENEZUELA (2019, 22 octubre).Venezuelakoak: antecedentes. Consultado el 20 julio de 2022 en https://centrosvascosvenezuela.com/amerikanuak/venezuelakoak-antecedentes/

DE ARMAS CHITTY, José Antonio. (1959): Aventura y Circunstancia del Llanero. Ganadería y límites del Guárico. (Siglo XVIII). (Discurso de incorporación a la ANH). Caracas: Academia Nacional de la Historia.

HERNÁNDEZ G, FELIPE (2009, 22 agosto) El mantuanaje caraqueño y la consolidación de la propiedad territorial en el valle de los tiznados. En Revista Fuego Cotidiano. Consultado el 20 de julio de 2022 https://fuegocotidiano.blogspot.com/2009/08/el-mantuanaje-caraqueno-y-la_7433.html

HERRERA VEGAS, Diego Jorge (1987) .Familias coloniales de San Carlos. Tomo II. Caracas: Academia Nacional de la Historia.

ORTEGA, MIGUEL ÁNGEL (1992): La Esclavitud en el contexto agropecuario colonial. Siglo XVIII. Caracas: Editorial APICUM, colección Otro Discurso Nº 2

PÉREZ, JOSÈ OBSWALDO (2007, 30 abril). Hatos y toponimia: Un caso de apropiación de lugar en el Valle de Tiznados. Siglo XVII. En Revista Fuego Cotidiano. Consultado el 20 de julio de 2022.https://fuegocotidiano.blogspot.com/2007/04/hatos-y-toponimia-un-caso-de-apropiacin.html

RODRÍGUEZ ADOLFO (2008). Mural de los Pueblos Guariqueños. San Juan de los Morros: Editorial Guárico.

RODRÍGUEZ ADOLFO (2009, 13 DE FEBRERO).Paya arriba: sitio pionero en el proceso conquistador de los Llanos. En: Cellunerg.

RODRÍGUEZ MIRABAL, ADELINA (1987) La formación del Latifundio Ganadero en los llanos de Apure: 1750-1800. Caracas: Biblioteca de la Academia de la Historia.

RODRÍGUEZ, ADOLFO (1981).Trama y ámbito del comercio de Cueros en Venezuela [Un aporte al conocimiento de la ganadería Llanera). Boletín americanista, Nº. 31, 1981, pp. 187-218

José Obswaldo Pérez es periodista e historiador venezolano. Editor de la Revista Fuego Cotidiano.

jueves, septiembre 29, 2022

Los muertos vivos


La muerte había llegado nuevamente a Ortiz. Las enfermedades fueron aniquilando la población y, poco a poco, convirtiéndola en una aldea de fantasmas, cuyos rostros exhibían aflicción y tristezas.


Por José Obswaldo Pérez.

Cuando era niño, Arturo Rodríguez se colocaba en las barandas de la Casa Atravesada— una vieja casona ubicada en el camino del Llano—, para contar los muertos que iban desfilando hacia el cementerio. Eso ocurría a tempranas horas de la mañana hasta casi tarde de la noche, hora en que los espíritus y las almas en pena salían a retozar con la vacada en el silencio de la soledad..

—Yo me ponía a contar a los muertos, desde por la mañana hasta las nueve o diez de la noche, cuando todavía seguía la procesión y mi me mamá llamaba adentro—, decía don Arturo, en una vivencia que se quedaba entre amigos perdida en el tiempo..

La muerte había llegado nuevamente a Ortiz. Las enfermedades fueron aniquilando la población y, poco a poco, convirtiéndola en una aldea de fantasmas, cuyos rostros exhibían aflicción y tristezas. El aguijón del aedes había cobrado sus víctimas sin respetar edades y clases sociales. Sin que valieran las medicinas, los rezos ni los más variados menjunjes para espantar aquella diabólica peste..

El pueblo estaba casi deshabitado. Todos habían emigrado. Y eran tantos los moribundos que los muertos los enterraban vivos. Llegaban a la sepultura sin la conformidad de la Ley de Dios. No había tiempo para los sacramentos respectivos. No había el toque de las campanas ni cuanto menos para preparar el difunto..

Eran días del éxodo, decía Doña Evarista, moviéndose en la mecedora. La vieja dama era la abuela de Nicanor y Arturo. Y con ese hablar característico de ella, tan locuaz, iba dibujando un cuadro desalentador que colmaba la historia del pueblo en un relato necrológico de drama, muerte, miseria y ruina..

—La peste vino y dio en toda Venezuela. Pero, aquí fue más terrible porque encontró el terreno abonado. Un pueblo palúdico, con hambre, y en el último estado de abandono como estaba en esa época — señalaba Arturo Rodríguez, bajo la sombra de una mata de mango en el solar de su casa..

—Acabo con lo que quedaba — sentenció..

La mayoría de los pobres eran llevados al cementerio en chinchorro o en la Urna de la Caridad. Esta última era un ataúd negro, fabricado para uso público del Concejo Municipal, con el cual prestaba sus servicios gratuitamente a las desamparadas víctimas del paludismo, la hematuria, el vómito negro y, últimamente, a los de la peste española..

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—A mí me dio dos veces. Y, gracias a Dios, la pase — cuenta Arturo —. En esa época vivíamos en la Casa Crespera, ubicada en la Calle del Ganado, a la que ahora llaman la avenida Doctor Roberto Vargas. Esta casa fue propiedad del general Joaquín Crespo Torres y, por allí, al frente, pasaban los muertos hacia el cementerio..

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Esa noche de 1910, una dama anciana contaba —entre solloza —, en la sala servida de velatorio que la niña Columba Paúl, hija de unos de los generales Paúl, había fallecido postrada por siete días en cama de calentura o de fiebre alta, con el consuelo desconcertante de la muerte.

— Aquí no entierran otro muerto más- dijo el Jefe Civil —. El cementerio está clausurado.

El cuerpo de Columba estaba frío e inerte. El olor a mortina se hacía sentir en el salón apesadumbrado; pero, finamente decorado con flores frescas de los jardines de la casa. Aunque el cadáver de Columba no podía descansar religiosamente junto con las almas del antiguo camposanto, el de los antepasados familiares, el cual llamaban los pobladores el Cementerio de Los Españoles.

Sin embargo, Columba no la enterraron sino a los tres días después. Porque el Jefe Civil del municipio, Ismael Capote, no autorizaba aquel entierro. O porque los familiares de la difunta se empecinaron en que aquella alma de Dios debía ser sepultada en el camposanto viejo de Ortiz.

— El cementerio está clausurada por mandato del general Gimón y no voy a desobedecer sus órdenes y permitir allí otro entierro— sentenció tajantemente Capote, el gernamen del pueblo.

Así fue.

La pobre Columba fue enterrada en el recién inaugurado Cementerio Nuevo o en el " Pate' vacal", como lo llamaba la gente. De nada valieron los reclamos de la familia. Ni las protestas. Todo fue en vano. Todo quedó con el remedio de sepultarla allí.

— La pobre se distraía jugando con las mariposas de colores en el jardín— decía la dama anciana entre solloza, rezos y murmullos de lapida.

Al otro día, al amanecer, todo continúo igual. Colmenares, el sepulturero de las almas de la peste y el conocedor de todas las penurias del pueblo, mantenía su rutina diaria. Era un hombre corpulento, color negro. Y según, quienes lo conocieron, había venido al pueblo proveniente del oriente con una buena estrella, porque no le había caído ni “coquito”. Pues, nunca se enfermó.

Era un hombre saludable para aquel trabajo, poco recomendado y deseado en una ciudad de Apocalipsis. Una noche se le oyó hablar, metido en un chinchorro que los muertos salían en la media noche a deambular y retumbar en el silencio con el torpe paso de las reses.

El enterrador de muertos — y casi muertos—estaba preso por matar a su esposa. La había lapidado en el camposanto. Se llamaba Ángela Escobar, tía de Felipe Ramón Escobar, el último de los Huncal de Ortiz. La trajeron en un chinchorro quejándose de la muerte. Sin embargo, en esos días como no había nadie quien lo sustituyera del oficio, el jefe civil coronel Ignacio Carreño España resolvió anular la pena y soltarlo.

— Es mejor morir, Ángela, que mal estar sufriendo. No te voy a llevar a casa; sé que eres mi esposa, pero tendré que hacerlo, no valdrán tus quejidos; todos los muertos de este pueblo se quejan cuando están cerca del hoyo. Pero, es mejor morir Ángela, que mal estar sufriendo — dijo el negro Colmenares, antes de sentenciarle la muerta a su mujer.

— ¿Qué cuarto es éste? — preguntó Ángela, en su delirio.

Colmenares le hecho la tierra encima y Ángela ese día no volvió a ver la luz. Se marchó esa tarde, dentro de su agonía, olorosa a guarapo de papelón.

miércoles, abril 15, 2020

El telescopio y el primer taller fotográfico de Ortiz




En medio de una retórica y una prosa incendiaria de marcado acento político; enfrascado en luchas intestinas por la toma del poder; en este ambiente que, a su vez, es una realidad social aparece el periódico El Telescopio, el cual fue fundado el 1 de marzo de 1895.


Por José Obswaldo Pérez


Introducción

A finales del siglo XIX, Venezuela celebra apoteósicamente el Centenario del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre (1795-1830), en un reconocimiento tardío a sus cualidades de victorioso estratega militar, magnánimo gobernante y virtuoso ciudadano, quien rindiera su vida, vilmente asesinado, en aras de su ideario republicano (Salvador González, p.210). Con motivo de tal efeméride, el gobierno del presidente Joaquín Crespo organizó unas pomposas fiestas públicas, puntuales en Caracas; pero que se extendieron por todo el país. Estas actividades no sólo se centraron a la promoción de ornatos públicos sino también acciones culturales y políticas. De modo que bajo estas premisas surgió la fundación de un periódico que tuvo como nombre subjetivo El Telescopio, el cual tenía como objetivo promover el desarrollo de los municipios Ortiz y El Sombrero. Su contextualización histórica se ubica en un momento cuando el país y nuestra entidad regional vivía tiempos azarosos, en medio de una retórica y una prosa incendiaria marcada con acento político; y enfrascada en luchas intestinas por la toma del poder.

Fue su editor y administrador Francisco Paredes Rondón[1], durante casi un año. Luego, en su segunda época, en el año de1896 se encargó de su dirección el periodista y poeta Agustín Ruiz, con nuevas condiciones editoriales. Ahora, el periódico salía cada cuatro veces al mes, los días viernes de cada semana. Su suscripción mensual costaba 50 céntimos.
Ruiz fue corresponsal de El Microbio de Villa de Cura en 1895 y, en ese entonces, denunciaba en el periódico que el pueblo de Ortiz se hallaba en mal estado; además, el Concejo Municipal no se reunía y el cementerio se encontraba descuidado y en malas condiciones.
Manuel Aquino anota, en sus artículos periodísticos Históricas de El Sombrero, la comunicación dirigida por el ciudadano don Rosendo Martínez a la Cámara Municipal del Distrito Bruzual, el 11 de enero de 1895,  solicitando ayuda económica para fundar El Telescopio. El ayuntamiento le respondió acordando la cantidad de 16 bolívares mensuales.
En el periódico se destacaban los escritos de Olegario R. Polanco y Ricardo Montilla Barón, entre otros jóvenes escritores locales. En su edición del 1 de marzo de 1895, el editorial se titulaba “Prospecto”. Trae la noticia sobre la presentación teatral de “cinco niñas vírgenes” en un performance que representaba a las cinco naciones libertadas por el Padre de la Patria, con motivo de los actos celebrados en el Centenario de Sucre. Las actoras eran escolares del Colegio Privado de Señoritas que dirigió el Doctor Juan Bautista Franceschini, párroco de Ortiz. Por lo menos, el nombre de cuatro jovencitas podemos distinguir de la copia que poseemos. Ella son: Cristina Paúl (Venezuela), Beatriz Rodríguez (Colombia), Julia Mercedes Reyes (Perú) y Rosalía Ramos (Bolivia).No faltó una que no pudimos visibilizar por lo borroso del papel.
En una edición de septiembre de 1896,  El Telescopio informa la creación de la Sociedad Patriótica Obrera, en San José de Tiznados. Esta sociedad se estableció en la casa de Juan Pedro Bolívar,  el 19 de septiembre de ese año, la cual fue presidida provisionalmente por Rafael M. Rodríguez Arana  y su Junta Directiva se conformó de la siguiente manera: Presidente, Juan Pedro Bolívar; vicepresidente, José R. Herrera; vocales, Ángel Donaire Rivas y Santana Páez; y el secretario y subsecretario fueron: Rafael M. Rodríguez Arana y Juan J. García C. Dicha organización tenía como propósito la reparación del templo.
También, el periódico anuncia sobre los estragos de un famoso ladrón llamado “Mono negro”, quien robaba los hatos cercanos de los Tiznados y había puesto en jaque al jefe civil de la parroquia, Anastasio Padrón. Igualmente, la publicación trae sobre funciones teatrales en Ortiz, los días viernes, sábado y domingo. Entre las obras de escena se anunciaba: “El hombre es débil” (zarzuela) y “Los andaluces”.
En su edición del 21 de mayo de 1897, se halla un artículo editorial titulado “Calumnia no triunfa”, en la que el impreso expresa:
“En la lucha de las ideas, las armas deben ser iguales y los golpes nobles.
“Las ideas honrosas son legítimas de los cerebros dignos. Ellas son refundidas en la prensa y esa prensa ocupe elevados puestos entre las principales potencias políticas de las naciones, no pueden ni violar las concesiones de aquellos, ni aún tampoco reprocharle.
“El origen de una lucha encierra grandes problemas que ocultan el misterio; y el intricado porvenir es el único que con perfectos derechos pueden darles soluciones.
(…)
“Las calumnias lanzadas a la voz de la publicidad sólo hará enardecer más y más nuestros ánimos y puede ponernos al combate.”
En esa misma edición, se encuentran los pronunciamientos políticos de los habitantes de Parapara, con fecha del 27 de abril de 1897, donde se da a conocer una larga lista de vecinos. También, hay una pequeña crónica sobre la construcción de la Iglesia de la Parroquia de Las Mercedes: “La Capilla de Las Mercedes-adelantadísimos están los trabajos de este edificio sagrado. El lunes de la presente semana le fueron colocadas las puertas y diariamente continúan las actividades ejecutadas en las obras…”
El primer taller fotográfico.
Si no hubo otro, debió ser Olegario R. Polanco el primer fotógrafo de Ortiz, al montar el primer taller fotográfico de la localidad, Al menos lo rescata el periodista y educador Ricardo Núñez, en un artículo publicado en El Progreso de Calabozo, a quien describe como “un joven de excelentes prendas y artista de talento”.
El taller fue fundado en 1884 y con apenas un año de labor, el joven Olegario se aplicaba generosamente en la profesión y alcanzó adquirir fama en la región, llegándose a comparar como distinguido discípulo de Navarro y Ponottini, consumados maestros de la fotografía mundial.
Olegario Ramón Polanco fue nativo de San José de Tiznados, hijo natural de Reguilda Polanco. Casó en su pueblo natal  el 25 de mayo de 1883 con la señorita Lestenia Rachadell, hija legitima de Manuel y Elisa de Rachadell. De este matrimonio fueron hijos suyos: Arturo Ramón, nacido en 1888 y fallecido en Ortiz, a los 24 años, en julio de 1912; María de la Cruz, fallecida en Ortiz, a los 22 años, el 23 de diciembre de 1910 y María Reguilda, fallecida a los 18 años, en enero de 1909.
Decía Núñez Gómez que tenía conquistada “una reputación que le enaltece y promete ser, no muy tarde, digno alumno de aquellos inteligentes profesionales…” Por otra parte, el  joven Polanco llegó a ser un inquieto escritor y poeta local. Parte de su obra está plasmada en las páginas de El Telescopio de Ortiz.
Otro estudio fotográfico que hubo, en Ortiz, a finales del siglo XIX, fue el de  Ascensión Molero. Este establecimiento había comenzado a funcionar primero en la Ciudad de Calabozo.




[1] Hijo legítimo de Carmelo Paredes y Felicita Rondón. Fue político,  funcionario público, concejal y maestro de escuela.

miércoles, diciembre 19, 2018

De conspiraciones y otras yerbas de finales de siglo XIX. Los discursos revolucionarios en Ortiz.

En el siglo que terminaba, el lenguaje y las palabras muestran una cognición social, es decir, una interface entre el discurso y la sociedad (Van Dijk, 2009). Este registro de signos configuraba la concepción del mundo y las sensibilidades colectivas propias de un momento dado o de una realidad determinada, 


El general Ignacio Andrade
Por José Obswaldo Pérez

Introducción

El ocaso del partido Liberal Amarillo y su división en grupúsculos minoritarios fue no solamente un aspecto importante de la Historia Política de Ortiz, sino que abarca a otros espacios geográficos de finales de siglo XIX. Su caída es un proceso abordado desde la historiografía de las ideas; pero, también, desde el discurso y el poder, a través de una narrativa expresada en documentos primarios y, sobre todo, en las manifestaciones discursivas de las elites simbólicas, especialmente, de aquellos funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones de gobierno.

En el siglo que terminaba, el lenguaje y las palabras muestran una cognición social, es decir, una interface entre el discurso y la sociedad (Van Dijk, 2009). Este registro de signos configuraba la concepción del mundo y las sensibilidades colectivas propias de un momento dado o de una realidad determinada, mediante elementos constitutivos de la conciencia y de la acción humana. Los acontecimientos narrados marcan el fin de un ciclo histórico, cuyos hechos transcienden con la idea floreciente del lenguaje de la subversión, es decir, el lenguaje de la  política por otros medios como el lenguaje de la “revolución”, palabra imprecisa, pero de aprehensión colectiva con el significado de cambio positivo, de progreso y un mejor porvenir (Straka, 2011:93).

Al examinar las diferencias políticas, entre los sujetos sociales del oficialismo del gobierno andrecísta y los grupos de oposición del rojismo y el mochismo local, nos encontramos con un discurso político dominado por la intriga y la división, el fin de la” alianza de los caudillos regionales” que hizo posible la gobernabilidad de Venezuela, ahora acababa como simples montoneras.

En ese contexto narrativo, los episodios determinan  la valoración de  la  historia como producto cultural, tanto en la construcción verbal directa del discurso reconstructivo de sus representaciones mentales como a través de las fuentes documentales primarias- como el libro de oficio de la Jefatura Civil del Distrito Roscio de 1899 – sirviéndonos como material de información para mostrar tales acontecimientos (events) y extrayendo de ellos hechos históricos de discusión y análisis historiográfico que, al final, conjugan con las variaciones o cambios perceptibles de la dinámica vital de aquella sociedad en ciernes.


A las puertas de inestabilidad política
Era 1899, un año aún convulsionado políticamente. El asesinato de Joaquín Crespo, el 16 de abril de 1898, en la Mata Carmelera, estado Cojedes; la elección fraudulenta de Ignacio Andrade, en los comicios realizados ese año y la promulgación de una nueva Constitución por el reciente gobierno, abrían las puertas para una crisis nacional (Arraíz Lucca, 2007). A esto, también, se agregaría la muerte del expresidente Antonio Guzmán Blanco, en Paris, la cual se hizo conocimiento en toda Venezuela. Tanto en la capital como en las parroquias del distrito Roscio, se le guardó duelo por ocho días por tan sensible acontecimiento.

De modo que, estos hechos ponían al gobierno del general Ignacio Andrade en un escenario de inseguridad e inestabilidad. ¿Y cómo estas vicisitudes influyeron a nivel local y regional?  En efecto, en febrero de ese año, el general Ramón Guerra- aquel que había puesto preso al “Mocho” Hernández, ganando fama y prestigio por tal hecho- se alzaba en Calabozo. En los caminos y calles de pueblos de Guárico se levanta la campaña de la Revolución Liberal Restauradora. Por lo tanto, en la entidad llanera no era de extrañar que fuese también un foco de esas pugnas caudillistas entre los partidarios del gobierno y los opositores al régimen.

Uno de estos líderes guerrerista, Alejandro Lefebre, jefe de Operaciones del Distrito Roscio, se comunicaba con Isidoro Wiedeman[1] en Ortiz, el 21 de febrero, para manifestarle que la revolución comenzaba a cosechar triunfos en Guárico y Apure (Ruiz Chataing, 2010: 86). Pero, las acciones de Guerra marcaban con mal pie y presagiaba duras derrotas como la de Morrocoyes, cerca de Dos Caminos, entre las vías que conducen a Calabozo y Tiznados. “Es increíble lo que le paso a Guerra en Morrocoyes. Hasta a pie salió según me han dicho. Allí tenía todo su capital guerrero y ahora he sabido que la dispersión fue de tal naturaleza que probablemente no vera más los numerosos dispersos que cogieron para Tiznados y otros puertos”, cuenta el general Augusto Lutowsky, en comunicación enviada a Zoilo Bello Rodríguez, desde Calabozo, el 8 de marzo de 1899.

Como se ve la trama de estas luchas políticas tenía su escenario en el Distrito Roscio, cuya capital tenía su asiento en el municipio Ortiz. En este contexto surge una narrativa histórica en tiempo y espacio contemporáneo, cuyos indicios son extraídas de documentos primarios como se ha dicho. De esas correspondencias y telegramas, entre los funcionarios policiales del gobierno de Andrade y sus subalternos, donde se plasmaba un discurso político singularizado, cuyo contenido socio-simbólico subyacente (es decir, su base ideológica) se sustentaba en el control de la opinión y la orientación de comportamientos colectivos; pero, sobre todo, se buscaba la deconstrucción  de sus adversarios para frenar aquella inflexión de los “indignados” que tomaban las armas para restituir la legalidad. Esa otra pequeña historia de ambiciones, felonías y engaños conque terminaba el siglo y abría un nuevo tiempo para el periodo de los Andinos en el Poder.

Un Roscio prófugo
Aquel mayo de 1899, las autoridades policiales habían reclamado enérgicamente la captura de unos hombres que se habían fugado de la Cárcel Pública de Calabozo y que la ley los había calificado de criminales. Entre esos sujetos estaba el nombre de Ulbano Roscio[2], quienes los jefes militares y civiles buscaban desde hace mucho tiempo por parajes y lugares apartados de la periferia urbana. El texto que reclamaba a la autoridad de San Francisco de Tiznados, incitaba a no dejar impune el caso. Asimismo, la comunicación enviada al Jefe Civil de la Parroquia requería “medida serias” contra aquellos sujetos que infundían “terror” y “amenaza”, por lo cual se ordenaba la captura de Roscio y otros cuatro individuos que, en el texto, calificaban de “secuaces”. Se trataban de los ciudadanos Juan Colón, Eustaquio Arteaga y dos Ramón, Ceballos y Carrizales, respectivamente. En la referida notificación, el Jefe Civil del municipio Ortiz subrayaba:

“(…) no duda el suscrito que U. apercibido de los grandes deberes que le impone el carácter de primera autoridad de ese Municipio, procurara dejar satisfecha la vindicta pública ultrajada por la impunidad que quieren atribuirse esos criminales”.

Al parecer la inteligencia policial había visto “merodear tranquilo” a Roscio y sus compañeros en el Caserío Platillón, al  noroeste de Guárico, cerca de San Juan de los Morros, según informe de personas fidedignas. La medida judicial se llevó a cabo; el primero en capturar fue Ramón Carrizales, quien fue entregado a las órdenes del Juez de Primera Instancia Criminal de Calabozo.

Luego, correspondió a Roscio, quien era prófugo de la justicia. Había sido recapturado y enviado a Calabozo, el 30 de mayo. Más tarde, Roscio y Carrizales fueron sobreseídos de los cargos por el Juez de Primera Instancia Criminal, el 28 de junio de ese año. Mientras los otros sujetos, el gobierno seguía en su búsqueda.

Opositores con ideas revolucionarias
En un mensaje dirigido al presidente del estado en Calabozo, el Jefe Civil de San José de Tiznados, Comandante Manuel Rachadell, informaba sobre individuos que “sustentan ahí ideas revolucionarias”. Citando a José Nieves, José Gregorio Zapata, los hermanos Ramón y Manuel Herrera, Vicente Páez y otros que “sirven para reclutas”.

Sin embargo, las denuncias recaen sobre los sanjosedeños José Gregorio Zapata y Teófilo Herrera. Según, las autoridades de la parroquia observan una “conducta hostil a la paz pública”. En otro despacho dirigido al Jefe Civil de San José de Tiznados, por el Jefe Civil del Distrito Roscio, la autoridad se extrañaba que, en dichas denuncias del 20 de junio, no figuraran José Nieves, los hermanos Ramón y Manuel Herrera y otros indiciados calificados de propagar “ideas de planes subversivos contra el orden pública[3]. Sin embargo, la superioridad civil del distrito instaba al comandante Rachadell a que no “(…) pierda de vista a esos individuos y al tener pleno conocimiento de que intentan hacer armas contra el Gobierno redúzcalos a prisión como es de su deber…

Según los informes de una red de inteligencia del gobierno, compuesta por comisarios de caseríos y jefes civiles de las parroquias, las acciones conspirativas tenían su epicentro en los Tiznados, específicamente, en la Sierra Alta de esa cuenca; entre los sitios de Guanaire y San Pablo de Camobé, donde se estaba conspirando contra el gobierno. Había presunción de que los generales Francisco Esteban Rangel y Antonio Rodríguez Orozco estaban confabulados “en su propósito revolucionario contra el Gobierno”.

Las autoridades habían ordenado al oficial Manuel Ramón Núñez, la captura del telegrafista Antonio del Nogal, en San Juan de los Morros; al parecer involucrado en ideas y planes subversivos contra el Gobierno y el comisario mayor de Palacios-caserío cercano a Ortiz-,  tenía instrucciones de apresar al General E. Chalbaud Cardona, de Mérida, a quien la policía describía fisonómicamente como “catire, ojos verdes, poco bigote, ninguna barba, delgado, estatura mediana y cojo de una pierna”.

En San José de Tiznados, el Jefe Civil Manuel Rachadell insistía en acusar a los sospechosos, mientras el gobierno había suministrado a esta parroquia armas y municiones a sus funcionarios. En un oficio del 06 de septiembre se hace referencia del envío de 25 mosquetones y mil cápsulas.

Las acusaciones de Rachadell, contra aquellos ciudadanos de San José, llegaron a la prensa. La Voz del Guárico – en edición de julio- reseñaba que los acusados de conspirar habían manifestado su adhesión al gobierno de general Andrade. Pero,  estos sujetos denunciaban y rechazaban al jefe civil de allí, por cuanto los acusaba de “revolucionarios” y, al mismo tiempo, practicaba coerción y violencia contra ellos. Desde luego, el gobierno de Celestino Peraza se distanció de los métodos “ilegales” de Rachadell y convidó al funcionario a utilizar “las vías judiciales si se cree con derecho contra aquellos firmantes[4]. E igualmente, la autoridad civil de Roscio manifestaba sus diferencias con el Comandante Rachadell, “(…) No es ajustado el procedimiento del jefe civil, pues el ejecuta actos no ordenados por esta jefatura y que ni siquiera se tienen conocimientos de ellos”.

Persecución a los mochistas
A finales de julio de 1899, se encargó de la presidencia del Guárico, el General Francisco Manuitt, hijo, en sustitución del General Celestino Peraza, quien se había separado del cargo por motivos de salud. Entre sus medidas de seguridad ordenó, en el mes de agosto, arrestar a los principales mochistas del Distrito Roscio, y remitirlos a la ciudad de Calabozo. “No debe U. por ningún respecto tener con ellos contemplaciones, puesto que los conozco a todos…”, señalaba en un telegrama dirigido al Jefe Civil de Ortiz.

Las órdenes se comenzaron a cumplir. En San Francisco de Tiznados se remitió la captura del general José Gómez, de San Casimiro, a quien fisonómicamente describen como un “hombre pintado de canas”. A las celdas de la cárcel pública de Ortiz empezó a llegar los presos políticos. Entre los que se encontraban: Antonio Brandgy y Luis Tomás Rojas Caballero[5], considerados por la autoridad distrital de no ser de ninguna significación, pero que debía estar encarcelados por órdenes superiores. Otros de los capturados, considerados por razones políticas, fue Pedro Antonio Carbonell[6], enviado a Caracas, “en calidad de preso”, bajo la conducción de un oficial y una cuadrilla de hombres.

La lista de encarcelados crecía, al tiempo que se  ordenaba reducir a prisión a los adversarios del andrecismo. Pero, en esa lista también caía gente no vinculada con los planes subversivos como en el caso de Nicomedes Gamarra, a quien se le creía perjudicial, asimismo al ciudadano Cosme Flores, a quien buscaban en San José de Tiznados y era acusado de ser un “propagador de noticias perjudiciales al gobierno”.

Sin embargo, en un oficio de septiembre, el jefe Civil del Distrito Roscio informaba al presidente de República, Ignacio Andrade, sobre la situación  de “completa paz” en que se encontraba su jurisdicción, pese a los rumores

El fin del andrecismo

Los indicios eran determinantes. Las conspiraciones continuaban creciendo en  el contexto del municipio y áreas geográficas adyacentes, algunos funcionarios andrecistas se estaban pasando a la causa restauradora. El complot, ahora, era en el seno del gobierno. “La situación es caótica. Conspiran los liberales, los nacionalistas, los generales, los civiles, los Ministros”, escribe J.R Velásquez, en su obra La caída del liberalismo amarilla.

El movimiento revolucionario, como una célula conspirativa, había captado muchos adeptos en sus filas. En el mes de septiembre, los rumores y las noticias telegráficas eran concluyentes. En San Juan de los Morros se hablaba de un alzamiento liberalizado por Rafael Carabaño; la misma situación se presentaba en Flores. Las fuerzas sediciosas se habían organizado en San José de Tiznados, en los sitios Paraima, Las Garzas y Santo Domingo, donde habían reunido un grupo de 400 hombres.

El  17, el jefe Civil  pone en sobre aviso a Cándido Vásquez, quien vive en Sabana Redonda, sobre las prácticas de los revolucionarios “que merodean sobre la Sierra”. Le advierte que no se deje sorprender, que ponga mucha vigilancia “por estar su  casa de habitación avanzada sobre una vía interesante”.

Entre las acciones “subversivas” estaban los ataques contra los postes del tendido telegráfico.
                        

Apuntes finales
Los hechos de esta lectura del año 1899, en una escala menor, nos han  permitido apreciar conspicuamente la acción de unos sujetos sociales involucrados en este interciso del tejido político-social orticeño. Pero, a la vez, nos muestran que el discurso político tiene sus referencias dimensionales extra-lingüísticas como se observa a  través de las configuraciones de los actores y las palabras materiales e ideológicas del poder institucional. En tal sentido, al revisar estos acontecimientos mediante el análisis del discurso histórico sobre la base de nuestro pasado político y militar, implicaría un nuevo abordaje historiográfico sobre la forma de hacer Historia de las Ideas y de las Mentalidades en un espacio local que, a todas luces, comenzaba a sufrir los cambios de una nueva era  o, por lo menos, un reacomodo de sus hombres con su tiempo.



[1] Se trata del hombre a quien se le acusaba de asesinar a Crespo, de un disparo en el corazón, a causa de un enfrentamiento por un insulto que él le profirió a éste durante el combate de la Mata Carmelera, en Cojedes. La información fue suministrada por su asistente, el comandante Andrés Velásquez, en una entrevista concedida al diario El Luchador, en Tumeremo, el 19 de julio de 1952. Ver también ARMAS CHITTY, J.A DE (1978). “El Mocho” Hernández. Papeles de su Archivo, p.63; ANDRADE, IGNACIO. ¿Por qué triunfo la revolución Restauradora?, pp 34-35 y Memoria de la Corte Federal  y de Casación. Caracas: Impr. Nacional, 1937; p.568.
[2] El doctor Adolfo Rodríguez  nos habló de este personaje y nos dijo que había escrito sobre él en un artículo publicado en el diario El Nacional de Caracas. No hemos podido conseguir más datos sobre la vida de este personaje que debió ser mestizo e hijo de esclavos.
[3] JEFATURA CIVIL DEL MUNICIPIO ROSCIO. Libro de oficios. Telegrama para el Jefe Civil de San José de Tiznados, junio 28 de 1899. No.198.
[4] JEFATURA CIVIL DEL MUNICIPIO ROSCIO. Libro de oficios. Telegrama para el Jefe Civil de San José de Tiznados, julio 26 de 1899. No.126.
[5] Luis Tomás Rojas Caballero vivía en Parapara, en el sitio denominado La Candelaria.
[6] Pedro Antonio Carbonell fue hijo de Don Juan Francisco Carbonell y Doña Francisca de Jesús García. Carbonell García casó en Ortiz con Rosario Ramos, el 3 de mayo de 1885.


Bibliografía consultada

Fuentes primarias

JEFATURA CIVIL DEL MUNICIPIO ROSCIO. Libro de oficios. Distrito Roscio, 1899.


Compilaciones documentales

ARMAS CHITTY, J.A DE (1978). “El Mocho” Hernández. Papeles de su Archivo. Caracas: Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela.
ARRAÍZ LUCCA, RAFAEL (2007). Venezuela: 1830 a nuestros días. Caracas: Editorial Alfa.
CONGRESO NACIONAL. Recopilación de leyes y decretos de Venezuela. Volumen 25, p. 97
ESTEVES GONZÁLEZ, EDGAR (2006). Las guerras de los caudillos. Caracas: Editorial CEC. SA. Los libros del El Nacional.
RUIZ CHATAING, DAVID (2010). Ignacio Andrade. Caracas: Biblioteca Biográfica Venezolana. Libros de El Nacional.
STRAKA, TOMÁS (2009). La república revolucionaria. La idea de revolución en el pensamiento político venezolano del siglo XIX. Caracas: Instituto de Estudios Políticos. Revista Politeia.No.43, Vol.32; pp.165-190
STRAKA, TOMÁS (2011).¿ Ha ocurrido una revolución en Venezuela?. Debates IESA, Vol. XVI, No.2, pp.92-95
VAN DIJK, TEUN A (2009). Discurso y poder. Contribuciones a los Estudios Críticos del Discurso. España: Editorial Gedisa.
VELÁSQUEZ, J.RAMÓN (1973). La caída del liberalismo amarilla. Tiempo y drama de Antonio Paredes. Caracas: Cromotip.


domingo, marzo 19, 2017

Ese policía de Ortiz….

Como primera autoridad del pueblo, llegó muy temprano una mañana a su despacho en la prefectura local; colocó su revolver sobre la mesa y llamó a su policía de turno, el gerdamen Raimundo, un guardia analfabeto; pero, muy diligente, jocoso y dicharachero


Avenida Bolívar de Ortiz, año 1965

José Obswaldo Pérez

A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX, el general Luis Benito Crespo Torres, hermano del General Joaquín Crespo —caudillo llanero quien fue dos veces presidente de Venezuela—, fue jefe civil de Ortiz. Como primera autoridad del pueblo, llegó muy temprano una mañana a su despacho en la prefectura local; colocó su revolver sobre la mesa y llamó a su policía de turno, el gerdamen Raimundo, un guardia analfabeto; pero, muy diligente, jocoso y dicharachero:
— Es orden de Calabozo — le dijo el general Luis Crespo Torres, cumpliendo así las instrucciones superiores emanadas del gobierno del Benemérito y del presidente del Estado Guárico.
Crespo Torres —como lo llamaban, con su segundo apellido— fue General de Brigada de los Ejércitos de Venezuela, ascendido a esa jerarquía en mayo de 1885; participó en numerosas jornadas de guerra y con importante actuación, especialmente en la Revolución Legalista que acaudilló su hermano Joaquín en 1892 y en la Revolución llamada Libertadora, entre 1901 y 1903, siendo comandante del 9° Cuerpo del Ejército Revolucionario contra el gobierno del Gral. Cipriano Castro. Nació en Parapara en 1857 y murió en Caracas en 1933. Casó en primeras nupcias por la Iglesia, en Parapara, con María Andrea (o María del Carmen) Belisario, nacida el 23 de febrero de 1859, hija de Vicente Belisario y Victoria Ramírez, en agosto de 1871. Fueron padrinos de la boda Camilo Torres  y Concepción Freitas (AP. Parapara. Mat. 1881;p. 57). Mientras, en segundas nupcias, el general Crespo Torres, en acto cumplido en Calabozo el 11 de noviembre de 1887, desposó a la distinguida señorita Carlota Mier y Terán Romero, hija de don Francisco Mier y Terán Matos y doña Emperatriz Romero (AAC. Parr. Las Mercedes. Mat. 1887: 29v). Físicamente, el general era renco de una pierna; se la había malograda con una herida de bala en una de esas batallas por la defensa de la legalidad institucional. Sin embargo, el hombre mantenía su fama de persona recia y arrojada.
— Si, señol enseguida mesmo cumplo sus oldenez, mi generar—respondió avivadamente Raimundo.
—Ved, toma nota de todos los carros que pasen por aquí— dijo Crespo Torres, la máxima autoridad local y le entregó un lápiz y un papel de línea casi amarillento.
Raimundo salió a la antigua calle Comercio, la principal avenida de transito de Ortiz, hoy convertida en avenida Bolívar. Allí se plantó, en la espera de algún vehículo de motor.
Al poco rato apareció un automóvil en la calle principal y Raimundo, como buen servidor público, detuvo el auto. El viejo policía se acercó a los viajantes y educadamente comenzó a hacerles preguntas tales como su jefe la había encomendado. Sacó el lápiz, un viejo papel amarillento y le dijo al conductor:
—Escríbame aquí mesmo, su nombre y pa’ oden van.
El conductor tomó el lápiz y el papel y luego escribió este verso: “Ese policía de Ortiz, / merece que le tire un peo/ en la punta de la nariz”,  
El policía inocente de la burla  llevó el papel al general Crespo, el cual leyó y luego miró a Raimundo de reojo, echándose una carcajada.
Con el tiempo, un periodista larense quien se desempeñaba en el MSAS en Caracas, me confesó, hacia la década de los 80 del siglo XX, sobre el autor del aquel versito, el cual se hizo popular en casi toda Venezuela.
—Fue Concepción Concho Carrasco- me dijo el versado hablistán-, quien fue tesorero de la gobernación de Apure — durante el mandato del General José “Pepe” Domínguez, en la década de los años 30—, el autor de aquel versito insidioso que, aún, algunos lugareños recuerdan.

José Obswaldo Pérez es periodista e historiador. Actualmente editor de la Revista Electrónica Fuego Cotidiano


miércoles, marzo 01, 2017

Ortiz: Un pueblo de origen vasco


Por José Obswaldo Pérez


EN LA MICROREGIÓN del municipio Ortiz existen nombres españoles antiguos que aparecen en la cartografía histórica nacional.  Nombres como en caso de Ortiz, un topónimo de difícil transparencia de origen hispánico. Se trata de un antropónimo de origen patronímico, derivado del nombre del padre del progenitor de esta familia. Aparece este apellido en tiempos remotos y, en opinión de un acreditado autor, es una palabra mozárabe originario de la ciudad de Toledo. Según, Bizén d´O Río Martínez (1998), en su Diccionario de Heráldica Aragonesa hubo ramas importantes y antiguas del apellido Ortiz en Castilla La Vieja, León, Castilla La Nueva, Vascongadas, Navarra, Aragón, Andalucía, Murcia, y Extremadura.

Aunque posteriormente este apelativo se extendió al resto de las regiones y pasaron a América Hispánica. En tierras del antiguo Reino de Aragón, tuvieron casa los de este patronímico desde tiempo antiguo en las poblaciones de Tauste, Pilzán, Quinto de Ebro, Calatayud, La Almunia de Doña Godina, Tarazona y San Martín del Río. También se documenta a los portadores de este apellido en varias poblaciones aragonesas que tienen, por génesis, las ramas primitivas de este linaje.

En relación con el origen etimológico, el Diccionario de Apellidos Españoles (2001) señala que, según la interpretación tradicional, éste patronímico sería el resultado castellano del nombre personal latino Fortis, derivado de fortis, -e, "fuerte, robusto". No obstante, algunos autores sostienen que Ortiz viene del nombre Fortunio, calificativo que se le daba al recién nacido para augurarle un futuro próspero. Aunque un autor prestigioso como Francisco Piferrer (1992) – escritor de Nobiliario de los reinos y señoríos de España - afirma que la etimología del apellido Ortiz no es fácil de explicar debido a la dificultad del origen de este linaje. Mucho más cuando añade que de todo lo que se lee sobre el apellido, en su inmensa mayoría, no pasan de ser conjeturas más o menos motivadas.

Las interpretaciones más modernas sobre este patronímico explican que su evolución de deviene de Fortunatus a Fortún y de Ortún o Fortunio. Su grafía evolutiva dio lugar a los apellidos Fortúnez, Fortúniz, Fortiz, Hortiz,  Ortiz y  Orti, durante los siglos VII al X. Piferrer  (1992) explica que este apellido procede de los Duques de Normandía (norte de Francia) por dos hermanos apellidados Orti que vinieron a pelear en España. Razones bastan para señalar que es uno de los nombres más antiguos de Castilla. Así se extendió en los demás reinos de España, con sus peculiaridades modificaciones según la región, denominándose Ortí, Ortis, Ortiza, entre otras, de acuerdo con la variación de la escritura.

Los hermanos Alberto y Arturo García Carraffa (1952-1963) – autores de la Enciclopedia Hispanoamericana de Heráldica, Genealogía y Onomástica- señalan que el apellido Ortiz y Orti (u Ortis) son el mismo de "Ortiz" y sus variantes obedecen, sin duda alguna, a errores de copia. Así lo comprueban expedientes de pruebas de nobleza para ingreso en Ordenes Militares y otros documentos afines. También los escudos de armas de algunas casas de Ortiz, que varios autores aplican a Orti y Ortis, son debido a los errores de transcripción.

Pero mucho antes que Piferrer, otro historiador, escritor y filólogo español, Diego Ortiz de Zúñiga (Sevilla 1633-1680)- autor del Discurso Genealógico de los Ortizes de Sevilla- agregaba que el origen de este apellido provenía en parte de España, principalmente del solar de Carriedo, el cual se extendió por Andalucía y Extremadura, donde se puede encontrar múltiples muestras de sus asentamientos. Por ejemplo en Vizcaya (país vasco) hubo dos casas con este apellido: una muy antigua e infanzona, en el lugar de Santecilla, del Ayuntamiento de Carranza, y otra en la villa de Gordejuela, ambas en el partido de Valsameda.

También existe otra explicación sobre el significado del topónimo Ortiz. Esta la ofrece el ya fallecido investigador venezolano Adolfo Salazar Quijada (1994)- en  su  libro Origenes de los Nombres de los Estados y Municipios de Venezuela-, quien apunta que este nombre proviene de la lengua cántabra (vasca) y que significa 'lugar donde abundan árgomas. La árgoma (Ulex beaticus) es una planta espinosa, de flores amarillas, conocida también con el nombre de aulaga y de retama espinosa”. Según, el autor plantea que el nombre de este pueblo está relacionado con esta planta, muy común en los llanos y muy apetitosa por el ganado cuando tiene sus hojas tiernas.

Diversas líneas derivadas de las casas españolas difundieron el apellido Ortiz en América. En la historia colonial de esta localidad, este apellido estuvo representado en 1776 por Juan Ortiz y la familia Juan Francisco Ortiz, casado con doña María Josefa Silva y sus hijos José Toribio, María Antonia y Juan Gabino. Familas provenientes de los hinterland colonizadores de  San  Sebastián de  los Reyes, San Antonio de los Altos y Puerto Cabello, de la Provincia de Caracas.

Endogénesis del topónimo Ortiz
Históricamente, el topónimo Ortiz surge a partir de la conformación de los espacios geográficos en los llanos de Paya, mediante el partido Ortiz o "sitio Paya" que, posteriormente, comenzó a llamarse "Valle de Ortiz" por sus ocupantes fundadores de hatos durante el siglo XVII. Su núcleo poblacional inicial se inició en Puepe y Las Patillas. Sin embargo, el nombre geográfico "Ortiz"  sufrió una modificación al agregarse la "santificación" del entorno natural: el de Santa Rosa de Lima, una vez que en 1696 es denominada vicefeligresía, adscrita al pueblo de Parapara. Pero, mucho antes, este hagliotopónimo se utilizaba con el  genérico "Paya". Por otra parte, la historiografía colonial recoge el nombre del lugar en diferente grafías o variaciones, como " Santa Rosa de Paya" (1696) "Santa Rosa de Lima de Ortis "(1764), "Santa Rosa de Lima de Hortiz"(1780) o "Santa Rosa de Lima de Ortiz"(1800). Igualmente, el topónimo Ortiz aparece en distintas referencias cartográficas, durante los años 1778, 1818,1884 y 1889.

Desde la época colonial la población de Ortiz es considerada como pueblo de "gente blanca"  o "pueblo de vecino españoles" y, a través de la historia contemporánea, es conocido por la novela Casas Muertas, de Miguel Otero Silva. Surgió en el transcurso del tiempo espontáneamente a mediado del siglo XVII, a las expensas del hato y la actividad agropecuaria. Todas mediante el proceso de penetración y conquista del llano. De este modo, muchos de nuestros pueblos surgieron bajo este fenómeno sociológico y cultural, con el levantamiento de las casas de los vecinos "criadores" y las viviendas de los peones; es decir, casas y corrales, en términos de la época; y, poco a poco, a su alrededor, aparecerían las misiones religiosas que, posteriormente, contribuirían a darle prestigio y solidez a las comunidades agrícolas dispersas en la región.

Según el imaginario colectivo de sus habitantes se extiende, de generación en generación, una leyenda  ad hoc de representación oral que identifica la fundación del pueblo con la de un Cacique, al que llamaban Ortiz (o Cacique Ortiz), y quien gobernó una tribu en la región. Esta fábula es recogida por la historiografía venezolana. Ramón Armando Rodríguez (1957) - en su Diccionario Biográfico, Geográfico e Histórico de Venezuela - explica que el poblado "fue fundado por un cacique a quien los españoles llamaban Ortiz, de la misma región, por lo que el incipiente pueblo derivó su nombre de aquel indio"

Asimismo, Telasco A. MacPerson (1941: 374)- en su Diccionario del Estado Miranda - dice que, a finales del siglo XV, "se estableció en el valle que está en esta ciudad, un indio de apellido Ortiz, cuyo nombre conservó la población que progresó. Luego por los esfuerzos de él y de sus descendientes, y de algunos vecinos españoles que allí se radicaron". De este modo, este topónimo podría ser considerado como un historiotopónimo, porque homenajea a un primitivo poblador cuya memoria es nombrada y retomada a través de la toponimia.

Pero, ¿quién era ese cacique fundador llamado Ortiz, que este pueblo había tomado su nombre y que muchas veces nos hemos preguntado? Dice la historia - anotamos en una ocasión y  citando el  libro de Montañez - que un colonizador encontró a un tal Pero o Pedro Ortiz, cacique cumanagoto llamado Guararima, que se cambió o le cambiaron su nombre por este de castellano. Era un indio guerrero, hábil negociador con los colonos y un conocedor del territorio cumanagoto. Allí tenía su gente. Sin embargo, la altivez de Ortiz o Guararima se manifestaba por su capacidad de presentarse como una naboría (o vasallo) de los españoles para ayudarlos, siempre y cuando hubiese algo que negociar. Por ejemplo, un barril de aguardiente.

Desde los días de la conquista de los llanos, el mito y las conjeturas cabalgan aún en la memoria histórica de este pueblo. Quizás el conquistador – en su travesía por estas tierras de Guárico- como el capitán de las tropas de Antonio Sedeño, Juan de Miranda, sea quien en un septiembre de 1536 halló un pueblo o bohío llamado Ortiz, nombre derivado de un cacique ¿Acaso sería, después, el pueblo de Santa Rosa de Lima de Ortiz?


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